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Jugar al tenis de mesa sin brazos, cuestión de querer

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El nigeriano Victor Farinloye se apoya en su bastón para acercarse a su entrenador; su rival, el ucraniano Viktor Didukh se menea al otro lado de la mesa apoyado en su muleta y su prótesis de la pierna izquierda. También el francés Clement Berthier confía en su modernísima pierna ortopédica aen su encuentro ante el británico Ross Wilson. En la mesa de al lado, el japonés Minami y el surcoreano Cho se toman un tiempo para respirar después de un gran punto gnaó el primero, ambos limitados en sus movimientos porque la silla de ruedas no se puede mover tan rápido como la pelota. Las categorías, es verdad, son muy difíciles de delimitar, imposible coparar la movilidad de uno con la del contrario. Sin embargo, al finalizar los partidos, el sudor, la alegría de un lado y la decepción del otro iguala las discapacidades en estos Juegos Paralímpicos de Tokio 2020. Para el español Miguel Toledo todo era nuevo, la mesa, la sede, unos Juegos, primeros en su vida. Siempre quiso ser deportista, y el fútbol fue su opción. Hasta que con 20 años, y aun siendo buen nadador, se tiró de cabeza en una piscina y se golpeó con el fondo. Ahí se quedó, boca abajo, imposible mover las piernas, tampoco parte del lado derecho del cuerpo; casi un año de rehabilitación, ya como tetrapléjico, momentos muy duros. Se puso a estudiar, no quería ser una carga. Y años después, el tenis de mesa. El lugar para refugiarse, para crecer, para convertirse en el deportista que quería ser. Y no solo eso, pues Toledo inició la escuela de tenis de mesa de lesionados medulares en Madrid. «Quiero motivar e incentivar a la gente para que haga deporte; es bueno su salud y merece la pena». En Tokio, disfrutó de su primer encuentro, partidazo a cinco sets contra el 5 del mundo, pero el francés, que entró en el tenis de mesa por su hermana, presidenta de un club, después de que un accidente de coche lo llevara a una silla de ruedas con 15 años, hizo valer su mayor pericia en el quinto parcial. Boca, fuerza y corazón Como pericia demostró el egipcio Ibrahim Hamadtou, jugador de tenis de mesa sin brazos, quien, aunque no pudo con el coreano Park, dejó la imagen del día. Vestido de negro, cinta en el pelo y pie derecho descalzo. Porque coge la pala con la boca y lanza la pelota con el pie. Espectáculo de juego, dedicación, cocentración y un cuello magistral que desesperó por momentos al coreano. Hamadtou, de 43 años, casado y con tres hijos, posee una musculatura en el cuello desarrollada hasta el punto de poder hacer remates, dándole velocidad a ese giro de cabeza con la que sorprender a rivales y al mundo, e incluso efectos. Se tuvo que adaptar a vivir sin las extremidades superiores desde que a los 10 años cayó a las vías del tren y la máquina arrasó su vida anterior, sus dos brazos. Después de un proceso de vergüenza y culpa, volvió a salir a la calle, y al deporte, aunque su primer intento con el fútbol fracasó porque no podía mentener bien el equilibrio sin sus dos extremidades. Pero encontró un deporte que, a simple vista, no podía ser más contrario a su nueva realidad: el tenis de mesa. Y todo, porque alguien le dijo que no podía. Comenzó a jugar con la paleta bajo la axila del pequeño muñón que le queda como brazo derecho, pero no le bastó con la fuerza que podía imprimir a ese golpe. Así que inició su reconstrucción para convertirse en la máquina humana más perfecta que existe ahora mismo en el planeta de tenis de mesa, debutando con Egipto en 2004. Su capacidad de golpear fuerte, rápido y con efectos asombra a quien lo ve, y han sido muchos los partidos de exhibición que han hecho de Hamadtou una estrella en su país y fuera de ella, pues retaba a jugadores sin discapacidad a ponerse en su situación. Su lento lo llevó a disputar los Juegos de Río 2016, y a punto estuvo de clasificarse para los de Tokio, pero una lesión le impidió jugar el torneo que daba las plazas. Pero su carisma y entrega han permitido que Hamadtou también deslumbre en Tokio, gracias a una invitación personal. Perdió ese primer partido, pero ganó mucho más, como el resto del planeta, con su ejemplo: «Estoy triste por no haber ganado, pero espero hacerlo mejor en el siguiente encuentro. El mensaje que puedo dar es que cualquier persona puede jugar a cualquier deporte». Solo es cuestión de querer. ¿Quién se atreve a hablar aquí de discapacidad?
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