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Colegio y entrenadores: por qué España es una potencia en balonmano

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Solo dos de los 18 integrantes de la selección masculina de balonmano que ganó la medalla de bronce en el Mundial de Polonia y Suecia este pasado domingo juegan en España: Gonzalo Pérez de Vargas y Pol Valera, ambos en el Barcelona. El resto emigró hace mucho para crecer profesional y económicamente. Para poder vivir del balonmano. La liga nacional no tiene el poder que tenía, cuando convivían los mejores años del Atlético, Ciudad Real, Valladolid, Ademar León, Teka, Atlético, Barcelona, San Antonio, Granollers. El nivel ha bajado y, por tanto, no hay la suficiente exigencia para seguir progresando. Tampoco hay una infraestructura férrea que permita el regreso de las estrellas. Y a pesar de todo, España es una potencia en balonmano. Entre otros hitos recientes: ellas, plata del mundo en 2019 y cuartas en 2021; ellos, campeones de Europa en 2018 y 2020, bronce olímpico en Tokio 2020 y mundial este 2023. Una especie de milagro que los jugadores todavía activos resumen en: «venir a jugar con España es reencontrarte con los amigos y por los amigos peleas más que si fueran compañeros», decía Ángel Fernández, «el buen ambiente que hay en este grupo no lo tienen las demás selecciones», incidía Álex Dujshebaev, «echas de menos durante todo el año jugar al balonmano español y a tus amigos», comentaba el capitán gedeón Guardiola, «aquí no hay egos, aquí todos sumamos y vamos a una», añadía Dani Dujshebaev. «La selección española es diferente por la unidad que hay en el equipo. Es una familia. Nos ayudamos, nos apoyamos y los jugadores más veteranos enseñan a los jóvenes lo que supone vestir la camiseta de la selección; les inculcan unos valores, una mentalidad, que se transmite de unos a otros», señala a ABC César Montes, segundo entrenador del conjunto nacional masculino. Pero además del profundo amor por este deporte, hay otras respuestas, claro, que pasan por el trabajo en pista, en las pizarras, en los patios de colegio y en los Centros de Tecnificación. «¿Por qué somos buenos? Sin duda, porque hay buenos entrenadores de base. Forman mucho al jugador a nivel cognitivo, en la toma de decisiones, en intenciones tácticas... Hacemos jugadores diferentes», explica a ABC Joaquín Rocamora, entrenador del Club Balonmano Elche femenino. «La calidad de jugadores y técnicos es uno de esos factores. Los entrenadores nos vamos retroalimentando los unos de los otros. Hay diferentes modelos y escuelas. Dentro de esto, cada uno le da su toque personal a los equipos que dirige. La Escuela Nacional de Entrenadores está funcionando muy bien, formando a técnicos que aspiran a tener el título de entrenador nacional. Y es la más reputada. Muchos equipos y selecciones contratan a entrenadores españoles, teniendo éxito casi siempre», corrobora Montes. 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Rocamora, que fue profesor de Primera e Infantil, conoce bien cómo son esas raíces en los recreos para que surjan los jugadores estrella del futuro. «En División de Honor ahora hay tres jugadoras que salieron de los torneos escolares de aquí. Campeonatos como el CESA (de selecciones autonómicas) es una experiencia muy buena para todos. Aquí viene el germen de que sigamos reconstruyendo el nivel y mantenernos en lo alto», recuerda. «Es un deporte referente por valores y potente en los coles, pero nos gustaría que lo fuera más. Que hubiera más licencias y más practicantes [90.000 licencias, 56.818 hombres y 33.518 mujeres]», dice Montes. Se ha generado toda una estructura para que la pirámide esté fuerte desde el patio del cole hasta la punta. Como nombre clave que sale en todas las conversaciones, Jordi Ribera. «Jordi le da el mismo valor a la absoluta que a las tecnificaciones. A las que había ha sumado las que se realizan en el CAR de Granada, donde se hace un trabajo multidisciplinar y donde, entre otras cosas, se intenta instaurar el mismo modelo de juego para todas las selecciones», informa Montes. «El trabajo empieza en los entrenadores de colegio, sigue en las federaciones territoriales, en el alto rendimiento en los clubes y culmina con ese sello de la selección absoluta. Y ahí, un nombre en alto: Ribera. Por medallas, y porque va donde sea para seguir a un jugador de 14 años, se cruza España viendo partidos de categorías inferiores, controla que todos los niños reciban la misma información para que se adapten al modelo. También la Federación ha trabajado mucho para dar un gran salto de calidad en la profesionalización de las categorías femeninas», dice Rocamora. Montes apunta a una característica que hace crecer en esa pirámide al jugador español: «Que lleguen cada vez más jóvenes a los clubes de Primera es positivo porque empiezan a competir en una liga difícil a una edad relativamente temprana. Se curten y cogen experiencia y las selecciones júnior y juvenil se ven beneficiadas. Este verano fueron campeones de Europa». «Reformulamos las tecnificaciones y las ampliamos, y tratamos de generar una identidad común. El primer equipo era el responsable de que todo fuera bien. Si hay éxitos en el equipo adulto parece que tiene todo sentido. Y se asumió muy bien. Y hay que destacar el esfuerzo de cada entrenador en sus clubes; y la implicación que tiene cada uno de ellos. Esto es un trabajo de equipo», explicaba Jordi Ribera tras el bronce. Hay contras, como la propia idiosincrasia del jugador español. Algo que entrenadores como Juan Carlos Pastor y Juan de Dios Román convirtieron en una virtud: más inteligencia que fuerza, más recursos que lanzamientos. «No tenemos jugadores altos, lanzadores ni recursos, y aun así, formamos jugadores muy buenos. Con ese gen latino de sobreponernos a las dificultades; si nos retan, nos atrevemos», dice Rocamora. Hay otros contras más materiales: la falta de promoción o la falta de recursos para que la trayectoria no se estanque o tenga que pasar por la emigración. «Con mejoras económicas nadie se iría, porque el nivel de conocimiento aquí es muy alto», dice Rocamora. Hay pequeñas luces, como el regreso de Julen Aginagalde al Bidasoa en 2020 y Raúl Entrerríos, ahora formador en la cantera del Barça. Pero no siempre es dinero. «Son recursos para que los niños y niñas de 15 y 16 años sigan en el deporte y con sus estudios. Sostener esa doble vida. O que las jugadoras no tengan que terminar su carrera para ser madre. O que un partido sea un espectáculo, y ahí entra el marketing y la promoción. En sueldos estamos mejor que hace seis años, pero muchos siguen sin llegar al mínimo interprofesional», reflexiona. «No tiene la promoción ni el calado en la sociedad que tiene en otros países, ni que tienen otros deportes. Pero sigue siendo un deporte referente en lo escolar y un modelo en cuanto a lo deportivo. El mejor deporte del mundo», zanja Montes.

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