El fútbol es nuestra metáfora nacional
La mediocridad del fútbol masculino de primera división en Costa Rica es una buena metáfora del país que hemos llegado a ser. Repasemos los fríos números: en nuestro campeonato, el superlíder ha obtenido 20 puntos en 11 partidos, una pírrica cosecha de apenas 60%. Ha empatado o perdido casi tantas veces como ha ganado. Del segundo al cuarto lugar, las estadísticas son casi iguales. Van atrás por haber jugado un partido menos. Y, si todavía no lloran a moco tendido, vean esto: el sexto y sétimo lugar de la tabla, con menos del 40% de los puntos, están a un estornudo de los líderes, cuatro o cinco puntos atrás. Ganan un par de mejengas y a celebrar la hazaña de ser punteros.
En las principales ligas europeas, los líderes tienen rendimientos superiores al 80%. Lideran porque ganan, no por un colocho de resultados. En Argentina, Brasil y México, la tasa de éxito es superior al 70% y hay una gran distancia entre líderes y media tabla.
Pero, me dirán, ¿qué importa ese flojo rendimiento si la gente sigue igual de enfiebrada; celebra los campeonatos como si fueran títulos mundiales y recicla los chistes de siempre entre saprissistas y liguistas? ¿Qué importa que los equipos líderes ticos la vean fea en Belice y Nicaragua, “bastiones” del buen fútbol? Al final, todos felices con la misma película año con año, pues a público poco exigente, espectáculo mediocre. Y ahí está el detalle: la yunta entre medianía y resignación.
Siempre podemos acudir a glorias pasadas para excusarnos: que hemos ido seis veces al Mundial y fuimos octavos en el 2014. Además, desde la ignorancia, hasta podríamos desafiar: ¿cuénteme qué otro pequeño país ha logrado esto? Y, cuando alguien responde: Uruguay (dos veces campeón mundial), Croacia (finalista), entonces diremos: “Ah, pero quedan muy largo”. En resumen, desde que se inventaron las excusas, el vago trabaja.
Nuestro pleito de la selva entre jaguares y demás especies es puro diversionismo político para la entretención. Gritos, dramas y pedidos diarios de todo el poder para mí (y los míos) patinan sobre una realidad incontestable: la de un país cuya democracia desarmada, economía abierta, aspiraciones de equidad y sostenibilidad ambiental están amenazadas. Pero, como filosofó un exministro de Hacienda luego de una metida de pata suya que favoreció a unos vivillos: no sabía que los ticos eran tan mentirosos. Confisgados que somos.
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.