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Tsitsipas, clase de madurez y tenis para jugar su primera final en Roland Garros

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Emocionado a pie de pista, Stefanos Tsitsipas, 5 del mundo, casi no podía ni hablar porque con 22 años se mete en su primera final de Grand Slam, y en Roland Garros, un torneo con el que siempre soñó, soltó en su parlamento, agotado después de tres horas y 36 minutos de batalla de futuro contra Alexander Zverev. Prevaleció su tenis 'vintage', revés a una mano, variación de alturas, de ritmos pero muñeca segura también cuando de soltar potencia se trata. Ha ascendido el escalón más alto de su carrera hasta el momento, y para Grecia, a quien dedicó el triunfo en la firma a la cámara: «Let's do it for the love of Hellas» (Hagámoslo por el amor a Grecia). En el tenis del futuro, cada vez más presente, todo vuela. La pelota, con saques a 225 kilómetros por hora, como el que sacudió Alexander Zverev, y también los sets, con ese primero a favor de Stefanos Tsitsipas por 6-3 en 40 minutos. Y no es que estuviera arrollando el griego, quizá un poco en ese primer episodio, es que los tenistas de nuevo cuño restan tiempo al tiempo. Les sobra, con mucho, esos 25 segundos entre saque y saque, se cansan enseguida de botar la pelota para preparar el cuerpo y la mente, y descargan la mano con saña, rapidez y prisa. Pim, pam. El punto raramente llega a los 10 intercambios hasta que entra el cansancio. Normal, por otro lado, pues la potencia con la que se carga el brazo, la velocidad con la que lo sueltan y la fuerza que hay que tener para añadir precisión, es difícilmente soportable más allá de las dos horas. Pero en tierra, lo ha sufrido Zverev, no solo vale la potencia, sobre todo si tienes enfrente a un tenista con un variadísimo abanico de recursos que apagan la pólvora y encienden las alturas. Y que tienen un punto más de paciencia que nunca está de más cuando la pelota vuelve a tu campo cuando ya pensabas que el punto era tuyo. Tsitsipas, temple, revés largo y alto, derecha fina y letal, ha aprendido a abrir pista con el primer servicio para mandar al rival al primer palco de la Chatrier, y eso que hay metros entre pista y afición. Es lo que repitió y repitió y repitió ante Zverev. Porque con el rival vendido y corriendo como un loco para recuperar la posición, al griego le da tiempo a pensar donde poner su siguiente golpe, que ni siquiera tenía que ser a la velocidad que defendía Zverev. Con ponerla al otro lado con ángulo y con altura a la distancia adecuada, el alemán solo podía resbalarse mientras veía la pelota pasar. Que no se engañe el personal, Tsitsipas tiene también potencia si la ocasión lo requiere, pero ante Zverev funcionaron mejor las alturas, empujarlo hasta dos pasos de los suyos por detrás de la línea de fondo, hacerle correr de lado a lado y hasta, si era necesario, atraerlo a la red. Con todo eso armado, su tenis y la ayuda del rival, Tsitsipas supo aguantar los arreones de furia del alemán, 3-0 arriba en el segundo parcial, para darle la vuelta con esa mano suave, domada con la que puede poner la pelota donde quiere con aparente y, sobre todo, eficaz facilidad. Seis juegos consecutivos para levantarse de ese break y segundo set también en su poder. En 39 minutos. Pero a Zverev, al que se le critica que no hay dado todavía su paso grande en los Grand Slams, finalista en el US Open 2020 con dos sets a favor y perdido ante Dominic Thiem, le empezó a salir todo ese torrente de tenis, por fin letal la derecha, limadas esas desconexiones que tanto daño le hacían porque desaparecía del partido hasta que encontraba el camino de vuelta. Djokovic destrona a Nadal en su paraíso Encontró el alemán las cosquillas al griego bajando sus alturas con golpes planos como obuses, apenas unos centímetros por encima de la cinta. Y con la velocidad, al Tsitsipas le faltó tiempo para moverse alrededor de la pelota y situarse en una posición correcta, o al menos digna, para que la respuesta saliera limpia y no en forma de caña que terminaba más arriba de los cables de la cámara de la Chatrier. También, es verdad, el griego bajó la efectividad, porque es imposible para uno y otro aguantar ese nivel de potencia, control y efectividad más de dos horas. Las primeras mangas fueron para Tsitsipas, las segundas para el alemán, despejada la modorra inicial con el enésimo enfado con el juez de silla a cuenta de una bola que cantaron buena para el rival y con la que no estuvo de acuerdo. A partir de ahí, ofensiva alemana, superioridad en marcador y en juego, más contundente en los intercambios largos. Empatado el partido y caliente el brazo para aumentar el porcentaje de primeros y era imposible para el griego encontrar la velocidad, el acierto y la fuerza necesarias para ver dónde iban, moverse hacia el lugar adecuado, poner la raqueta con la solvencia necesaria para responder. También la muñeca se volvió cada vez más suave, que también sabe el alemán dejar alguna volea o alguna dejada perfectas conforme pasaban los minutos. Pero en cuanto Tsitsipas recuperó el tono, despejado el cansancio que permitió a Zverev subirse al partido, volvieron las alturas y los ajustes a las líneas, y ese toque vintage y completo, la semifinal volvió la semifinal a girarse hacia su lado. También por ese punto de más calidad que tiene sobre todos los compañeros de promoción, sin demasiados títulos en el palmarés, pero ya peleando de tú a tú contra las leyendas, a punto de ganar en el Conde de Godó a Nadal, por ejemplo, o empatado en el cara a cara con Federer, a quien despachó en los octavos de final del Abierto de Australia en su primer enfrentamiento. Con ese pundonor de quien, dice, tuvo una experiencia muy cercana a la muerte en el mar, donde tuvo que rescatarlo su padre, y quiere disfrutar de la vida y de su profesión. Levantó un 0-40 en el primer juego del quinto set y acabó levantando los brazos a la quinta bola de partido, y con un saque directo después de tres horas y 37 minutos.

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