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Quiebra económica y guerra civil en el Barça

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El trasfondo es político, la guerra es de sucesión, pero la realidad es económica. Desde que se cortaron en seco los ingresos, el coronavirus ha desnudado la nefasta gestión del presidente, Josep Maria Bartomeu, y los directivos a los que quiere purgar son los que le han advertido de que su derroche ha puesto el futuro de la entidad en entredicho. La reacción presidencial se produjo el mismo día que el FBI anunció que tiene las pruebas del amaño con que se decidieron las sedes de los Mundiales de Rusia y de Qatar. La sombra de Sandro Rosell vuelve a ensombrecer al Barça. Las cuentas del club hace años que estaban en la cuerda floja, pero los ingresos del día a día disimulaban la fragilísima estructura. Sin modelo deportivo ni de negocio, el Barcelona de Bartomeu gastaba todo lo que ganaba en satisfacer la descontrolada voracidad de representantes, jugadores y entrenadores. En contraste con el Liverpool, el Arsenal o el Manchester United, que generan beneficio; y de la gestión no exactamente inglesa, pero sí mucho más prudente de Florentino Pérez al frente del Real Madrid, el Barça es el máximo exponente de club que depende de la recaudación diaria, y el confinamiento le está dejando con el agua en el cuello. Los directivos que pretendían liderar la candidatura continuista son todos empresarios y están acostumbrados a gestionar empresas que funcionan. Son Emili Rosaud (Factor Energía), Quique Tombas (Suma Capital), Josep Pont (Borges), y Silvio Elías (Caprabo, Veritas) y los cuatro le han recordado al presidente que de acabar el mandato con pérdidas tendrán que afrontarlas con su patrimonio, y le han exigido un ahorro mucho más severo, como el que por ejemplo ha llevado a cabo la Juventus, y que se cifra en 90 millones de euros, frente a los 16 que Bartomeu ha rascado de la rebaja salarial de los jugadores del primer equipo (14) y las demás secciones deportivas (2). Además, el privilegio de no tener que presentar avales que se concede a las candidaturas continuistas desaparece si en el total de su mandato hubo pérdidas. Las facturas troceadas que presentó Jaume Masferrer, para sortear el control de la junta en el pago de los servicios a I3 Ventures, «los sicarios de internet» que desde la presidencia del club se contrataron para insultar a sus propios jugadores, fue la gota que colmó el vaso en esta historia de falta de criterio, de gasto desmedido en objetivos equivocados, de lucha por el poder y del férreo control del club que Bartomeu y Rosell quieren perpetuar para poder defenderse desde dentro cuando se celebre la segunda parte del juicio por el «caso Neymar», el juicio por el espionaje a Jaume Roures, y cuando el FBI presente las pruebas que finalmente ha podido recabar sobre los sobornos por la elección de Rusia y de Qatar como sedes de los Mundiales de 2018 y 2022. Bartomeu pretende enrocarse y dirigir el club a través de la comisión delegada, rodeado de mediocres sin otra ambición que la de permanecer en el cargo, y que a tal efecto le den en todo la razón y no le discutan cuantas irregularidades tenga que cometer para protegerse él mismo, para proteger a Rosell –como ya hizo en 2016, cuando forzó que se declarara al club autor de dos delitos contra Hacienda, para que él y su amigo quedaran exonerados–, y llegado el momento, para maquillar las seguras pérdidas que la entidad presentará con la excusa del parón por el coronavirus, pero que habrán sido culpa de una gestión impresentable, y a sabiendas de que realmente lo era, con el único propósito de servir de tapadera para oscuros intereses. Le quedan pocas alternativas al Barcelona, sobre todo si persiste, como parece que así será, el actual desgobierno. El año de mandato que le queda a Bartomeu es un siniestro presagio: la quiebra es algo más que un rumor, la guerra civil interna generará incertidumbre y caos, y los gravísimos problemas continuarán sin resolverse. Acorralado por una plantilla carísima, envejecida y con la que mantiene una pésima relación de insultos encubiertos y filtraciones a la prensa; por un abismo económico que crece cada día que pasa, y por un inquietante horizonte judicial, Bartomeu sólo quiere salvar el pellejo y ahoga al Barça en la peor crisis de su historia.
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