Renato Gaúcho, el entrenador de Flumninense que presume de haberse acostado con 5.000 mujeres
«En dieciséis años en la Roma es el único jugador al que vi llegar bebido al entrenamiento», confiesa Giuseppe Giannini, ex capitán del equipo romano. La temporada que pasó en el equipo italiano fue la única que Renato Portaluppi –o Renato Gaúcho– vivió fuera de Brasil. Apareció en helicóptero en Trigoria, en el campo de entrenamiento del equipo para su presentación. «Ha llegado un fenómeno, pensábamos», recuerda Bruno Conti en «La Gazzetta dello Sport». «Es el Gullit blanco», afirmó el sueco Nils Liedholm, entrenador romanista entonces. «Más que los defensas, de mi deben preocuparse sus mujeres», anunciaba el brasileño. La temporada fue un desastre deportivo, no marcó ningún gol en 23 partidos, y un éxito fuera de las canchas. Lo que más llamaba la atención de sus compañeros al ahora entrenador de Fluminense era lo poco aficionados al sexo que eran los jugadores italianos. Difícil competir con Renato, que cuenta que por su vida han pasado más de 5.000 mujeres. «Una vez coincidí en un programa de televisión con Pelé y pusieron un gol suyo», recuerda. «Mil goles», le dijo «O Rei» al oído. «Por cada gol tuyo, una mujer mía», fue la respuesta. «Lo que pasa es que Pelé paró en mil y poco y yo no», presume Renato. Cuentan que en 1985 apareció en un programa de televisión con 50 rosas, una por cada «novia» que tenía entonces.
Sus hazañas fuera del campo compitieron con sus habilidades sobre el césped. A pesar de ser una estrella en Brasil, sólo jugó un partido en las fases finales de los Mundiales, el que los brasileños perdieron con Argentina en los octavos de final del Mundial 90 con gol de Canniggia. Y apareció desde el banquillo para sustituir a un defensa, Mauro Galvão, cuando Brasil ya perdía y sólo quedaban siete minutos para el final. Telé Santana lo había apartado de la lista definitiva para el Mundial de México 86 después de que se saltara el permiso para llegar a la concentración a las diez de la noche y se presentara por la mañana junto a su amigo Leandro. Desde entonces juró odio eterno a Telé.
Para entonces, Renato ya había ganado la Libertadores y la Copa Intercontinental con Gremio. En 1983 dos goles suyos derrotaron al Hamburgo y fue nombrado mejor jugador del torneo que enfrentaba a los campeones de Europa y de Sudamérica. Renato fue ídolo en Gremio, igual que lo fue después en Fluminense y Flamengo, los dos grandes equipos de Río de Janeiro. Y sigue siéndolo. Es el único brasileño que ha conseguido ganar la Libertadores como jugador y como entrenador. Las dos veces con Gremio. Lo mínimo que pide su ego es una estatua para conmemorar su hazaña. «Me merezco una estatua. ¿Cuántos títulos más tengo que ganar para tenerla?», reclamaba después de derrotar a Lanús en la final de la Libertadores. Desde 2019 ya la tiene.
Esta es su sexta etapa al frente de Fluminense, con el que se ha plantado en los cuartos de final del Mundial de clubes. Pero el tiempo que estuvo parado no lo dedicó a estudiar métodos de entrenamiento ajenos. «Los que saben de fútbol se quedan junto al mar jugando al futvoley. Los que no saben se van a Europa a intentar aprender algo», advierte. Y se defiende de los que critican su labor en el banquillo. «Yo intercambio ideas con mi grupo. La gente habla, no conocen de mi trabajo, en fin. Sé de mi capacidad y del grupo que trabajo y entiende mi forma de trabajar», afirma. «Dicen que Renato no entiende la parte táctica. Lo que más entiendo es la parte táctica, pero no tengo que dar explicaciones a la prensa».
Renato se siente igual de capaz como entrenador que como futbolista. «Ustedes continúan siendo buenos alumnos, pero el maestro ha vuelto», les dijo a Tulio, goleador de Botafogo, y a Romario después de decidir con un gol con la barriga en el último minuto la final del campeonato carioca en la que Fluminense derrotó a Flamengo en 1995. Cuando dirigió a Gremio en la final de la Intercontinental contra el Real Madrid en 2017 se comparaba con Cristiano Ronaldo. «Fui mejor jugador que él. Es un gran futbolista, pero no es tan versátil como era yo. Es muy fuerte, pero no tiene mucha técnica», decía. Renato siempre tuvo la autoestima alta. Guilherme Macuglia, compañero suyo en los primeros años de Gremio, recuerda su llegada al club en 1980, cuando aún no había cumplido los 18. Los jóvenes de la cantera se sentaban en la grada a ver los entrenamientos de la primera plantilla. «Voy a jugar en ese equipo. Soy mejor que esos que están ahí», dijo. No aclaró si dentro o fuera del campo, pero no tardó en cumplir su promesa.