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Un Madrid en estado comatoso

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Primera derrota liguera del Madrid y pérdida del liderato. Lo peor, con todo, fue la impresión: el Mallorca marcó en el minuto siete y el conjunto blanco fue incapaz de responder en 80 minutos de, (llamémosle) juego. La sensación que deja es la de estar en el mismo punto exacto del verano. Los parones de selecciones son larguísimos. En uno de ellos, por ejemplo, se perdió Robinho. Desde la ultima vez que jugó el Madrid casi se desata en España otra guerra carlista (con perdón para los carlistas). El efecto del parón para el Madrid fue, además, muy dañino. Muchas bajas que dejaban el mediocampo temblando. Había pocas opciones, pero la inventiva de Zidane tampoco ayudó: Isco y James de interiores, galimatías arriba con Jovic y Benzema, y un vacío cósmico en la derecha que elevó a Lago Junior a estrella de la jornada. Era un mediocampo muy endeble y se notó desde el principio. Después de cuatro o cinco minutos animosos del Madrid, esos con los que demuestra lo que dura el efecto de la charla, el Mallorca marcó. Lago Junior recibió solo, encaró a Odriozola y ajustó al palo, lejos de las yemas de los dedos de Courtois, que no son las de Warren Beatty pero casi. Odriozola, que tampoco es Camacho, además estaba solo. No hubo ayudas contra Junior ni al recibir ni al rematar. Pero así es este Madrid, siempre en estado cartilaginoso, como los huesecillos de un recién nacido. Un mediocampo de leche. El despiste duró un rato y Budimir marcó otro gol en fuera de juego tras horror entre Ramos y Militao. El Madrid era débil atrás, inconsistente en la media e irrelevante arriba. Ofensivamente solo tenía, inicialmente, la verticalidad de Odriozola y algún detalle incipiente de Vinicius, pero el Mallorca aún creaba más peligro y pudo marcar en el minuto 16. El Madrid estaba blando y ausente, como si estuviese tomando una fuerte medicación. La media no estaba fijada en el campo, parecía dibujada en una pizarra de agua. Su único sistematismo era intentar la de Benzema bajando a banda, poco más. Descoordinado y deslavazado, el Madrid mejoró a partir de Vincius. Otra vez él. Jugadas individuales en las que se iba del rival y chutaba, aunque tristemente. Auge y caída en cada jugada: euforia en el irse, frustración al acabar. Benzema parecía algo perdido en el estrecho espacio entre Vinicius y Jovic, aunque en el 27 chutó al palo tras un gran pase de James, de nuevo en gran pasador, haciendo de Kroos sin Kroos. Apareció mucho más que Isco, lo que tampoco es decir mucho. Su conexión con Vinicius empujó al Mallorca atrás. El brasileño podía con Sastre, le sacó amarilla y le obligó a cambiar de banda. Mejoró el Madrid al final de la primera parte, subió el equipo y además de Vinicius pudo verse, por fin, a Isco. Estamos hablando, no obstante, de una mejora infinitesimal que no sirvió para crear un peligro convincente. Al descanso llegó el Madrid ya formado, ya metido en el partido. Pero había necesitado cerca de media hora. Y así comenzó en la segunda parte. La presión al Mallorca estaba basada en una más rápida recuperación. Benzema y Vinicius (gran jugada en el 56) estaban cogiendo el tono, pero Jovic decepcionaba por poco amenazante. Menos movimiento que un gato chino. ¿Por qué no Rodrygo, su velocidad, su regate en la banda? Isco tampoco adquiría relieve alguno. Es un jugador que parece en eterna pretemporada. En el 58, Budimir remató con gran peligro (reaparecía el Mallorca arriba) e inmediatamente entró Kubo, que iba a provocar en el aficionado madridista un ligero estrabismo. Poca química entre Jovic y Benzema, y hasta una cierta sensación de estorbo. Como era clamoroso, Zidane sacó del campo a Jovic e Isco por Rodrygo y Valverde. Tenían casi media hora. El Madrid necesitaba algo porque peligro no creaba y hasta su dominio era puesto en discusión. Tampoco era todo gris: Militao demostró buenas condiciones con la defensa a campo abierto. Valverde estiraba el acordeón del Madrid, también quería Marcelo, pero nadie aparecía en la zona definitiva de la mediapunta, en el sitio de romper, y el Mallorca no perdía la sensación de entereza. Mucho menos cuando, en el 74, Odriozola fue expulsado por segunda amarilla en una entrada inútil, llena de frustración. Lago Junior se la hizo en el gol y luego le sacó del campo. Odriozola, verticales aparte, volvió a demostrar una ternura impropia del Madrid. Aun estaba Vinicius, pero todo lo que empezó prometedoramente en la banda lo terminó mal en el área. Con diez, y descoyuntado en la derecha, el Madrid siguió así, sufriendo más que atacando, hasta que Zidane sacó a Brahim (primeros minutos del año) por Vinicius. No mejoró mucho el ataque. No mejoró nada. Balones de James al área, impotencia absoluta y un posible penalti en el que no se recurrió al VAR. Pero el Madrid no fue capaz de hacerle un gol al Mallorca en 80 minutos de dedicación intensiva. Tiene un problema de juego, de organización, de claridad de ideas, de recursos primero y luego de aprovechamiento de los mismos. Ausencia de ideas, de sorpresa, de genialidad o carácter, porque, desaparecido el halo mágico de Zidane, no se percibe energía alguna. Así que antes del partido vital contra el Galatasaray, el Madrid deja una sensación de equipo por hacer, improvisado, atolondrado y depresivo, necesitado de un electroshock desde el banquillo. O en el banquillo.
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