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Las casas forestales, para la custodia de nuestro patrimonio natural

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Las casas forestales en nuestro país según Carlos Tarazona (La Guardería Forestal en España, 2002) alcanzaron un notable éxito allá por los finales del siglo XIX puesto que, por un lado, fueron consideradas como un instrumento imprescindible en la política y gestión forestal; y, por otro lado, desempeñaron un papel social para muchos guardas forestales. Sigue indicando Tarazona que el objetivo final de esas construcciones era el que los guardas no vivieran lejos del monte que tenían encomendado para de este modo no tener que desplazarse a diario ganando en comodidad, aunque tenían también sus perjuicios como era, fundamentalmente, la distancia a los lugares provistos de servicios tan indispensables como colegios u hospitales, hecho que con el tiempo se fue dulcificando e incluso desapareciendo. Hubo antecesoras de las casas forestales genuinas, como por ejemplo las construidas en 1827 en los montes navarros de Aaiz y Orraun para la residencia de los guardas. El éxito de estas viviendas junto con algunas más repartidas por el suelo español implicó que años más tarde, en 1893, el Ministerio de Fomento editara un libro que contemplaba cinco modelos diferentes de casas con sus respectivos pliegos de condiciones y presupuestos (desde 11.264,41 a 3.125,62 pesetas). El primer paso estaba dado. El R.D. de 16 de octubre de 1901 autorizaba la presentación en las Cortes del proyecto de ley sobre guardería forestal en el que se hacía mención a la residencia de los guardas. Y el Reglamento de 8 de octubre de 1909 que desarrollaba la aplicación de la Ley de 24 de febrero de ese mismo año referida a la repoblación y conservación de los montes prestaba especial atención a esos hogares. Gracias a estas disposiciones la primera casa forestal fue construida entre 1906 y 1907 y la segunda entre 1909 y 1910, ambas en la provincia de Segovia. A partir de estas fechas el número fue subiendo, contabilizándose 205 en el periodo comprendido entre 1940 y 1955. El hecho es que estas edificaciones lograron de pleno su objetivo. Los guardas tenían, por fin, un asentamiento fijo, cierto que en ocasiones con escasas comodidades desde el punto de vista social pero siempre con amplias ventajas desde el punto de vista laboral. Caza y pesca Pasado el tiempo algunas de ellas pasaron a tener otras finalidades como fue el servir de residencia coyuntural para el ejercicio de la caza o la pesca o de residencia vacacional a altas personalidades del mundo de la política, adquiriendo por ello cierta relevancia popular. Sirvan como ejemplos las de Lugar Nuevo y Quintos de Mora, ambas ubicadas en montes del Estado. La primera, en plena Sierra Morena del municipio de Andújar a escasa distancia del santuario de la Virgen de la Cabeza; y la segunda, cerca de la localidad toledana de Los Yébenes. Naturalmente estas dos casas fueron remodelándose con el tiempo, de manera que en la actualidad su arquitectura y habitabilidad no tienen ningún parecido con el diseño que originalmente presentaban. Incluso las superficies de los montes en los que se enclavaban fueron extendiéndose también con el tiempo, pero casi siempre dotados de una extraordinaria riqueza faunística de todo tipo, tanto de invertebrados como de vertebrados, sobresaliendo el ciervo, gamo, muflón y jabalí, que tuvieron en su tiempo y aún hoy en día, como ocurre en Lugar Nuevo, un regular aprovechamiento cinegético. En definitiva, las casas forestales por lo general fueron un acierto en cuanto a su utilidad tanto desde el punto de vista laboral como residencial, habiendo sido siempre un importante referente entre los profesionales y trabajadores del monte y el público en general, fuesen ingenieros de montes, fuesen guardas forestales, fuesen cazadores o pescadores. Julio LOLO DE JUAN Arranca el verano. Arrancan las vacaciones, los chiringuitos, los proyectos. Arranca el celo del corzo, las noches de ronda en rastrojos y se empiezan a cuadrar los planes de media veda. Julio se hizo para darle sosiego al campo. Para dejar que se cuajen los venados y evitar las parideras del ganado para combatir la mosca. En el estío hay que huir de las horas de mucho sol con madrugadas antes del alba para hacer las faenas del campo. El verano es un paisaje al que mirar como espectador mientras cruzamos dedos y que pase cuanto antes, porque el fuego es el peor enemigo. Y mentarlo me eriza las crines. Cortaderos amplios y barbechos bien organizados. Puntos de agua abundantes y –lo supremo– prudencia, mucha prudencia. Que Dios creó el mundo en siete días y un inconsciente lo destroza en siete minutos con una barbacoa, una colilla o una temeridad. Entre las calimas del sur y el polvo del entorno miro mi pequeño paraíso a lomos de Kamikaze, ya sea julio o enero, y mientras veo amanecer digo para mis adentros: ¡qué bonito es madrugar para que el campo te cante una nana!
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