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La utopía de combatir la corrupción

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 La utopía de combatir la corrupción

La reciente difusión de videos en México con presuntos actos de corrupción se ha convertido en una lucha libre en lodo en la que todos los actores políticos tratan de echar al adversario lo más que puedan, mientras presumen de estar limpios. Lo cierto es que nadie se salva. 

Y el lodo ha manchado al impoluto Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en los videos difundidos por sus adversarios a través del emisario Carlos Loret de Mola. 

A pesar de que AMLO quiera minimizar el video donde aparece su hermano Pío recibiendo un paquete con cientos de miles de pesos, y así evitar el daño a su imagen, difícilmente podrá impedirlo. 

Y no sólo por los ataques de sus adversarios. No. La razón por la que López Obrador no podrá evitar dañar su imagen es porque eliminar la corrupción, como meta central postulada por la Cuarta Transformación, es una utopía. 

Se asume que la corrupción en los sistemas políticos modernos es una anomalía del propio sistema y una práctica indebida de los actores políticos, cuando en realidad es norma y práctica intrínseca a la misma reproducción del sistema político y de la reproducción ampliada de las ganancias privadas. 

El ejemplo mexicano es elocuente: durante décadas se asoció la corrupción con el PRI. Todas las oposiciones, desde la conservadora panista hasta las de izquierda, postulaban que cambiando al PRI, los males del país; entre ellos la corrupción, sanarían.

La mal llamada transición a la democracia nos demostró que no sólo los priistas podían ser corruptos. Los casos de corruptelas de gobiernos del PAN, del PRD y otros partidos se cuentan por miles. Aunque haya excepciones entre algunos de sus militantes. Conozco políticos del PRI, PAN, PRD, Morena y otros que son honestos, y sin embargo sus partidos no lo son. 

¿Es entonces la corrupción un asunto cultural como pretendió justificarla Enrique Peña Nieto? No, porque él se refería a la idiosincrasia de los mexicanos y, sin embargo, la práctica de la corrupción es universal, si hablamos de la actual economía-mundo capitalista. Hay corrupción en países de Améri ca Latina, de África, en China, en Francia, como en Estados Unidos. 

A pesar de ser una práctica generalizada, el sistema liberal simula combatir la corrupción porque es una narrativa necesaria para la legitimación del sistema. 

Por eso una falsa perspectiva liberal del deber ser de los sujetos y prácticas del sistema predica la necesidad de combatir la corrupción, sancionar a quienes cometen dichas prácticas y promesas de saneamiento del sistema. 

Pero es imposible porque los discursos no se corresponden con los fines. No es cierto que los políticos trabajen para favorecer el bien común; con notables excepciones, los políticos profesionales trabajan para sus fines personales de fama, protagonismo y de enriquecimiento patrimonial. Muchas veces, todo eso junto. 

No es cierto que los partidos sean “entidades de interés público” con el fin de promover la democracia y el acceso de los ciudadanos al poder público. Los partidos son maquinarias electorales que buscan la consecución de sus propios fines; regularmente la de sus grupos dirigentes. 

Y existe corrupción, porque finalmente los Estados no son entidades creadas para la satisfacción de las necesidades de la mayoría de sus sociedades, sino aparatos que buscan reproducirse y permanecer mediante las exacciones a sus contribuyentes y que sirven para buscar la legitimidad de un sistema basado en la desigualdad, como es la moderna sociedad capitalista. El Estado en las actuales sociedades capitalistas, trabaja para la reproducción del sistema.

Aterrizando estas ideas al debate político en México, podríamos resumir que ya otros escándalos y denuncias, como los casos de Raúl Salinas de Gortari, Genaro García Luna y Emilio Lozoya, nos confirman los grados de extrema corrupción que existieron en anteriores sexenios en México. 

Por más honestidad que presuma, López Obrador no puede impedir que el resto de los dirigentes de Morena y el mismo partido en su funcionamiento, reproduzcan las prácticas de corrupción que los hacen ganar adeptos, crecer, triunfar electoralmente y disfrutar el poder.

Porque, como asenté arriba, la corrupción es una práctica política consustancial al sistema. Por eso eliminar la corrupción en México es una utopía, aunque se lo proponga con buenas intenciones la Cuarta Transformación. La única manera de abolir la corrupción es cambiando el sistema.
 

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