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El waterpolo femenino español se hace de oro en París

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Cuando Martina Terré para el lanzamiento de la rival, el golpe suena hueco. La pelota le da en la mano izquierda, queda flotando en el agua, y mientras el pabellón grita y reverbera como si hubiera sido un gol, ella ni gesticula. Podría decirse que es concentración, pero detrás de esa apariencia está el verdadero juego, lo que no se ve, lo que ella goza, ese subsuelo emocional que tiene grutas y placas tectónicas para hacerla emerger cuando lo necesita. Es precisamente lo que sucede ahí, debajo del agua, donde la selección femenina de waterpolo se jugaba este sábado, por tercera vez en su historia, la medalla de oro. Pero con Terré en la portería, y un equipo amarrado y valiente espumando la piscina de La Defense, era posible pensar en la veracidad del dicho de a la tercera va la vencida para hacer historia al lograr en París 2024 el primer oro de la disciplina en nuestro país . La selección de waterpolo femenino logró la plata en Londres 2012 y Tokio 2020 , en ambas perdieron la final contra Estados Unidos. ¿Acaso no tenía algo providencial el hecho de que las norteamericanas acabaran de perder el bronce por un segundo contra las neerlandesas? Este sábado las españolas tenían delante a Australia, campeona olímpica en Sidney 2000, pero no influyó en el resultado porque a refranes no nos gana nadie. Serendipias o milagros, lo cierto es que las jugadoras de Miki Oca saltaron al agua cogidas de la mano como una cadena, o como un rosario. Como eslabones de metal, recios y flexibles, o con la fe en algo divino si se prefiere, las españolas empezaron a enredar a las australianas; esquivas, densas, pesadas en el cuerpo a cuerpo, haciendo esos juegos subterráneos y resbaladizos que provocan que, de pronto, dejes de ver la cabeza de las jugadoras españolas porque una fuerza colosal tira de ellas. Trabadas ahí, en ese juego frenético y extenuante, el primer cuarto terminó en empate a dos goles. Hubo que esperar al segundo cuarto para verlas crecer, auparse sobre las piernas con esa fuerza espídica con la que son capaces de sacar su cuerpo del agua hasta casi el ombligo para lanzar o evitar que la otra lance. Y entre las paradas que Martina Terré hizo (que jugó en estado de gracia la joven catalana, porque a esas alturas del partido ya llevaba un promedio de 10 paradas de 12 tiros recibidos) y el gol de la veterana Maica García, el segundo periodo cedió la balanza hacia las españolas: 2-3 al descanso. Entonces llegó el colofón de goles, cuando en el tercer cuarto estalló el geiser español . El equipo de Oca enchufó lanzamientos, ataques, cortó jugadas, hundió aspiraciones, y mientras por debajo del agua enviaban señales físicas, en la superficie lo hacía el propio pabellón al celebrar los goles de la tercera parte del partido. ¿Cómo se gana una final sabiendo que te quedan cinco minutos de juego efectivo para lograrlo? Piensen lo que pueden hacer en 30 segundos. Cuenten, si quieren. Pongan el cronómetro. Ese es el tiempo máximo con que cuenta un equipo de waterpolo para intentar meter un gol. Y así, en ese lapso, es cómo tienen que convertirse en una cadena las jugadoras, para atar a las australianas y hacerlas sucumbir. Bea Ortiz mete un gol y ofrece una respuesta al pabellón, pero enseguida tuvo su réplica con el tanto en contra de Siena Hearn. Se ponían 6-8. Se acercaban las rivales justo cuando el tiempo se te echa encima, cuando se acerca el momento de asumir la victoria o la derrota. ¿Cómo se nada así, con ese miedo, con el marcador acechando como una aleta de tiburón por la mente? De una única manera: con Maica García Godoy en tu equipo para meter el golazo que sumergía esa aleta demoníaca hasta el subsuelo de la piscina de La Defense, y aunque llegó un tanto más, aunque las australianas se resistían a ceder, llegó Anni Espar para consumar el pacto. El pabellón a estas alturas, con el 7-10 cantaba y bailaba, todo rojo y amarillo por las gradas en movimiento, como calentando las gargantas para lo que estaba a punto de suceder. La historia. Porque constantemente sonaba el cántico de 'España, España', porque en un momento dado la grada coreó el nombre de 'Martina, Martina' (por Martina Terré, la portera, colosal y profética) que enlazaba un paradón tras otro con esa parsimonia gélida y brutal con que recibe de cara cada asalto de las rivales. Cómo no iban a cantar su nombre. Cómo no celebrar el último tanto, de Maika García, que ponía el marcador definitivo 9-11. Entonces llegó el grito. Llego el final. Llegó el bailar abrazadas de nuevo, como una cadeneta, como un rosario, como lo que quieran ser. Pero de oro.

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