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La Ryder Cup, en entredicho

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La fatídica crisis del coronavirus, además de provocar un drama humano y económico en todo el mundo, ha dado al traste con el deporte profesional a todos los niveles. Desde las disciplinas más modestas a las más lucrativas, con la actividad parada se ha frenado la competición y, por ende, los ingresos. Sin embargo, no deja de sorprender que un escenario que ya ha cambiado el desarrollo de grandes eventos como los Juegos Olímpicos, la NBA, la Liga, el PGATour, Wimbledon, el Tour de Francia o el Seis Naciones haya una cita que aún permanece inalterable: la Ryder Cup de 2020. El torneo bienal que enfrenta a Estados Unidos y Europa en un campo de golf tiene marcado el último fin de semana de septiembre (25-27) con letras de oro en el imaginario de todos los aficionados. Sin embargo, la evolución de la pandemia y, sobre todo, la posibilidad de que los jugadores continentales puedan llegar en igualdad de condiciones a Wristling Straits (Wisconsin) siembra serias dudas acerca de su celebración. Economía y salud mental Las razones por las que aún no se ha suspendido o aplazado el torneo son varias. Por un lado, la prudencia de confiar en que la situación dará un giro radical en las próximas semanas y se podrá remontar la normalidad después del verano; por otro, el hecho de que en esa época del año ya empieza a hacer frío en el norte de EE.UU. y sería impensable retrasarlo unas semanas. En ese caso, la opción sería el aplazamiento a 2021, algo que no quieren allí pues obligaría a trastocar todos los calendarios futuros. Más allá de esos argumentos se encuentran otros más pedestres, como el hecho de que la Ryder es la principal fuente de ingresos del PGATour y del Circuito Europeo, copropietarios de la marca. Y no pueden permitirse ni prescindir de esos ingresos ni pagar indemnizaciones. O incluso, los que hablan de mantenerlo vivo porque en estos tiempos de zozobra la gente necesita alegrías y no tristezas. «Creo que habría que pensar en el bien común y darle a los aficionados de todo el mundo un espectáculo como este», señaló el capitán europeo Padraig Harrington, aunque también señaló que «es evidente que a estas alturas lo evidente que se celebrará a puerta cerrada». Es precisamente en este punto donde se alcanzan las mayores discrepancias. Las deportivas se pueden solventar con mayor o menor acierto (habrá que modificar los sistemas de clasificación, porque ante la ausencia de pruebas no se han podido completar los equipos) y tampoco parece justo que los americanos lleguen con un rodaje de torneos desde junio y los europeos aún no sepan si van a empezar a jugar en agosto. Mas donde la cosa se pone negra es cuando se menciona la idea de jugar sin público. «Una Ryder sin seguidores no es una Ryder –señala sin contemplaciones Rory McIlroy, el número uno mundial–. Aunque egoístamente nos favoreciera, porque los americanos en su casa son muy ruidosos, no habría ningún ambiente». La opinión del norirlandés la refrenda Jon Rahm, que le sigue en el escalafón y ya tiene plaza fija en la escuadra europea. «Lo bonito y lo atractivo de esta competición es la atmósfera que se crea, con 50.000 personas siguiendo los partidos con sus cánticos y apoyos. Si le quitamos eso, seremos 24 golfistas jugando en silencio y no le veo el atractivo». Llegados a este punto «y aunque yo estoy deseando jugarla, lo más lógico sería aplazarla a 2021 para poder jugarla en todo su esplendor y que ellos no se vean perjudicados», remató el bombardero español. En ese caso, habría que ver si la siguiente cita a este lado del Atlántico (Roma 2022) se mantiene o también se retrasaría.
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