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Historia de un éxodo invertido

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Lo dijo Laporta antes del partido: «El futuro de Koeman no depende del resultado contra el Cádiz». Y decía la verdad. Koeman está sentenciado desde la derrota contra el Bayern y compareció inerme, impávido, como quien ha tirado ya la toalla. La imagen que ofreció el Barcelona fue deplorable, mucho más grave que el empate. No se trata tanto de perder o ganar como de una profunda crisis política y moral, que por supuesto afecta al Barça, pero alcanza mucho más allá. Ni el tercer mundo se hizo en un día ni la degradación de este club es un asunto aislado. Barcelona y Cataluña forman parte de la misma devastación. Y tras años de intenso populismo, y de azuzar a la turba para hallar en su rebuzno el aval para las más grotescas majaderías, los principales líderes que aquel proceso se baten en retirada, asustados por los delirios de uns sociedad enloquecida y enfermiza. Ada Colau blindó ayer la plaza de San Jaime para que sólo sus invitados pudieran acudir al pregón de La Mercè. Hace un mes fue severamente abucheada en las fiestas de Gracia y se puso a llorar. Los líderes independentistas gastan estos días todas sus energías para engañar a sus votantes y no reconocer que se agotaron las vías para la independencia y que por lo menos ellos son incapaces de conseguirla. Aragonès se esconde bajo la llamada ‘mesa de diálogo’ y Puigdemont, que fue el primero en huir de la independencia que él mismo había declarado, se vio ayer retenido en Cerdeña. Acabe como acabe este incidente concreto, sabe que nunca más podrá vivir tranquilo, y que además su llama se apaga en la distancia. Sin asumir responsabilidad Koeman dijo el miércoles que con sus jugadores no puede hacer más, escondiéndose tras ellos, culpándolos de la debacle en lugar de protegerlos, liderarlos y asumir como jefe del vestuario todas las responsabilidades. En Cádiz pareció un fantasma contemplando desde la banda a su equipo sin ideas, sin fuerza ni luz, con una deprimente mezcla de incapacidad y desánimo, de jóvenes que lo intentan pero aún no llegan y veteranos acabados que no se entiende cómo tienen la poca vergüenza de continuar cobrando sus elevadísimos emolumentos a cambio de una calidad inexistente. Unos y otros deambularon aturdidos, apagados, como si por la megafonía del estadio sonara una y otra vez el humillante comunicado de su entrenador. Y es cierto que Joan Laporta, el último protagonista de este éxodo de líderes catalanes, tiene toda la razón en su proyecto de apartar paulatinamente al socio del Barça de la toma de decisiones en el club, y sin duda la entidad tendrá un futuro mucho más próspero y asegurado si las decisiones las toman personas serias y razonables, y no el actual atraso asambleario; pero tal vez no habríamos tenido que llegar hasta aquí si en el pasado no hubiera envalentonado a semejante colección de incapaces en nombre de una democracia que, cada vez que la ejercían, la destrozaban. El Barça, más que jugar mal, que por supuesto jugó mal, parecía cercano al encefalograma plano. No registraba actividad futbolística ni cerebral. Sólo por inercia se mantenía corriendo, y no demasiado, sobre el terreno de juego. Triste como un sueño que no quiere morir, encarnaba la sensación de orfandad, como si buscara y no encontrara una referencia para emerger. El Barça, Barcelona, Cataluña. Todo es lo mismo y el mismo final de trayecto de un proceso político que brotó hace algo más de diez años de la euforia futbolística generada por la eclosión de Messi. La primera consulta sobre la independencia se celebró en Arenys de Munt el 13 de septiembre de 2009, justo cuando Guardiola había ganado Liga, Copa del Rey y Champions, con el argentino consolidado como estrella indiscutible. En la siguiente temporada, ya con Mourinho en el Madrid, el 5-0 de la manita de Piqué tuvo lugar el 29 de noviembre de 2010, el día siguiente de que Artur Mas se convirtiera en presidente de la Generalitat. La despedida de Messi se produjo tan sólo meses después de que Puigdemont perdiera las elecciones y de que el nuevo presidente de la Generalitat, Pere Aragonès también se despidiera, en su caso de la independencia y de cualquier acción unilateral. Ver en lo que se ha convertido políticamente Cataluña es lo mismo que pasear por las sucias y destartaladas calles de Barcelona o ver un partido del Barça. El fanatismo totalitario del consejero de Sanidad, Josep Maria Argimon, de cerrar pronto restaurantes y bares provoca botellones y altercados, ante la pasividad policial porque el gobierno independentista ha interiorizado el discurso de la CUP que mantener la Ley y el orden es fascista. El naufragio del Barça, provocado por la incompetencia presuntamente criminal de la anterior directiva, forma parte de este paisaje de desolación, y ayer en Cádiz la tristeza fue inenarrable. Mientras el partido se disputaba, los botellones por la festividad de su patrona arruinaban la poca dignidad que le queda a mi ciudad y conocíamos otra noticia, menor en importancia a la retención de Puigdemont, pero nada despreciable como metáfora, y es que los jardines del Palacio de Pedralbes han sufrido una masiva infestación de ratas.
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