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Gareth Bale, ni Londres ni Madrid

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Hace treinta meses, dos goles de Gareth Bale, uno de ellos de espectacular chilena, le daban al Real Madrid su Copa de Europa número trece. Nunca en la historia un futbolista suplente había logrado un doblete en una final de Champions, motivo más que suficiente para sonreír hasta tener agujetas en los carrillos, pero el galés decidió unirse a la nota discordante de Cristiano y fastidiar la celebración de aquella noche mágica en Kiev. «Estoy muy decepcionado por no haber comenzado el partido como titular. Sentía que me lo merecía. Yo necesito jugar una semana sí y otra también y, por unas cosas u por otras, eso no ha pasado. Estuve cinco o seis semanas lesionado, pero ya llevaba un tiempo bastante bien. Me tengo que sentar este verano a hablar con mi agente para pensar en mi futuro», aseguró Bale en la conferencia de prensa de MVP de la final. Feo. Muy feo. Las inoportunas y, seguramente, egoístas palabras de Bale se le volvieron en su contra los dos años siguientes. Quería ser titular por decreto y futbolista franquicia del Madrid. La marcha de Ronaldo le concedió el deseo, pero a la hora de la verdad ni se merecía jugar ni, por supuesto, ser el abanderado del Real Madrid. Lopetegui, Solari y otra vez Zidane. Los tres acabaron desesperados con la apatía de Gareth, muy poco comprometido con el proyecto y abandonado a nivel físico y mental. 24 meses de ocaso para un futbolista con un sueldo de 30 millones de euros brutos que prefería jugar al golf antes que al fútbol. Para respiro de Zidane, tras aguantarle a su lado una temporada más de la que el técnico francés hubiera deseado, Bale volvió a Londres el pasado mes de septiembre. Tres goles y dos asistencias sumó el galés en su último año con la camiseta del Real Madrid. Números ridículos que parecían complicados de empeorar, pero que va camino de ellos en su segunda etapa como futbolista del Tottenham. Viejo deseo de Mourinho Mourinho tenía una espina clavada y vio el momento perfecto para quitársela. El portugués salió del banquillo del Real Madrid en el verano de 2013, pocas semanas antes de que la entidad blanca fichara a Bale, uno de los futbolistas que más entusiasman al entrenador luso. Primer tren que se le escapaba. Se lo quiso llevar en 2016 y en 2017 cuando dirigía al United, pero recibió un no en ambas ocasiones. Segundo tren perdido. Al tercero, por fin logró subirse. El pasado verano, y con poderes plenos en su nueva etapa en el Tottenham, logró que Daniel Levy se lo trajera de vuelta, pero Bale nada tiene que ver con ese crack mundial que lideró a los Spurs entre 2007 y 2013. El galés está firmando unos números testimoniales y no se ha quitado el sambenito de jugador de cristal. De 30 partidos, ha jugado apenas doce -un 40%-, y de esos doce solo siete de titular -seis de ellos en la Europa League y solo uno en la Premier-. Suma tres goles y no ha dado ni una sola asistencia. Llegó lesionado, tardó un mes en debutar y, además, ha sufrido otros dos contratiempos musculares. Cero influencia sobre el verde e inquilino habitual de la enfermería. Ni Mourinho ha sido capaz de despertar en él un ápice de orgullo: «¿Quieres estar aquí o quieres irte a Madrid a no jugar?», le dijo el técnico a Bale en un entrenamiento durante la pasada semana. Amenaza para intentar hacer reaccionar a un futbolista que en mayo de 2018 tenía un valor de mercado de 90 millones de euros y, hoy, no supera los 20.
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