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Petardazo del Madrid para acabar el año

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Se notó que era el último partido del año y que llegaba después del Clásico, del que salió el Madrid con una peligrosa mezcla de euforia y legítimo victimismo. El natural bajón de juego topó con una de las mejores defensas del campeonato y el resultado es un petardazo que deja al Barcelona como líder en solitario. El Madrid jugó a un ritmo bajo, con cierta desgana, y sus problemas con el gol, ya dramáticos, volvieron a hacerse evidentes. Tres tiros al palo tuvo. El Athletic además le planteó algunas dificultades iniciales: la ordenación en 5-3-2, y una constante remisión de balones largos a Williams no tanto ofensiva como para subir las líneas y sacudirse al Madrid de encima. Porque la presión local tampoco era la de otros días. Su principal practicante, el contagioso Valverde, hacía de Casemiro. Se pierde ahí su ánimo ofensivo, su carrera invasora. Él es como la vanguardia de un ejército, el que abre la línea de ataque. Meter a Valverde donde Casemiro es, inevitablemente, perder su empuje vertical, su pujanza, la nueva savia que tenía el Madrid. Quedaba la cosa para Kroos y Modric, que no es lo mismo ya. El Madrid, además, tocaba algo distraído, con la cabeza en otro sitio. Aun así, a un ritmo medio-bajo, llegaron ocasiones: Kroos penetró hasta dentro y tiró al larguero y también Vinicius lo intentó. En las dos jugadas tocó Unai Simón, muy acertado, y en las dos hubo un pase previo de Benzema, el que reparte las entradas cuando alguno del Madrid quiere entrar en el área. Tras unos primeros minutos de letargo, el Madrid comenzó a tocar, quiso despertarse, pero después sobrevino una fase de pérdidas atrás. El despiste. Valverde le regaló una ocasión clara a Williams, que detuvo Courtois, de lo mejor de su equipo. Se verían todas las modalidades del Madrid de baja intensidad: la racha de pérdidas en la salida, y luego, en el ataque, la monomanía de los centros al área. Aquí hay que salvar a Rodrygo, que colocó dos balones delicadísimos con su derecha, y condenar con una gravedad cercana a la indignación al corajudo Carvajal, convertido en una máquina de lanzar centros desorientados desde su banda, como esos engendros mecánicos que utilizan los jugadores de tenis para entrenar y que escupen bolas sin parar y sin criterio alguno. El Madrid, a medio gas, no tenía el empuje de Valverde, muy retrasado, y arriba sólo podía contar con los desbordes sin terminación de Vinicius y con Benzema, en uno de esos partidos en los que no se le pide que sea el suplemento genial del mediocampo sino el goleador, el nueve. Era un partido para que ejerciera como tal, pero apareció solo en las pedreas del gol. En el 32 tuvo una ocasión clara, llegando, y su rechace no lo aprovechó Vinicius, atacado de los nervios ante la portería. Cuando el Madrid subía la intensidad del juego, la marea de su fútbol prenavideño, resacoso de Clásico y algo descuidado, se encontró con su problema profundo y limitador: el gol. La dificultad para el gol. El «nos faltó meterla» que inmortalizó Zidane. La primera parte acababa además con dos signos inquietantes para el Madrid: el susto de Kodro, al que le anularon un gol por fuera de juego, y la extraña figura táctica de la última jugada, en la que Carvajal llegó a ocupar la mediapunta a medio metro de Benzema. Después de todos sus centros, de su fútbol rifa, eso presagiaba quizás una segunda mitad de carvajalismo desaforado en la que, a falta de otra cosa, y ante la imposibilidad de autocentrarse, el lateral decidiese ir él mismo a por el gol. Es decir, probables ansiedades. La segunda mitad se inició con el cambio de Militao por problemas ópticos tras un manotazo. Quien más quien menos, y pese a la preocupación, pensó en Camacho: "¿Tienes ojo? ¿Se te ha caído? ¡Pues tira de aquí!". Pero entró Nacho, que al poco remató un córner al palo. Ante la carencia de gol, fluidez y electricidad, Zidane no esperó como otras veces y a falta de media hora sacó a Bale (por Rodrygo). Sin Williams del todo controlado (Carvajal le quitó un gol en el 68), el Madrid intensificó el juego. Se apreciaba en ello, sin embargo, más precipitación que exactitud. Zidane lo sacó todo con Jovic en el 71, cuando normalmente ni siquiera ha empezado a mirar al banquillo. A falta de un cuarto de hora, el Madrid no estaba fino y además estaba claro que ya no iba a estarlo. El Athletic dejaba ver su buena construcción defensiva y obstruía mucho, de formas poco aparentes, la circulación. Los centros del Madrid acababan todos en Íñigo Martínez y sin los brasileños desaparecía el poco desborde que tuvo en las bandas. Pero sin ser brillante, seguía siendo el Madrid, y Jovic remató otro balón al palo, el tercero. Eran dos nueves en el área y se sumó Ramos, instalado allí como especialista en finales de infarto. Minutos para la épica, el tiro-riro-riro-rirorí, los saques de esquina. Pero tampoco el Athletic se llegó a sentir agobiado. El Madrid acabó como empezó, con centros cayendo en el búnker de arena y una duda molesta formándose en el ambiente para la reflexión del fin de año: ¿a qué se puede aspirar con tan poco gol?
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