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Blindaje feliz en Anfield

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El Madrid pasa a semifinales. Será la número treinta que dispute en la Copa de Europa o Champions. No está mal. Lo ha hecho esta vez adoptando la forma del cerocerismo, como empezó Zidane en su primer año. Citando a Beenhakker, que conoció bien la frustración europea del Madrid: «Para ganar la Orejona hay que saber mantener la puerta a cero». El Madrid lo hizo. Recibió la presión, la aguantó y acabó convertido en muro de las lamentaciones de Klopp, con una magistral actuación de su primera base: Courtois, Casemiro y los centrales, enriquecidos con el uranio de los otros dos. El Madrid se centró en eso, en defender en bloque. ¡Y le fue suficiente! Es un equipo sabio, experto, y capaz de muchos rostros, de virtuosismos insospechados. Igual que se acuñó el ‘achique de espacios’, la presión moderna debería llamarse el ‘achique de tiempos’ (o del espacio-tiempo, que diría Xavi). Así empezó el Liverpool, como era de esperar. Anfield vacío era un poco deprimente; se entiende su bajón durante esta temporada. El Liverpool salió lanzado y encontró muy fresco y despierto a Courtois, que paró dos ocasiones claras de gol a Salah (minuto 2) y a Milner (minuto 10). Ahí estuvo el partido. [Horarios y fechas del Real Madrid - Chelsea de semifinales] Era muy peligroso Mané, al que tenía que defender Valverde como novedoso lateral derecho, y el Madrid salió a sufrir, muy sacrificado en la defensa, como si continuara la segunda mitad contra el Barcelona. Tardaba en ponerse a jugar, quizás no lo haría del todo. Le costó casi diez minutos salir, y fue Vinicius el que estiró el campo por primera vez, como quien extiende la toalla en la playa. Ese espacio, sin embargo, no fue ocupado, no fue seguido de largos toques (la cremita). El Madrid estaba un poco apabullado, y destacaba, firme, Militao. Militao empezó sonando sospechoso y ya suena a triunfal estribillo de El Puma. Más allá de los centrales, el más acertado del Madrid era Benzema, poniendo oxígeno y sinapsis en cada toque. Robó una pelota, se fue amagando hasta el área y chutó al palo en el minuto 20, en lo que fue el gran y único susto que se llevó Alisson en toda la primera parte. Casemiro parecía un domador al que se le hubiesen rebelado los leones. Luchaba con ellos a brazo partido. Fabinho le daba en los tobillos y él se la devolvía a Milner. Hay una transitividad rara, un poco promiscua, en los mediocampos. Pero en general, el Madrid sufría. Aunque bien. Sufría lo que tenía que sufrir, como sufre un buen ciclista. El rival lo intentaba, aunque en la presión del Liverpool y en su ataque infartante y sin preámbulo había algo de fórmula cansada, de recuerdo, de reedición de lo que ya fue. Se veía en Klopp, que tiene un aspecto amortizado, con su pinta de divorciado de los banquillos, su chándal, su gorra, su barba de varios días. Tiene ese punto del entrenador que se hace personaje y ya parece ir disfrazado de sí mismo. Pero aún tiene fuerza el Liverpool y concentró sus energías como quien agita un bote antes de abrirlo. Modric y Kroos no estaban del todo, se notaba que el partido pasaba sobre ellos y sólo podían enseñar una parte defensiva de su juego. La cara defensiva de su prisma. Era una lucha de ritmos, como dos DJ's que pugnan por imponer su música en dos salas contiguas. El Madrid fue adaptando el brío del partido a su gusto a la altura de la media hora. Sin tener peligro, si remitió el juego local, que nunca fue ciclón, y se fue como amansando el toro bravo en el rodeo. Hubo algún largo toque coral del Madrid ahí, pero sin más. Le faltaba un escalón en la media, un cuarto mediocampista. El Liverpool pegó un arreón al final de la primera parte con dos ocasiones de Salah y Wijnaldum. Esquema similar: pérdida blanca, llegada rápida. Los problemas que había pasado el Madrid eran aceptables, pero quizás se imponía un retoque en el mediocampo. Más presencia allí para acabar cuajando el toque (la salsa del toque no terminaba de ligar). ¿Marcelo en un 3-5-2? ¿Isco? Alguien que reavivara, por proximidad, a Modric y Kroos. Lo que hizo Zidane fue otra cosa: ajustar la concentración del equipo minimizando las pérdidas. El partido no era fácil para el Madrid. Psicológicamente. Jugaba a no perder, jugaba a defenderse. Se hizo bloque, forma, y solo le faltaba salir al contragolpe con hombres suficientes porque el Liverpool, sin espacios, no obtenía nada. Era la versión de la puerta a cero del Madrid, del mejor ‘unocerismo’ del último campeonato o, más allá, una versión más extrema, un homenaje a aquel primer Madrid europeo de Zidane contra el City, que supo mantener la puerta a cero entre las críticas del entorno madridista, que por entonces no comprendía ese ramalazo italiano. Un gran Casemiro Se fue notando, entrada ya la segunda parte, la impotencia local, y los primeros asomos de frustración. Con un aviso: en el 53, en un largo tuyamía entre Mendy y Benzema, tuvo el Madrid la primera llegada peligrosa. La gran viveza e inteligencia del Liverpool estaba en Mané, en su culebreo y sus diagonales, poco más. En el Madrid aparecían detalles, controles. Chispas del placer del fútbol, del ego de los futbolistas. Pero le volviern la cara, siguieron abnegados en defensa. Lo siguiente en aparecer serían los espacios, a medida que se fuera agrietando la estructura nerviosa del Liverpool, que saco a Thiago y Jota y optó por un 4-2-3-1 de pocos efectos. Casemiro se manejó como emperador de las líneas de pase, dueño y señor de las tinieblas entre la media y la defensa, en esa bisagra telúrica. Es como esos extractores de saliva que ponen en el dentista cogando de la boca, que se llevan toda la salivación y permiten que el dentista haga sus cosas. Es Freddie Mercury en 'I Want to Break Free' pasando la aspiradora por los mediocampos de Europa. Él y Courtois cimentaban la solidez del Madrid, multiplicaban a los centrales, Nacho y Militao, en un Madrid agónico, sin posesión. Los cambios de Zidane, Rodrygo y Odriozola, no terminaban de facilitarla, pero daban piernas, rapidez. Nacho no puede ser ya nunca más el siempre-cumple. Eso no es cumplir. Lo que hizo es otra cosa. El Madrid apenas atacó y apenas tuvo la pelota, pero no sufrió. Solo dio una versión de sí, la defensiva, pero de qué modo. Un blindaje sin errores, con una concentración unánime. Cuando salió Isco, se supo que el partido había acabado. En los minutos finales, aún pudo marcar el Madrid, que manejó con elegancia la resignación del Liverpool, convertida ya en docilidad. Podría haber durado el partido un día entero y nada hubiera pasado. Klopp lanzando voces que rebotasen en el aura de Casemiro, hasta quedarse afónico.
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