Chris Evert y el vestido que rompió las reglas del tenis femenino y lo cambió para siempre
En el deporte hay momentos que cambian el juego, y no todos suceden con una raqueta en la mano. A veces, basta con una decisión estética para alterar el rumbo de una narrativa. En septiembre de 1971, Chris Evert, con solo 16 años, pisó por primera vez el césped del US Open. Su revés a dos manos, su temple y su victoria ante jugadoras experimentadas sorprendieron al mundo. Pero lo que quedó grabado en la retina colectiva no fue solo su tenis. Fue el vestido.
Un minivestido blanco de encaje, delicado y provocador, se convirtió sin pretenderlo en un manifiesto visual. En una época en que la vestimenta femenina seguía estrictas convenciones deportivas polos sobrios, faldas largas, cero riesgos, Evert apareció como una anomalía: elegante, joven, femenina y ferozmente competitiva.
No era solo moda: era una declaración
El vestido en cuestión, sin mangas, con falda corta y un aire más de picnic elegante que de partido profesional, desafió los códigos del tenis tradicional. No se trataba de provocar, sino de ser una misma en un entorno que todavía exigía que las mujeres cumplieran con un molde. Evert rompió ese molde sin levantar la voz. Lo hizo jugando. Y ganando.
Aunque no se ha confirmado oficialmente, el diseño se atribuye al británico Ted Tinling, una figura clave en la historia del deporte que entendía que el vestuario no era un accesorio: era una herramienta de expresión. Tinling ya había vestido a otras pioneras como Billie Jean King o Navratilova, pero con Evert encontró la mezcla perfecta de dulzura estética y dureza competitiva.
La prensa encontró a su heroína: “Cenicienta en zapatillas”
La historia vendía sola. Una adolescente con aspecto de estrella de cine que dejaba fuera a jugadoras del top cinco mundial. Las gradas de Forest Hills se convirtieron en una fiesta descontrolada: cerveza volando, abucheos, ovaciones, gritos. No era solo un torneo, era un fenómeno social.
Chris Evert no ganó ese año perdió en semifinales ante Billie Jean King, pero ya no importaba. Había captado la atención del mundo. King, que sabía lo que significaba esa exposición mediática, fue directa: “Ya no tienes privacidad. Ahora perteneces al público”. Tenía razón. Evert se convertiría en una de las tenistas más grandes de todos los tiempos.
Medio siglo después, las redes lo rescatan
El vestido volvió a la conversación en 2024 gracias a una foto viralizada en redes sociales. La propia Evert reaccionó con ternura: “Era mi vestido de encaje favorito. La ropa de tenis en aquella época era preciosa”. Miles de ‘me gusta’ confirmaban lo que muchos pensaban: esa prenda no era solo historia, era inspiración.
La estilista Ana Verdasco lo definió con claridad en S Moda: “El vestido sigue fascinando. El encaje no es lo más práctico, pero sí puede ser tendencia en un diseño bien adaptado”. Y lo cierto es que el encaje, en sus múltiples formas, ha seguido apareciendo en la pista: de Venus y Serena Williams a Coco Gauff, pasando por Maria Sharapova o Camila Giorgi.
Tenis y moda: dos mundos que se entienden
Chris Evert ayudó a tender un puente que hoy pisan con naturalidad muchas estrellas del circuito. Carlos Alcaraz es imagen de Louis Vuitton, Jannik Sinner viste de Prada, Raducanu es embajadora de Dior y Lorenzo Musetti se ha sumado a Bottega Veneta. El tenis es hoy una pasarela en movimiento.
Pero en 1971 no lo era. Y por eso lo de Evert fue tan revolucionario. Porque sin decir una palabra, sin buscar titulares, sin renunciar a su juego ni a su estética, abrió la puerta a otra forma de habitar el deporte siendo mujer. Femenina sin pedir permiso. Competitiva sin excusas.
Más que una prenda: un legado
El vestido de encaje de Chris Evert no es solo una anécdota bonita ni una curiosidad estética. Es la prueba de que los símbolos importan. Que las mujeres no han dejado de usar la moda para reclamar su espacio también en el deporte. Que una elección aparentemente trivial una tela, un corte, un lazo puede convertirse en una forma de resistencia silenciosa.
Hoy Evert es recordada por su revés impecable, sus 18 Grand Slams y su rivalidad con Navratilova. Pero también, y con justicia, por haber demostrado que el estilo puede ser también una forma de determinación. Que se puede ganar en la pista sin tener que esconder quién eres.