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Lucas Pérez neutraliza a Morata

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Fue un duelo áspero desnivelado por los goleadores. El Atlético soñó feliz con otro 0-1 santo y seña de la casa, aupado en la espalda de Morata y se encontró con un chispazo brillante de Lucas Pérez, otro cañonero en vena que rescató puntos para el Alavés. Un partido espantoso de los rojiblancos en la primera parte y muy atinado en la continuación. El ciclo de la vida en el Atlético transita por un terreno pedregoso. Caminos polvorientos repletos de piedras, obstáculos y zanjas que radicalizan el enunciado del cholismo. Un equipo que nunca tuvo elocuencia con el balón en los pies asoma ahora con verdaderas dificultades para dar dos o tres pases seguidos, ofrecer aperturas, asociarse en la banda. La clase de localizaciones de juego que habían interiorizado los anteriores equipos de Simeone y que, en este curso, se atragantan hasta generar un horror como el que perpetraron en la primera parte de Mendizorroza el Atlético y el Alavés. En semana con tres partidos, Simeone movió al personal. Herrera y Marcos Llorente asomaron en la alineación (descanso para Koke y Thomas), Lemar y Correa tuvieron continuidad y Diego Costa recibió otro refrendo de confianza con Morata en el banquillo. Aire fresco para un grupo que está sufriendo con la pelota en su poder. La sinfonía de pelotazos, de balones divididos o regalados al contrario, de total nulidad para elaborar algo por el centro del campo fue la sinrazón del Atlético antes del descanso. Oblak no padeció nada similar al peligro, salvo en barullos en su área y en faltas laterales, porque su tropa se aplicó con cierta vehemencia al estilo de siempre en faenas defensivas. Felipe y Mario Hermoso cortaron casi todo lo cortable por su zona, lo mismo que Arias y Lodi o los centrocampistas aplicados al trabajo de barrido y zapa. Pero la desproporción fue escandalosa en la otra mitad del campo. Ante la falta de opciones, intenciones o el miedo a arriesgar con los pases, Felipe y Hermoso rifaron sun sinfín de pelotas hacia ningún lado, Saúl en persecución de todas las segundas jugadas, con Correa y sobre todo Diego Costa desaparecidos del mapa. Ni un tiro que obligase a Pacheco a doblar el lomo. Cero. Un promedio desesperante para un equipo que debiera asumir el gobierno de los partidos en campos como Mendizorroza. Simeone retiró a Marcos Llorente en el descanso y dio entrada a Thomas en busca de lo esencial: sujetar el balón, moverlo con criterio, combinar y hacer jugar. Lo consiguió. El pálpito y la serenidad del africano modificó los registros del Atlético, que empezó a desplegarse, avanzar y gestionar ocasiones. En diez minutos hizo más que en el primer acto con diversas llegadas de Herrera, Lodi y Lemar. Salió Morata según el guión previsible y el Atlético dio un paso al frente. El enlace con Herrera, la pared con Correa y el tiro al agujero. El delantero se ha sacudido las telarañas, su tercera diana consecutiva, y aquello se anunciaba en el diagnóstico tantas veces emitido. 0-1, el código binario de los rojiblancos y otro partido a la cazuela. Jugó mucho mejor el Atlético, insistente y decidido a resolver, profundo por las bandas y juicioso cerca del área de Pacheco. Tuvo la sentencia Morata, ofuscado en el mano a mano, y más tarde Correa con su punterazo, indescifrable siempre. El 0-2 se resistió a un Atlético que no acostumbra a ceder la segunda oportunidad. Sin embargo, lo hizo. Una defensa blanda de Saúl y Hermoso ante Lucas Pérez, que braceó obstinado hasta hacerse hueco y largar un chut fantástico que destruyó la envergadura de Oblak. Gol en destello que desfiguró el partido del Atlético.
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