En el parlamento de la flamante campeona de Wimbledon, Angelique Kerber, las primeras palabras fueron para su rival, Serena Williams, emocionada hasta las lágrimas a pesar de la derrota. Coraje, agradecimiento y espranza de nuevos títulos es lo que subrayó la alemana sobre la estadounidense, en una final de Grand Slam dieciséis meses después de apartarse de todo para ser madre y superar un calvario en el parto y el posparto del que a punto estuvo de no salir.
Por eso la final femenina de Wimbledon tenía unos tintes tan emocionales desde el primer momento. A pesar del retraso de más de una hora que sufrió el encuentro porque la semifinal masculina entre Rafa Nadal y Novak Djokovic se alargó a las dos horas y cuarto (y había comenzado a las 13.00 hora local, solo una hora antes de cuando estaba programado el encuentro decisivo para las mujeres), la final tuvo toda la emoción que conlleva este momento de los torneos: dos tenistas insaciables, pletóricas en su esfuerzo, su trabajo y su pasión por el tenis, protagonistas de una batalla fantástica de golpes directos, ataques contra ataques y respeto a raudales.
Kerber, infatigable a sus 30 años, se tomó la revancha de la última vez que se enfrentaron en esta ronda de Wimbledon, hace dos años. Fue superior en los momentos en los que todo se decide. A Williams, encantada con haber llegado a la final, emocionada por todo lo que ha conseguido antes, después y durante su ausencia para tener a Alexis Olympia, le faltó energía para amarrar el título 24 de Grand Slam e igualar así a Margaret Court. Le queda esa espinita, pero con la fuerza que ha desprendido en estas dos semanas en Wimbledon, solo es cuestión de tiempo que lo consiga. Olvidados los problemas, ahora le toca disfrutar del tenis, donde es una de las más grandes.
Pero en la final fue Kerber más contundente. Su zurda toca la pelota con dulzura en los puntos de tensión y con garra cuando se trataba de mover a la estadounidense. La alemana, que llegó a número 1 en septiembre de 2016, celebra otro título excelso en su palmarés tras una lección de respeto por su rival tanto para reverenciar su vuelta como para apretarle cuando podía desde el resto. Estrategia que le valió para lograr cuatro breaks con los que encauzar la victoria. Mérito enorme porque Williams tiene un primer servicio demoledor: termina el torneo con 48 saques directos y con velocidades que llegan a los 196 kilómetros por hora.
Confirmados los breaks, la alemana defendió su plaza con autoridad de número 1. Se acerca a él desde el puesto diez del ranking porque vuelve a sumar un título de Grand Slam y ya son tres, pues logró el US Open y el Abierto de Australia en 2016.
Fue la que se llevó el trofeo más grande, por primera vez una alemana desde Steffi Graf en 1996, aunque la ovación fue también enorme para la perdedora, una Serena Williams que no se sintió así en absoluto porque llegar hsta el último día de torneo, en su cuarta competición tras todos los problemas que ha tenido para recuperarse de la maternidad es un éxito incalculable. «Estoy muy feliz de haber llegado hasta aquí. Por todas las mujeres de ahí fuera, hoy he jugado por vosotras», concedió Williams. Así se lo recordó Kerber, agradecida por todo lo que la estadounidense está mostrando al mundo del deporte y fuera de él.
