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Miriam Blasco y Almudena Muñoz: las judocas que cambiaron la historia del deporte español

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Código Desktop Imagen para móvil, amp y app Código móvil Código AMP Código APP Barcelona. 31 de julio de 1992. A las 16.30 horas arrancaba en el Palau Sant Jordi la competición de judo en la categoría de -56 kg. Nadie lo sabía en aquel momento pero cuatro combates cambiarían la historia del deporte español . Una Miriam Blasco de 28 años ataviada con kimono blanco y un cinturón grabado con el nombre de su entrenador, Sergio Cardell, fallecido solo tres semanas antes en un accidente de moto, ponía los pies en el tatami. Primero cayó la coreana Sun-Yon Chung, luego la japonesa Chiyori Tateno, la cubana Driulis González y, por último, ya en la final, la británica Kim Fairbrother. Un pabellón abarrotado con miles de gargantas coreaba el nombre de Miriam bajo la atenta y emocionada mirada de los Reyes de España ante lo que cada vez estaba más cerca de suceder. Un barrido de pierna traducido en yuko (5 puntos entonces) le valió a la vallisoletana para ponerse por encima y aguantar los embates de Fairbrother, que había conseguido un koka (3 puntos) y buscaba a la desesperada ponerse por encima. Tres... dos... uno... Final. El marcador ponía fin a cuatro minutos agónicos. Miriam ya era campeona olímpica. El Palau Sant Jordi estallaba enfervorecido y Blasco rompía a llorar tendida en el tatami entre la emoción de la victoria y el recuerdo de su entrenador. Acababa de hacer historia al convertirse en la primera judoca española en conseguir una medalla olímpica precisamente en la primera cita en que esta disciplina se estrenaba en unos Juegos en la categoría femenina. Pero su gesta iba más allá. Miriam se convertía en ese momento en la primera deportista española en lograr una medalla de oro en unos JJ.OO. de verano -meses antes lo hizo Blanca Fernández Ochoa en los Juegos de Invierno de Albertville-. Miriam Blasco, tras ganar la final ante Kim Fairbrother el 31 de julio de 1992. RTVE Doblete en 24 horas La vallisoletana abrió un medallero que no se había abierto hasta entonces, el de las mujeres, pero que no quedó ahí. Solo 24 horas después, la hazaña volvía a repetirse. En el mismo pabellón, en el mismo tatami y en la misma disciplina, pero con la firma de Almudena Muñoz en la categoría de -52kg. La valenciana tenía entonces 23 años y no partía ni mucho menos entre las favoritas. Tenía enfrente a cinco rivales con un palmarés más abultado a las que las quinielas daban más opciones de ganar, en parte debido a un año en blanco por una grave lesión de rodilla que la mantuvo todo 1990 fuera de los tatamis. Pero sin hacer ruido bajo su carácter tímido fue eliminando una a una: primero a la estadounidense de origen chino Jo Quiring, luego a la turca Damla Caliskan, a la británica Sharon Rendle y a la china Zhong Li. En la final se enfrentaba a la japonesa Noriko Mizoguchi, a la que había estudiado minutos antes del combate pero contra la que nunca antes se había enfrentado. Almudena Muñoz, en la final contra la japonesa Noriko Mizoguchi EFE –¿Cómo recuerda ese combate? – El momento de la final lo recuerdo tranquila, ya tenía la plata asegurada. No conocía a mi rival, me habían comentado que era muy buena en judo suelo y yo me encontraba fuerte y bastante tranquila. Hice mi planteamiento en judo pie con mi agarre y mi desplazamiento y la verdad es que me sentía con mucha ilusión, fortaleza mental y mucha ganas. –Empezó usted marcando y aguantó todo el combate, ¿se hicieron muy duros esos cuatro minutos? – Cuando empecé el combate me vi muy superior a ella. Yo llevaba el agarre, el desplazamiento, la dirección. Marqué muy rápido porque lo vi muy claro y podía haber tenido más oportunidades de marcar, pero como era una judoca que desconocía, que daba muchas patadas, japonesa, que los japoneses trabajan muy bien los desplazamientos, no quise arriesgarme. – ¿Qué fue lo primero que se le vino a la cabeza cuando acabó el combate y el árbitro dijo 'mate'? – Ya está, ya he acabado, lo he conseguido. Mi sueño realizado. Qué ganas tenía de que llegara ese momento. – ¿La medalla de Miriam 24 horas antes suponía un punto más de presión? – Presión ninguna. Había estado dos años antes lesionada. Llegar a los Juegos Olímpicos había costado mucho trabajo, mucho esfuerzo. Tenía tantas ganas de llegar ahí porque me veía con muchas posibilidades... porque yo siempre que iba a un torneo internacional era medalla. Entonces, lo de Miriam fue: si ella lo ha conseguido, ¿por qué no puedo conseguirlo yo? Para mí fue un chute de energía, me reconfortó muchísimo. – ¿Le habría gustado ser usted la primera? – No, yo era muy joven, tenía 23 años, y Miriam era más mayor, era una judoca ya experimentada y con un equipo de trabajo y un preparador físico y unas posibilidades que yo no tenía en ese momento. Lo bonito de este deporte es que métodos diferentes y formas de entrenar diferentes y personas diferentes pueden llegar a conseguir el mismo resultado. Yo creo que Miriam se lo merecía, por su trayectoria, por su esfuerzo y por lo que le había pasado. Fue así porque iban de pesos pesados a ligeros, si hubiera sido al revés habría sido yo. Pero imagínate, de verme dos años antes sin saber si iba poder volver a caminar a ganar el oro olímpico, a mí el orden qué más me daba. – Se lesionó la rodilla muy poco antes de los Juegos – Me rompí todo. Me iba al campeonato de Yugoslavia y solo nos habíamos clasificado Miriam, Begoña Gómez y yo. Me fui a la concentración, me puse con una judoca que no conocía de un peso superior y me rompí la rodilla. Incluso un año después tenía dolores muy fuertes en la rodilla. Iba por la calle y me llegaba gente y me decía: ¿sabes que vas cojita? – ¿Le cambió esa cita olímpica? – Claro. Me vino muy bien porque yo era muy tímida y aunque el judo es un deporte individual siempre estás cambiando de pareja. A mí me daba mucha vergüenza hablar en público, comer con gente, mirarles a los ojos. Entonces imagínate, de un día para otro todo el mundo quería hablar contigo, hacer entrevistas, firmar autógrafos... Me vino muy bien para salir de mi zona de confort. – ¿Cómo llevó de repente ese protagonismo? – Súper bien. Es que los Juegos Olímpicos de Barcelona fueron impresionantes. La gente estaba como si hubieran quedado campeones sus hijos, o ellos mismos. Estaban tan felices con los resultados. Entonces yo era agradecimiento absoluto, es que eran personas que no te conocían y sin embargo estaban súper felices e ilusionados de tu resultado. Era una sensación impresionante. – ¿Qué es lo que más le gustó? – Todo, es que fue llegar y ya tenías a la gente ahí. Lo que más me impresionó es la unión y el cariño de la gente. Todo el mundo volcado en que eso funcionase y en disfrutar de la alegría de la gente. Todo eso lo echo muchísimo de menos, eso que se vivió en Barcelona no lo he vuelto a vivir. – ¿Qué guarda a día de hoy? – Tengo la medalla en casa en una vitrina, la mascota Cobi, el traje del desfile... En fin, muchas cosas. Almudena Muñoz posa con su medalla. CEDIDA Una cita histórica La magia de Barcelona 92 hizo que España lograra un total de 22 medallas, una cifra nunca antes vista: 13 oros, siete platas y dos bronces . El deporte español vivió uno de sus momentos más dulces hasta la actualidad y el judo a nivel particular, ya que el estreno de este deporte como olímpico en categoría femenina contribuyó a engordar el medallero con los dos metales de Miriam Blasco y Almudena Muñoz. Ambas judocas inauguraron una época dorada en este deporte que continuó en las siguientes ediciones, en las que la delegación española cosechó grandes éxitos convirtiendo al judo en uno de los deportes más laureados de los Juegos Olímpicos. Muñoz, que tras Barcelona sopesó la retirada seriamente, cambió de opinión con gran acierto. Solo un año después ganó el campeonato de Europa y quedó subcampeona del mundo. Se clasificó para Atlanta 96, aunque en esta ocasión se quedó fuera del pódium y una lesión en el hombro un año después le obligaron a retirarse de los tatamis, pero no a alejarse del deporte. En la actualidad trabaja en la Concejalía de Deportes del Ayuntamiento de Valencia. Miriam Blasco, el pasado mes de junio en un acto en Benidorm. RFEJYDA Blasco, que tras alcanzar lo más alto del olimpo sí decidió dejar la alta competición -en su palmarés ya figuraba un oro mundial y otro europeo-, siguió presente en los éxitos que llegarían años más tarde. Yolanda Soler e Isabel Fernández, bronce las dos en Atlanta 96, eran alumnas suyas -Fernández llegó a conseguir el oro en Sídney 2000 y ha sido la judoca con más JJ.OO-. Después de conseguir el oro y ser entrenadora de campeones olímpicos, se dedicó a la política valenciana. Ahora, imparte clases de judo en el club que lleva su nombre, hace labores de voluntariado y da charlas. Recientemente ha publicado varios libros infantiles sobre el deporte que la llevó a lo más alto junto a su mujer. Y es que años después de la cita de Barcelona, el destino quiso que quien fuera su rival en la final, Kim Fairbrother, se convirtiera en su pareja fuera del tatami.

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