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Después del... balonmano: Javier Cabanas, última estación, Arabia Saudí

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Antes de que España lo ganase todo en todas las disciplinas, hubo una generación de deportistas de los años ochenta que tenía que conformarse con ver desde abajo a los países dominantes. Y que era consciente de que, con los recursos que tenían, los quintos puestos eran sus máximas aspiraciones. En lo referente al balonmano, la figura de Domingo Bárcenas arrastró a unos jugadores que, todo carácter y calidad, consiguieron hacerse un hueco entre las intocables selecciones de los países del telón de acero. El Mundial 'B' de 1979 y las quintas plazas de Moscú 80 y Barcelona 92 sentaron las bases de lo que luego llegaría. «En esos momentos ni se pensaba que alguien pudiera vivir del balonmano -comenta Javier Cabanas (64), uno de aquellos pioneros- pues éramos totalmente amateurs. Lo más que hacíamos era jugar en grandes equipos que nos permitían estudiar una carrera y así íbamos tirando». Quien tenía calidad, como era su caso, podía hacer camino y a él le fichó el Calpisa después de destacar con los juveniles del Maristas de León. «Hablamos de 1977, en esa época no había zurdos en España y se fijaron en mí. Me matriculé y acabé Empresariales, aunque nunca he ejercido, porque lo fui haciendo cada vez mejor y conseguí lo máximo posible, jugar en el Barça, el Tecnisán y el Teka, los mejores clubes de la época». Por si fuera poco, este burgalés fue un fijo de la selección en 228 ocasiones («es mi mayor orgullo, haber representado a mi país en cuatro Juegos Olímpicos y tres Mundiales», reconoce) y se retiró en lo más alto, ganando la Copa de Europa con el extinto cuadro santanderino. Sabedor de que su vida iba a estar ligada a la pelota pequeña, comenzó el curso de entrenador de inmediato y a los dos años ya estaba al mando de un equipo colegial para ir adquiriendo experiencia en los banquillos. Fueron los Maristas de Alicante, donde estudiaban sus hijos, el lugar desde el que saltó al Altea. Ascendió a Asobal en 2000 y ya se quedó en esa categoría (también con Portland y Puente Genil) hasta que en 2008 tuvo que emigrar. «Llegó la crisis y ya no se podía vivir de esto, o sea que no tuve más remedio que irme al extranjero con la dureza que eso conllevaba. Me marché yo solo y la familia se quedó aquí, pero había que hacerlo. No tenía grandes preferencias, por lo que fui eligiendo lo mejor que me salía en cada momento», recuerda. Ese viaje incesante le llevó por Hungría e incluso Kosovo antes de recalar en Arabia Saudi en 2021 con un ilusionante proyecto. «Es un país con gran tradición de balonmano (meten a 10.000 espectadores en los partidos) pero con poco nivel en general. Y mi misión es subirlo desde muy abajo. Estoy como director técnico del Al-Khaleej (en la provincia oriental, en la zona del Golfo) y en dos años ya hemos ganado las ligas junior y juvenil, además de subir en el senior con unos sistemas de trabajar con la base, que en el fondo es implantar lo que es la escuela española». A pesar de que las cosas le están saliendo bien a nivel profesional, no niega que ya ansía un final a su extensa vida deportiva. «Estoy muy bien en Arabia, me consideran y no tengo ninguna pega porque formamos un buen grupo en el que estoy muy integrado, pero estoy deseando que pasen ya los dos años que quedan para jubilarme. Querría volver a casa y disfrutar de la vida, la familia, los nietos y los amigos y poder viajar con mi mujer, que es lo que de verdad nos gusta. Le he privado de muchos fines de semana en nuestra vida y quiero devolvérselos».

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