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Crisis sobre el tatami

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Para evaluar con certeza la actuación del judo cubano sobre el tatami del Nippon Budokan, sede del deporte durante los Juegos Olímpicos de Tokio, habría que dividir los argumentos en dos direcciones opuestas: por una parte, el efímero paso de los representantes masculinos por el colchón de competencias; por otra, el sabor agridulce dejado por el equipo de muchachas dirigido por Yordanis Arencibia.

Del masculino, cualquier análisis sufriría la deuda de carecer de criterios directos de los protagonistas y, por ende, de la posible omisión de interioridades con importancia capital en un resultado que —por emplear un calificativo noble— fue triste. Asistieron tres judocas cubanos a la magna cita y ninguno de ellos fue capaz de sobrevivir a más de un combate.

Ni Magdiel Estrada, de los 73 kilogramos (kg), ni Iván Silva (90 kg), ni Andy Granda (+ 100 kg), mostraron sobre el tatami la forma física adecuada para un torneo de semejante envergadura, pese a los meses de entrenamiento previo, que incluyeron la incursión en eventos de Grand Prix y bases de entrenamiento en Europa.

Cierto es que durante casi la totalidad del calendario de 2020 los atletas debieron pulir sus fortalezas físicas y técnicas de forma individual y desde casa, sin los recursos apropiados para lograr una preparación óptima, todo a causa del impacto de la pandemia de COVID-19 en el país.

No obstante, los amantes a este deporte en el Archipiélago esperaban más, sobre todo por el talento y las condiciones innatas del trío de figuras presentes en Tokio. De cara al venidero ciclo, el entrenador jefe de la escuadra, Julio Alderete, deberá redoblar esfuerzos y trazar una estrategia seria para que lleguen en mejores condiciones y también para que otros deportistas jóvenes aspiren a lograr su cupo clasificatorio. Urge un giro brusco de timón para sacudir errores.

Por el femenino, otra vez Idalys Ortiz logró ubicar a Cuba en el mapa de un deporte que, por enésima ocasión, dominaron abrumadoramente los japoneses. La artemiseña no llegó a Tokio como favorita a ganar la división y algunos osados analistas pusieron en duda incluso una posible presea. Y ella, tan grande como siempre, volvió a sacar su fortísimo gen competitivo para tumbar a cada oponente hasta la final.

Una vez allí, sabedora de su gesta, apenas pudo con el desgaste físico de los pleitos previos. Pero ya era medallista por cuarta ocasión consecutiva. Ya había aumentado su leyenda y regalado al judo cubano una presea balsámica.

Junto al segundo puesto de Ortiz, recuerdan todavía los aficionados el carácter de Kaliema Antomarchi, quien retó con bravura a las mejores de su división y vio escurrirse entre sus manos un bronce que merecía. La actuación de la representante criolla en los 78 kilogramos, aun sin podio, merece todos los elogios.

Pudiera asegurarse entonces, teniendo en cuenta que Maylín del Toro quedó en el camino en su segunda presentación, que solo dos atletas de seis —y seis, en comparación con citas precedentes, es un número reducido— estuvieron a la altura de un torneo como los Juegos Olímpicos.

Y esto, por muy fuerte que suene, resulta doloroso para una disciplina que antaño regaló tantas glorias a Cuba. Tokio ratificó la crisis que algunos auguraban. Por ello, el judo necesita un proceso serio de introspección, de análisis y de acciones concretas para enderezar su rumbo. Mañana es tarde para comenzar. 

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