El Atlético se permite soñar
Viaja el Atlético en globo, un vuelo rasante que enaltece a sus seguidores porque el equipo ofrece su mejor cara ante el Barcelona, palabras mayores. Por primera vez gana Simeone a su bestia negra en la Liga y el Atlético se permite soñar después de un partido sensacional de todo el equipo y de Carrasco en particular. Ya aventaja al Barça en nueve puntos.
Sin Luis Suárez ni Diego Costa, enlaza Simeone cuatro jugadores de ataque y la parroquia del Atlético se relame en la distancia, en los hogares del sur, en las residencias del norte y en los pueblos del extrarradio porque el equipo juega ahora a otra cosa. Un estilo más fino, más elaborado, al pie o al espacio, pero sin avalanchas estilo rugby, sin querer aplastar al enemigo por avasallamiento. No es Brasil con sus filigranas ni el dream team de Cruyff, pero el asunto es mucho más divertido y menos laborioso. Las noches son ahora más agradables en el Wanda, pese al público ausente.
El Barça de Koeman propone la versión actualizada de la semilla holandesa que un día cuajó en la Ciudad Condal. Toque, criterio en el juego, fluidez y cierta lucidez con la portería a la vista. El Barça tiene a Messi, eso no cambia, y aunque al fenómeno se le nota lánguido, sin la chispa que trituraba partidos, su calidad y altura de miras por encima de los mortales sigue presente en cada acción. Messi, aunque desanimado, siempre es calidad superior.
El inicio del partido, sin embargo, pertenece a Dembele, un jugador que enamora o irrita y cuya clase o velocidad no se discuten. A Mario Hermoso, central, más lento, le espera una mala noche si el galgo francés continúa tan penetrante como demuestra en los primeros minutos. Una delicia sus controles con la zurda para encarar y marcharse a toda mecha. Por ahí encuentra el Barça un modo de desequilibrar a la defensa del Atlético, que este año es menos granítica que otros cursos.
Tocando y sin empujones, el Atlético llega a Ter Stegen. Saúl exige el máximo del portero en un zurdazo maravilloso que el alemán replica con una estirada colosal. Acción felina, de una holgura superlativa, que salva a su equipo. El Atlético viaja en globo, animado por el crecimiento de Joao Félix, que pide todos los balones, quiere participar y dibuja una sonrisa en la cara, contraste notable respecto a su ceño fruncido del año pasado. Correa y Llorente fabrican una acción sensacional que el exmadridista concluye de fuerte disparo al larguero.
El Atlético se acerca, Messi no reacciona. El Barça es armónico y aseado. Juega con propiedad transitando de Pjanic o De Jong o Pedri, también Griezmann colabora, bastante intuitivo para buscar el balón y mejorando la jugada. El partido es entretenido, nada de los tostones de medio pelo, ronchas de piel por el césped y sangre, sudor o lágrimas. El Atlético produce, transforma y se proyecta. El shock de la parroquia se siente en la distancia cuando Jordi Alba y Messi vuelven a encontrarse, por los viejos tiempos. Un caño múltiple entre varias piernas acaba con el argentino solo y escorado ante Oblak. Messi no resuelve con magia, como siempre. El portero esloveno se agacha y sujeta el balón.
Va a terminar la primera parte y Piqué falla un control en zona comprometida. El Atlético restablece sus antiguas virtudes. Zas, zas, rápida recuperación, pase profundo de Correa para la carrera de Carrasco y, oh sorpresa, surge Ter Stegen como defensa casi en el centro del campo. La pifia del alemán, portero al fin y al cabo, deja un espacio en blanco de 30 metros o más para que Carrasco emboque. El belga lo hace de fábula, sereno, la cuela desde Finlandia.
Lesión de Piqué
El Barcelona se paraliza con el gol, pese a que es consecuencia lógica de lo que se ve en el campo. Y sale decidido a la segunda parte, dos cabezazos de Lenglet que comprometen, sobre todo el segundo, a Oblak. No marca el conjunto culé y el Atlético se crece, pero no a la antigua, por el ardor guerrero y la llamada a las armas. Se dedica a jugar con la pelota, a combinar y a tramitar un concepto que estaba prohibido: la posesión.
Cualquier atlético tiene capacidad para recibir, controlar y pasar. Y el Barça empieza sufrir persiguiendo sombras, sobre todo a Llorente y Carrasco, dos lanzaderas por las bandas. Un infortunio trastoca al Barça, la lesión de Piqué. Le cae encima Correa y el caso parece grave porque le dobla la rodilla derecha. Se marcha llorando el central.
Los cambios amortiguan el partido, porque el Atlético quiere ganar, pero también se protege con Kondogbia por Joao Félix y Lemar por Correa. Messi no atina con una falta depositada en el césped para su brillo y mayor gloria. La echa fuera. No va a decidir el encuentro esta vez. Si la cara es el espejo del alma, Messi está muy lejos de liderar este proyecto en el futuro.
Diego Costa ya no asusta y su presencia tiene que ver más con su experiencia que con su propensión a generar peligro. Carrasco es el estilete del Atlético, tan insistente y dañino. El Barça apura todas las opciones, Griezmann cabecea sin malicia, lo prueban todos, pero el marcador no se mueve. El Atlético viaja en globo.
Sin Luis Suárez ni Diego Costa, enlaza Simeone cuatro jugadores de ataque y la parroquia del Atlético se relame en la distancia, en los hogares del sur, en las residencias del norte y en los pueblos del extrarradio porque el equipo juega ahora a otra cosa. Un estilo más fino, más elaborado, al pie o al espacio, pero sin avalanchas estilo rugby, sin querer aplastar al enemigo por avasallamiento. No es Brasil con sus filigranas ni el dream team de Cruyff, pero el asunto es mucho más divertido y menos laborioso. Las noches son ahora más agradables en el Wanda, pese al público ausente.
El Barça de Koeman propone la versión actualizada de la semilla holandesa que un día cuajó en la Ciudad Condal. Toque, criterio en el juego, fluidez y cierta lucidez con la portería a la vista. El Barça tiene a Messi, eso no cambia, y aunque al fenómeno se le nota lánguido, sin la chispa que trituraba partidos, su calidad y altura de miras por encima de los mortales sigue presente en cada acción. Messi, aunque desanimado, siempre es calidad superior.
El inicio del partido, sin embargo, pertenece a Dembele, un jugador que enamora o irrita y cuya clase o velocidad no se discuten. A Mario Hermoso, central, más lento, le espera una mala noche si el galgo francés continúa tan penetrante como demuestra en los primeros minutos. Una delicia sus controles con la zurda para encarar y marcharse a toda mecha. Por ahí encuentra el Barça un modo de desequilibrar a la defensa del Atlético, que este año es menos granítica que otros cursos.
Tocando y sin empujones, el Atlético llega a Ter Stegen. Saúl exige el máximo del portero en un zurdazo maravilloso que el alemán replica con una estirada colosal. Acción felina, de una holgura superlativa, que salva a su equipo. El Atlético viaja en globo, animado por el crecimiento de Joao Félix, que pide todos los balones, quiere participar y dibuja una sonrisa en la cara, contraste notable respecto a su ceño fruncido del año pasado. Correa y Llorente fabrican una acción sensacional que el exmadridista concluye de fuerte disparo al larguero.
El Atlético se acerca, Messi no reacciona. El Barça es armónico y aseado. Juega con propiedad transitando de Pjanic o De Jong o Pedri, también Griezmann colabora, bastante intuitivo para buscar el balón y mejorando la jugada. El partido es entretenido, nada de los tostones de medio pelo, ronchas de piel por el césped y sangre, sudor o lágrimas. El Atlético produce, transforma y se proyecta. El shock de la parroquia se siente en la distancia cuando Jordi Alba y Messi vuelven a encontrarse, por los viejos tiempos. Un caño múltiple entre varias piernas acaba con el argentino solo y escorado ante Oblak. Messi no resuelve con magia, como siempre. El portero esloveno se agacha y sujeta el balón.
Va a terminar la primera parte y Piqué falla un control en zona comprometida. El Atlético restablece sus antiguas virtudes. Zas, zas, rápida recuperación, pase profundo de Correa para la carrera de Carrasco y, oh sorpresa, surge Ter Stegen como defensa casi en el centro del campo. La pifia del alemán, portero al fin y al cabo, deja un espacio en blanco de 30 metros o más para que Carrasco emboque. El belga lo hace de fábula, sereno, la cuela desde Finlandia.
Lesión de Piqué
El Barcelona se paraliza con el gol, pese a que es consecuencia lógica de lo que se ve en el campo. Y sale decidido a la segunda parte, dos cabezazos de Lenglet que comprometen, sobre todo el segundo, a Oblak. No marca el conjunto culé y el Atlético se crece, pero no a la antigua, por el ardor guerrero y la llamada a las armas. Se dedica a jugar con la pelota, a combinar y a tramitar un concepto que estaba prohibido: la posesión.
Cualquier atlético tiene capacidad para recibir, controlar y pasar. Y el Barça empieza sufrir persiguiendo sombras, sobre todo a Llorente y Carrasco, dos lanzaderas por las bandas. Un infortunio trastoca al Barça, la lesión de Piqué. Le cae encima Correa y el caso parece grave porque le dobla la rodilla derecha. Se marcha llorando el central.
Los cambios amortiguan el partido, porque el Atlético quiere ganar, pero también se protege con Kondogbia por Joao Félix y Lemar por Correa. Messi no atina con una falta depositada en el césped para su brillo y mayor gloria. La echa fuera. No va a decidir el encuentro esta vez. Si la cara es el espejo del alma, Messi está muy lejos de liderar este proyecto en el futuro.
Diego Costa ya no asusta y su presencia tiene que ver más con su experiencia que con su propensión a generar peligro. Carrasco es el estilete del Atlético, tan insistente y dañino. El Barça apura todas las opciones, Griezmann cabecea sin malicia, lo prueban todos, pero el marcador no se mueve. El Atlético viaja en globo.