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Djokovic, un pésimo ejemplo para el deporte mundial

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El proceso de victimización propia que se ha fabricado el número uno del tenis mundial, Novak Djokovic, por la negativa del Gobierno australiano a permitirle entrar en el país para participar en el primer gran torneo de la temporada, es impropio de un deportista de su magnitud. Djokovic quiere jugar con reglas propias, se niega a aclarar si está o no vacunado -norma que el circuito exige a todos los tenistas sin distinción-, y cree ser el omnímodo beneficiario de un derecho universal a hacer lo que le venga en gana solo por ser el primero en el escalafón. El tenista está en su derecho de no vacunarse, pero el mismo derecho tiene un país a impedirle la entrada si no acredita una excepcionalidad lógica para no inmunizarse. En vez de hacerlo, porque no puede, el tenista ha magnificado el negacionismo, ha despreciado las vacunas, y sus seguidores y familiares lo han politizado todo con dosis inasumibles de nacionalismo serbio. El torneo, vulnerando sus propias reglas, erró consintiéndole participar y ha dado un pésimo ejemplo. Djokovic es libre de elegir en conciencia, naturalmente, pero está obligado a asumir las consecuencias de no vacunarse cuando un Gobierno, de modo acertado o no -ese es otro debate distinto-, lo exige en su territorio.
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