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Gonzalo Pérez de Vargas: «Con confianza, la portería es más pequeña para el rival»

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A pesar del test cada noche, la imposibilidad de tomar un café en la calle o salir a despejarse con alguna excursión a las pirámides y el consiguiente aburrimiento en el hotel, la selección española de balonmano quiere quedarse muchos días más en Egipto. Hasta el final de una competición en la que ya están cerca de las medallas. Clasificados para cuartos tras ganar a Alemania y Uruguay, y con la victoria de Hungría sobre Polonia, hoy se enfrentan a los magiares para decidir quién llega a las rondas eliminatorias como primero o segundo. Ese puesto que dirimirá los cruces en los que esperan Noruega y Francia. Pero Gonzalo Pérez de Vargas (Toledo, 1991, 1,90 metros) no quiere saber nada de calculadoras o jugar con el marcador. Prefiere hacer su trabajo lo mejor posible. Y en este torneo, ese mejor posible ha sido una lección de confianza bajo el larguero tras otra.

«Lo más importante es que estamos clasificados, podemos jugar con más libertad y alegría. Luego ya no hay matemáticas, hay cruces y eliminatorias. No te puedes permitir fallar. Jugaremos sabiendo el pase, pero no es nuestra filosofía jugar con el marcador. Puede ser peligroso y nos estaríamos equivocando. Además, hemos demostrado que el grupo sabe rendir en los peores momentos. Cuando peor se han puesto las cosas, mejor se ha portado. Y queremos más», concede para ABC antes de salir hacia el entrenamiento. Tras un inicio dubitativo, la selección ha rearmado su confianza en torno al grupo colectivo, pero también, en las manos de los porteros. Imperiales tanto Gonzalo Pérez de Vargas como Rodrigo Corrales. Parar, dicen, ayuda a parar. «Sí, por supuesto, esto es una bola de nieve. Igual que meter goles ayuda a lanzar con más confianza. Rodrigo y yo nos sentimos importantes en el equipo, sabemos que el equipo nos necesita, Jordi Ribera nos ha dado esa confianza y estamos en el momento más dulce de la vida de un portero, en los treinta», explica.

Esa confianza no exime de que haya nervios antes de empezar cada partido. Unos nervios buenos, subraya el toledano, pero que se van a los 30 o 40 segundos. «Creo que mentalmente es el paso que más hemos avanzado. El físico va un poco en caída, pero la cabeza y la psicología me han hecho poder estar tranquilo, concentrado y con confianza total». Ni siquiera, dice, siente los balonazos en la piel cuando le llegan. Y pueden alcanzar los 90 kilómetros por hora. «Salvo que te de en la cara o en los brazos, si te digo la verdad, no tenemos la sensación del balón. No se me quedan ni en la piel ni en la cabeza». Eso de que no se le queden en la cabeza es la capacidad que tiene los porteros experimentados en no lamentarse por un gol encajado más de la cuenta. «Es una posición en la que siempre estás expuesto, y tienes una gran carga de responsabilidad, pero sabemos que en un partido hay 40-50 lanzamientos y no te puedes quedar en el gol que te meten porque enseguida llega otro. Sabes que un despiste tuyo no condiciona el resultado total. Pero sí tienes que aprender a sobreponerte rápido porque puedes hacer después cinco paradas seguidas. Eso también lo da la experiencia, pues cuando eres joven sí que te lamentas más o les das muchas más vueltas, y con el tiempo aprendes a dejar los errores de lado».

Crecer en confianza

Con la edad, claro, ha ido a mejor, y sigue aprendiendo, aunque en balonmano, admite, es difícil que un portero pueda cambiar muchas cosas. «Puedes hacer alguna cosa diferente, pero la esencia siempre está ahí. Igual que los lanzadores sí pueden aprender más patrones para actuar o tener más recursos a la hora de lanzar un siete metros, los porteros siempre dependemos del rival. Lo único que puedes hacer es crecer en confianza para hacer la portería más pequeña para ti y para los rivales».

Al igual que los porteros, la selección española tampoco tiene mucho margen de maniobra en cuanto a estilo de juego. Sin embargo, llevan ya más de una década cosechando éxitos en todos los torneos. De ahí que todo lo que no suene a medallas, a veces, puede conllevar la palabra fracaso. Una presión que Pérez de Vargas asume con responsabilidad y orgullo. «La gente nos espera. En España y fuera saben que, sin tener la mejor plantilla, vamos a dar guerra allá donde vayamos. Es una sensación buena, saber que nuestro país puede contar con nosotros. Exigirnos ganar es bueno porque es fruto del trabajo previo y el compromiso de todos. Muchos de los que están en la selección podrían haber dejado el vestuario hace tiempo, pero siguen aquí, donde somos un equipo que vive y se lo pasa bien junto. Eso es una ventaja: ayuda a encontrar los automatismos, y una buena relación también influye en la pista».

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