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Nadal, a semifinales en una madrugada para recapacitar

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En la noche de París, hasta ahora desconocida en clave tenística para Rafael Nadal, no hay lugar para los «¡Vamos!», los puños y los aplausos, congeladas las manos de los pocos aficionados que aún quedan por la Philippe Chatrier después de un martes interminable, tan largo que el cierre de puertas llega ya siendo miércoles y el campeón de 19 grandes tiene unas prisas por coger la cama que celebra sin demasiadas certezas su rutinario y grisáceo pase a las semifinales de Roland Garros. Con más sudores de los esperados, acaba de tumbar a Jannik Sinner, el chaval italiano del que todos hablan (y más que se hablará), y lo hace en un escenario completamente extraño para él, pues realmente es feliz en primavera cuando se exhibe con sol a la hora del café. Las cosas han cambiado tanto que la pista central del torneo francés, algo parecido al paraíso, se techó y se recurrió a la luz artificial precisamente para gestionar las inclemencias climatológicas parisinas, así que la organización programó una jornada de locos y el tenis también se consume ahora de madrugada donde antes no había pelotazos más allá de las nueve y pico, pros y contras de las modernidades. De todos modos, Nadal, desesperado en el vestuario jugando al parchís porque antes Schwartzman gasta más de cinco horas en derrotar a Thiem y eso lo demora todo, gana aquí sin que importe el cuándo e incluso el cómo. Ya van 98 triunfos de 100 intentos, abrumador el dato. Sinner se presenta A dos pasitos de otra gesta, la decimotercera, el verdadero éxito de estos días del español está en su capacidad para adaptarse tan bien a este paisaje inhóspito, bien remarcadas –y con la ceja en alto– todas las pegas desde la previa: falta de rodaje, pelotas nuevas, el mencionado techo retráctil, sesión de discoteca, frío y humedad, gradas vacías... Para colmo, Nadal se ha enfrentado a cinco rivales sin antecedentes y eso, por norma, tiende a inquietarle un poquito, aunque obvia que es mucho peor para el otro. A Sinner, sin embargo, le conocía porque ya se ha entrenado con él en más de una ocasión, pero el balear confirmó que hay ahí un jugador con una proyección magnífica que le pega a la bola con una violencia descomunal, tremendo su revés a dos manos. Otra cosa, claro, es que hoy por hoy tenga todo lo que se necesita para tumbar a Nadal en París, pero es que realmente solo dos o tres tenistas pueden aspirar a esa hazaña. Entre ellos, el ya presentado Diego Schwartzman, quien ya le superó recientemente en Roma y que ayer completó un partido salvaje ante el poderoso Thiem, una oda al tenis en tierra batida de 5 horas y 8 minutos ((7-6 (1), 5-7, 6-7 (6), 7-6 (5) y 6-2). El problema para el menudo argentino, el principal, es que llegará hecho trizas a las semifinales pese a que no se celebren hasta el viernes. Nadal aterrizará ahí mucho más fresco, aunque con algún que otro susto después de descubrir el peligro ante un irreverente Sinner, que le puso las cosas en chino y tuvo saque con 6-5 a su favor para empezar. Se resolvió el pulso en el tie break, 72 minutos de agonía, y al italiano, que todo lo había hecho bien, se le quedó cara de no entender ni la mitad. ¿Qué hay que hacer para inquietar a Nadal en esta pista? ¿Cómo es posible que, jugando regular tirando a mal, también gane? Lo hizo Nadal casi por inercia (otra victoria de tantas) después incluso de que se hablara de aplazar la cita dadas las horas (empezó a jugarse a las 22.37), una propuesta tímida que no se contempló pese a que el rumor corrió de boca en boca. La bienvenida del número dos del mundo fue algo titubeante, por decirlo suave, y no entró en calor hasta la primera hora de juego, ya en ese tie break. Pese a todo, mantuvo el ceño hasta el crepúsculo y cerró el puño sin presumir y con un revés que no funcionó mucho, igualmente obligado a recuperar su saque en el segundo set más por orgullo y raza que por tenis, ya con Sinner algo mermado en un desenlace sin historia. Ya en ese tramo, hubo algo más del Nadal de verdad, y ese debería de ser el camino. He ahí su grandeza, un campeón que salva las malas noches con una profesionalidad intachable y que tiene dos días para ponerse a trabajar en serio. De la madrugada de París, muchas dudas y una certeza: jugando así, al menos como en los dos primeros sets, no se gana a un Schwartzman en plenitud.
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