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Tsitsipas anula a Rublev

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Aunque los dos caminan por ese tenis actual de agresividad y palos, ambos tienen 22 años, Stefanos Tsitsipas ya ha corrido más metros que Andrey Rublev, que no supo afrontar otro plan de juego que el de obús tras obús. Una fórmula que no siempre es efectiva. Sobre todo si al otro lado de la red hay un tenista con recursos para desactivar las bombas. Tsitsipas se gana con clase su primera semifinal de Roland Garros tras batir a Rublev por 7-5, 6-2 y 6-3 en menos de dos horas. Después de la maratoniana jornada de ayer, la Philippe Chatrier vivió el miércoles un día más plácido, incluso molestó el sol después de tantos días sin verlo, porque iluminaba solo la mitad de la pista. Es lo único que desequilibró el inicio del encuentro a Rublev, con muchísimo más ritmo y seguridad que el griego. Pero conforme se ponía el sol, se oscurecía la Chatrier y las ideas del ruso, que lo fio todo a su potente brazo. Y este Tsitsipas, más maduro tenísticamente hablando, supo desarbolar su estrategia. El griego aprovechó cierto bajón en la efectividad del primer saque del ruso y se sacó de la muñeca una variedad de alturas y profundidades que, poco a poco, fueron maniatando y dejando en nada las velocidades de los proyectiles de Rublev. Con 5-3 y saque del ruso se produjo el cambio de tercio, con todo para Rublev, pupilo de Fernando Vicente, menos la paciencia. Con lo que cuesta llegar hasta esa situación y lo difícil que se hace cerrar los sets. Ahí encontró Tsitsipas el antídoto: derechas muy largas, bombeadas, a las esquinas, cruzados para abrir la pista, para hacer correr al ruso, empeñado en jugar corto, directo, sin respiro. Para Tsitsipas el partido fue mucho más calmo, apenas alterado por las circunstancias y alejado de esos ataques de rabia con los que solía acompañar sus partidos cuando el marcador no soplaba a favor. No este Tsitsipas, semifinalista en Roland Garros y con muy buena predisposición para trabajar sin desconcentrarse. Y Rublev, que quería recuperar la guía del inicio del partido, solo supo responder con un palo detrás de otro. Nada que hacer cuando te llevan dos metros por detrás de la línea de fondo y además tu rival también tiene mano para sacarse dejadas que te dejan vendido. Empezaron las precipitaciones, las prisas y la rabia de ver que cuanto más fuerte tiraba, más fuerte le era devuelta: del 5-3, al 5-7, al 0-2, a la desesperación porque había que remar demasiado. No se lo permitió el griego. Muy bien asentado en la pista y con maña para alargar los puntos, justo lo que no quería su rival , que empezó a enredarse en enfados, rabia y puntos jugados sin la más mínima pausa para pensar dónde colocar la pelota. Y ahí se creció todavía más Tsitsipas, con sus 193 centímetros con los que llegar a todo, bien, situándose sobre la pelota para controlar los tiros, el ritmo y el partido. Poca resistencia pudo ofrecer más Rublev, que apenas gastaba la mitad de su tiempo de saque para descerrajar su siguiente servicio. Y cuando no funciona el primero, y los restos del rival son a los pies, hay muchas menos opciones de respuesta. Dejó pasar el segundo set y tampoco encontró nada en su raqueta que pudiera mover a Tsitsipas del antídoto que le había mojado los tiros en el tercer parcial. Es el griego quien se toma la revancha de Hamburgo la semana pasada y consigue su segunda semifinal en un Grand Slam, después del Abierto de Australia 2019, la primera en París, con una buenísima imagen, muchós recursos efectivos y poco desgaste.
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