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El análisis de la Copa Oro: Así se acomodan la clase alta, media y baja en el vecindario de la Concacaf

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En la década de los 90, Estados Unidos decidió dejar de jugar su rudimentario soccer y alinearse con el deporte que practicaba el resto del planeta: en pocos años crearon una liga profesional, organizaron un Mundial, levantaron infraestructura y desarrollaron un semillero inagotable que les permite tener Selección A, B, C y todas las letras del alfabeto.

Por aquella misma época, Centroamérica se dividía en dos bloques: los países futboleros éramos Costa Rica, Honduras, Guatemala y El Salvador; mientras tanto, en la mesa de los niños se sentaban Panamá, Nicaragua y Belice, los dos últimos cuando amanecían con ganas de organizar una selección.

México se pavoneaba con su rótulo de “gigante verde” y Canadá era una incógnita, aunque clasificó al Mundial de 1986 con un fútbol austero y un guardameta de nombre Tino Lettieri, que salía a los partidos con una lora de peluche en el hombro.

En el Caribe, el balompié era tan básicoque para la eliminatoria rumbo a ese Mundial de México, Trinidad y Tobago jugó los dos partidos contra Costa Rica (ida y vuelta) en nuestro país, pues no contaba con las condiciones para albergar en casa un duelo de ese calibre. Los trinitenses perdieron el primero 3-0 pero en el segundo se pellizcaron: sacaron un empate 1-1 que fue todo un escándalo.

En solo unas décadas ese ecosistema se reorganizó y cada torneo, como la Copa Oro que este domingo llega a su fin, emite certificados sobre el nuevo orden.

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Costa Rica estuvo cerca de eliminar a Estados Unidos en cuartos de final, aunque cada vez cuesta más seguirle el ritmo al Tío Sam, que cuenta con recursos inagotables de todo tipo, incluyendo oleadas de migrantes que nutren su cantera, canchas de billarista, detección de talentos con satélites de la NASA y un sistema creado para que ningún prospecto se desperdicie.

México cedió terreno y desde el Aztecazo del 2001 ya no es inalcanzable; continúa estando varios peldaños arriba, mas tiene que dormir con un ojo abierto. Canadá vuelve a ser potencia, pero antes descendió a las minas en los años 90 y 2000; trabajó en silencio, extrayendo con cabeza fría las lecciones de cada “fracaso”. Si la selección canadiense pierde, el entrenador se puede ir a cenar tranquilo con su familia; en muchos otros países, incluyendo el nuestro, hasta la más inocente derrota puede desencadenar incendios que estropean los procesos a largo plazo.

Los tres países norteamericanos están en la clase alta de Concacaf, a la cual Costa Rica tiene difícil aspirar en este momento, al menos bajo las condiciones actuales. Allá poseen patrocinadores gigantes que sostienen la línea de producción; el embudo es enorme en la etapa de masificación y el producto final llega altamente refinado.

Quizás más adelante podríamos volver a alcanzar a Canadá, que carece de una liga competitiva, tanto que sus mejores equipos tienen que pedir refugio en la MLS. Ya Guatemala los derrotó en esta Copa y hay que tomar nota, aunque apreciando los matices: los chapines se beneficiaron de un hombre de más todo el segundo tiempo y se crecieron en los penales (a diferencia de Costa Rica, que se hizo diminuta en la tanda contra Estados Unidos, con tres de seis fallados).

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A los estadounidenses sí les tenemos la medida puesta en casa, una sana costumbre que ojalá no se pierda. Entramos ganando desde que el bus va dando la vuelta por La Sabana, pues llegan con ese temor que les quedó tras los horrores que vivían en aquellos ásperos partidos del Ricardo Saprissa (desde el terremoto de la gradería sur hasta insultos y escupitajos).

En Centroamérica, el avance de Panamá tomó a todos por sorpresa. No están tan arriba como en las fantasías de Chepe Bomba, pero hace tiempo dejaron botados a El Salvador y Guatemala, y le gritan en la cara a Honduras y Costa Rica.

Por eso hay que leer con cuidado los resultados de esta Copa Oro: Guatemala clasificó a semifinales y Panamá se quedó en la ronda de cuartos, pero nadie sería capaz de afirmar que los chapines están por encima de la selección canalera.

Lo de Panamá es un caso de estudio, porque tienen un campeonato nacional muy débil, lo cual no les impide producir jugadores que combinan técnica con un alto despliegue físico. No todos son gimnastas o levantadores de pesas: Adalberto Carrasquilla juega con traje entero y recuerda a los mejores 10 de la historia del istmo.

De esta forma, en Centroamérica tenemos una clase media acomodada, con Costa Rica, Honduras y Panamá (casi se pueden ubicar en cualquier orden), y una clase media más modesta (Guatemala y El Salvador), que llega justa a fin de mes y sueña con irse de vacaciones a un lugar de moda.

Nicaragua aspira a subir a esa categoría; por ahora parece lejano, aunque tomando en cuenta el antecedente de los panameños, hay que seguir su evolución antes de que metan quinta y los tengamos al alcance del espejo retrovisor.

Por su parte, los equipos del Caribe nunca terminan de consolidarse y siguen oscilando entre la clase media-baja y la baja. Países como Jamaica y Trinidad y Tobago cuentan con la infraestructura y el biotipo; jugadores que militan en ligas encopetadas (especialmente la Premier), aunque siguen sin dar el salto. Sus participaciones en mundiales son eclipses de una vez perdida y en la Copa Oro se quedan en los primeros rounds.

Haití es un caso aparte, más bien hace demasiado: con sus tremendas carencias de todo tipo, sería una locura pedirles que pongan al fútbol como prioridad.

La Copa Oro termina este domingo 6 de julio, con el duelo de siempre entre los dos colosos que se reparten el 94,4% de los títulos de este desigual torneo. Los demás tienen que mirar de lejos y conformarse con lo que cae al suelo.

El duelo entre Estados Unidos y México será en Houston a las 5 p. m. hora de nuestro país. Sorprendente, quién hubiera pronosticado que esa iba a ser la final.

Después viene la parte decisiva de la eliminatoria mundialista, para terminar de acomodar los estratos. A Costa Rica le tocó el rival menos deseado, Honduras (por la distribución de bombos no podíamos ir contra Panamá). Aquí vemos con cierto temor a los catrachos y allá ven con temor a la Sele. Se viene una de esas batallas para la historia, que alimentan las tertulias, los libros de estadística, las redes sociales, los duelos de palabras entre periodistas de verbo inflamado y las discusiones eternas sobre quién es el mejor, que a fin de cuentas le dan alma a este deporte.

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