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En los Alpes ganan los maquis

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«Ahora viene nuestro terreno. Somos fondistas». Mikel Landa habla en plural, en nombre de Valverde y Quintana. Son resistentes. De esa cualidad sabe el Plateau de Glieres, el segundo puerto de la etapa de hoy: 6 kilómetros al 11% de desnivel medio y con un tramo de tierra. El pronóstico anuncia que lucirá el sol al paso del Tour. En febrero de 1944 la luz la puso allí la luna llena. Aviones enviados por Churchill lanzaron armas a los maquis, a la resistencia francesa frente al régimen de Vichy y los alemanes. Unos cuantos de esos guerrilleros era aragoneses, exiliados republicanos. Formaron la ‘Compañía Ebro’. Soldados duros. Gente que venía de perder una guerra, que sabía vivir con poco, que peleaba por la libertad donde fuera. Salvaguardaron el botín y el puesto durante más de un mes. Tuvo que cargar contra ellos lo mejor de la Wehrmacht. Los maquis cayeron. Pero su derrota se considera en Francia la primera batalla de la liberación. Hoy, un batallón del Ejercito galo lleva ese nombre en su memoria: ‘Compañía Ebro’. La resistencia. Al Sky le gusta invadir el Tour el primer día de montaña. Desde 2012, desde que el equipo británico manda en el ciclismo y en la ronda gana, ha amarrado la carrera en cuatro ocasiones al primer contacto con los puertos. Es su plan más habitual y le funciona. Esta vez, ese capítulo inicial amenaza con tres puertos de primera y el Plateau de Glieres, de categoría especial. Desde 1987 no había una carretera de tierra en la Grande Boucle. Ahora han vuelto esos escenarios de ciclismo antiguo. En el col de la Finestre, durante el pasado Giro, Froome emocionó a los aficionados sobre aquel sendero polvoriento. Dejó en esa tierra un huella profunda, inolvidable. «Pero no creo que eso pase en Glieres. Está muy lejos de la meta», comentó ayer el británico. Para deshilachar el grupo es mejor la suma de los dos últimos puertos, la Romme (9 kilómetros, al 8,9%) y la Colombiere (7,5 kilómetros, al 8,5%). Son casi la misma montaña y preceden al descenso hasta la meta de Le Grand Bornand. Junto al retorno de las carreteras de tierra, hay otra moda creciente. Las etapas cortas y densas, llenas de montaña. Así es la siguiente, la segunda en los Alpes: en apenas 108 kilómetros hay que escalar la Montée de Bisanne y el col de Pré -los dos de categoría especial-, más el Roselend y el final en La Rosiere. Sonará como una traca. Y no dejará de sonar un día después, en el tercer día alpino. Es una etapa hecha para el peculiar organismo de un escalador, capaz de recuperarse entre cuesta y cuesta. Para los resistentes. Maquis ciclistas. En 175 kilómetros se repasa buena parte de la memoria del Tour: el col de la Madeleine, la Croix de Fer y la 21 curvas de Alpe d’Huez. Hace treinta años, allí se vistió de amarillo Pedro Delgado, que aguantó líder hasta París. Era otro fondista, de la especie del trío del Movistar. Y de Froome, claro, dueño de cuatro ediciones de esta carrera y aspirante a la quinta, a ser como Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin, los que más han resistido en el Tour.
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