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De caza y perros

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Me llama un sobrino que se acaba de comprar, ilusionado, un cachorrito de braco de Weimar de dos meses: «Juan, veo que hay bracos con el rabo largo y otros que lo tienen cortado, ¿qué es lo que tengo que hacer?». Le explico que tradicionalmente a los perros de estas razas se les cortaba el rabo por una razón sanitaria, y es que cazan durante horas moviendo su apéndice caudal con fuerza hacia ambos lados. Si el cazadero posee vegetación cerrada, dura, espinosa o numerosas piedras, a buen seguro después de una jornada de caza el perro terminará con el apéndice caudal sangrante, y si sale de caza con frecuencia pueden llegar infecciones o rotura de vertebras. Para evitarlo se les cortaba el rabo a los dos o tres días de su nacimiento, cuando aún poseen los ojos cerrados. Lo hacía un veterinario en un instante con un bisturí afilado. Sin embargo en la actualidad es ilegal cortar el rabo a un perro de caza ya que se considera una crueldad, que se lleva a cabo por motivos estéticos y no funcionales. Así lo dicta el Convenio Europeo de Protección de Animales de Compañía de 1987, que no fue firmado por nuestro país hasta 2017. No es el único caso en el que creo que se legisla con pocos conocimientos. Los collares de impulsos eléctricos están prohibidos en algunas comunidades autónomas, como Madrid, Murcia o Galicia, dando la sensación de que es una tónica que se generalizará inmediatamente. Para los desconocedores de su función, el collar eléctrico es un instrumento inhumano, de tortura, que solo sirve para electrocutar al perro. Casi nadie sabe exactamente qué tipo de herramienta es y cómo se utiliza. Estoy rodeado de vecinos que no saben educar a sus perros. Muchos ladran sin parar durante casi todo el día y noche, e incluso los hay agresivos, a los que sus dueños no son capaces de controlar. Hay un collar eléctrico que corrige el problema de los ladridos en cinco segundos. El impulso eléctrico se pone en marcha cuando el perro ladra, y se regula a voluntad, de modo que lo lógico es que lo pruebes tú mismo en tus propias carnes para que tan solo sea levemente desagradable. Pero es que, antes del calambre, el collar avisa con tres pitidos espaciados, que son escuchados perfectamente por el can. A la segunda vez que ha notado el leve calambre ya no vuelve a ladrar. Los perros son muy listos y simplemente escuchando el aviso sonoro será suficiente para que el animal calle. También se usan para adiestrar a perros de caza. En esos casos el cazador posee un mando a distancia sobre el collar eléctrico del perro, que corre por el campo, con el que puede elegir entre el aviso sonoro, que será suficiente en el 99 % de los casos, o bien decantarse por el leve calambre. Mi amigo y adiestrador de perros de muestra profesional Víctor Esandi me hizo pasar un mal rato por esta razón. Se estaban prohibiendo los collares eléctricos en algunas regiones y en una de las películas de adiestramiento que le encargamos para el canal Caza y Pesca, Víctor aparece con su hija de 8 años y dice que va a regular la intensidad del collar eléctrico que le va a poner al perro. Para ello utiliza a su propia hija de conejillo de Indias, que agarra con la mano los bornes del collar mientras su padre le propina descargas de diferente intensidad hasta que la propia niña juzga cuál es la más adecuada para el perro. Siempre suaves y moderadas. Evidentemente, Víctor hacía esto para demostrar las bondades del collar eléctrico como herramienta de adiestramiento y su inocuidad. La demostración no podía ser más palmaria, viendo en las imágenes a la niña sonriente. Como director del canal, sabía que con esa película nadie nos podía acusar de inducir a torturar perros, pero no tenía tan claro que no interviniera la justicia y el canal se metiera en un problema con la Ley de Protección del Menor. Creo que apenas existen vínculos tan estrechos e inquebrantables como el que unen a un cazador con su perro. Es el compañero inseparable de todas sus andanzas, su colaborador, su nariz, su oído y su instinto. Su lealtad es tan incondicional que llega a conmover, y con frecuencia se establece una avenencia y compenetración entre ambos imposible de superar. ¿Cómo se puede dudar del cariño de un cazador por su perro? Pues parece que sí, o al menos tienen cierto respaldo mediático las campañas que afirman que después de la temporada de caza en nuestro país se abandonan miles de perros a su suerte. Recientemente, una diputada europea de Finlandia denunciaba que en España los cazadores mataban 100.000 perros cada temporada «para tener más suerte». Lo triste es que en la era de la desinformación este tipo de noticias falsas lleguen a tener eco en medios de difusión serios, e incluso en el propio Parlamento Europeo. Los animalistas españoles rebajan la cifra a 50.000 galgos, que «son descartados» al año, mientras que un trabajo riguroso del Seprona afirma que en 2018 hubo tan solo 52 casos de abandono de galgos en España, por 8 en 2019. En nuestra familia, como en las de la mayor parte de los cazadores, los perros siempre han sido un miembro más. Recuerdo a mi padre cómo disfrutaba de nuestros perros, incluso fuera de temporada de caza. Era frecuente que en verano les diera un largo paseo matutino, en el que subían al monte, se bañaban en el río y todos llegaban exhaustos a media mañana. Mi padre regresaba de un humor extraordinario haciéndose lenguas de la personalidad de cada can. Los conocía como si fuesen personas y podría haber escrito un tratado acerca de la identidad de cada cual. Por entonces, sacaba al Green, un grifón Korthals; a la Fita, una drahthaar, y a mi Cocker, un perro de la misma raza que su nombre y con una personalidad desarrolladísima. Yo creo que mi perro se consideraba superior al resto de los canes, y a un nivel intermedio entre animal de compañía y persona. Mi padre relataba alborozado cómo les tiraba al agua un trozo de madera, y tanto la Fita como el Green se tiraban escandalosamente al agua y nadaban, disputándose el privilegio de recoger el palo. Mientras tanto, Cocker se sentaba al lado de mi padre y juntos veían la escena como si juzgasen la fuerza y habilidad de los dos animales. Cuando el vencedor volvía con el palo en la boca mi cocker se adelantaba disimuladamente y se lo robaba, para entregárselo posteriormente a mi padre. La pasada temporada ha sido una de las únicas de toda mi vida en la que no he tenido perro de caza. A mi drahthaar , Botón, lo atropelló un vehículo en León hace un año justo. Puedo dar fe de que he perdido mucha afición, hasta el punto de que creo que no concibo salir a la caza menor sin la compañía de mi fiel colaborador. Cazadores y perros hemos evolucionado juntos y la caza carece de sentido si no vamos de la mano. Alonso Álvarez de Toledo, marqués de Villanueva de Valdueza, con dos ejemplares de su raza de perrosReconocimiento de la raza pura canina española Valdueza Según informa el Boletín Oficial del Estado nº 203, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación ha actualizado el Anexo del Real Decreto 558/2001, en el que se regula el reconocimiento oficial de las organizaciones o asociaciones de criadores de perros de raza pura, incluyendo la conocida casta de perros de rehala Valdueza como raza pura canina española, que viene a sumarse a la afamada lista de perros de caza de nuestro país.
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