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España, un balonmano de familia y compromiso

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Y vuelve a reinar en Europa. La selección española de balonmano defiende con orgullo y corazón una manera de crear, de jugar, de comportarse y de sentir este deporte que sigue sin tener parangón en el continente. Porque más allá de jugadas, defensas y goles, lo que España mostró ayer es una lección de compromiso, entrega y familia que, por mucho que se intente copiar, parece surgir solo en el vestuario nacional. Donde se celebran las victorias y se da el hombro al compañero en las derrotas, donde ayer se gestó otra página del deporte español con un oro cargado de honor que significa también un pase directo a los Juegos de Tokio 2020. El fin último para una generación irrepetible. Como una toma del relevo que ya se empieza a vislumbrar, apuesta fuerte por Jordi Ribera, fueron Aleix Gómez y Álex Dujshebaev quienes dieron la puntilla a Croacia, apoyados siempre en una portería sin igual llamada Gonzalo Pérez de Vargas. Empatado a todo el encuentro, marcador, defensas, efectividad, fuerzas y energía, la sangre fría del de Sabadell -22 años- llevó el último aliento al banquillo y el zarpazo del santanderino - 27- remató a la valiente y peleona selección croata. Goles de nuevo cuño para agradecer las lecciones recibidas por los mayores: se cree y se lucha siempre hasta el final. Porque en este torneo las genialidades de los veinteañeros se han asentado de maravilla con el saber estar de los treintañeros, alargada su segunda o tercera juventud porque querían, reclamaban, necesitaban, se merecían un escenario idílico para sus despedidas: del centro del podio en Europa a esos Juegos Olímpicos de Tokio 2020 que, como un elefante en la habitación, soñaban sin permitírselo durante estos quince días de exigencia diaria. Hoy ya sí, los doble campeones continentales, podrán dejar volar sus anhelos y enterrar por fin las lágrimas por haberse saltado la cita de Río 2016. De aquellas lágrimas tan amargas en el preolímpico de Suecia hace cuatro años, a las que ayer amenazaban con salir de los ojos de Raúl Entrerríos, entregado capitán de esta selección, que explicaba así, al borde del llanto, el significado de esta proeza: «Es difícil describir ahora lo que siento. Es un orgullo lo que hemos conseguido, se lo merecía este grupo, con todo lo que han hecho estos años, con lo mal que lo hemos pasado. Hemos sabido ser pacientes y consistentes en los momentos clave y con una pizca de suerte. El equipo ha trabajado increíblemente bien todo el torneo y somos justos vencedores». Supieron encontrar la llave al enigma que le ofrecía el rival con mucha carga de paciencia y un buen abanico de herramientas. Un reflejo de lo que ha sido España durante este torneo casi perfecto: no hay un jugador definitivo; todos lo son, imprescindibles, aprendido su papel predominante, pero adaptables a cualquier otro si la situación lo requiere. Ayer, después de un inicio al ralentí, encontraron una primera solución tras el descanso rebuscando en sus orígenes: portería blindada y contragolpe. Croacia, entonces, apeló a su carácter competitivo hasta el extremo y frenaron la alegría. Y así, el respeto y unas energías cada vez más agotadas llevaron el partido a la tensión de los últimos minutos, como si todo lo anterior no hubiera valido. Y entonces, cuando las jugadas no eran más que líneas en la pizarra y las ideas dejaron paso al corazón, salió el orgullo, la espina clavada de Río, la familia del balonmano español. Los que fueron, los que son y los que serán, todos en la misma filosofía: la parada de Pérez de Vargas, la falta sobre Julen Aginagalde, el siete metros convertido por Aleix Gómez, el lanzamiento de todos en la mano de Dujshebaev. Para llevar a España a números de otras potencias, con el triple de apoyo y repercusión, como Suecia, campeonato tres veces. A su estela ahora, solo España. Para sumar una medalla más al palmarés, y ya van catorce, y con muchas ganas de ampliar en este siglo XXI. Aquí, el ejemplo: la selección ganó su primer oro mundial en 2005, donde un Raúl Entrerríos de 24 años celebró a lo grande sin atisbar lo que vendría después. Ayer, con casi 39, celebraba un segundo oro europeo, con la misma pasión y entrega que sus compañeros de promoción: Aginagalde (37), Sarmiento (36), Morros (36), Cañellas (33), Guardiola (35) o Maqueda (31), y los que les siguen. Planean sus mejores galas para dejar el testigo con el balonmano español en lo más alto de la gloria olímpica. Ese balonmano que no se puede copiar, pues solo se aprende y se vive en este vestuario.
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