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¿Por qué echamos a Koeman?

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Le propongo a un amigo de la Real ir al partido y me dice que ahora se ha acostumbrado a un fútbol de más calidad. Se va a cenar a Xemei, pletórico de trufa blanca. Menos de media entrada ayer en el Camp Nou. En Xemei, uno de los últimos baluartes de la mejor Barcelona que aún queda en pie, no cabía ni una aguja, a 60 euros –precio muy de agradecer– el plato con tartufo. Sergi Barjuan siempre fue un tipo correoso, eficaz, rudo y poco inteligente. Uno de los pocos errores de Joan Laporta, que para agradecerle el apoyo durante la campaña y según el pacto que establecieron, le entregó el filial en detrimento de un entrenador bastante más completo y competente como sin duda lo es Javier García Pimienta. Ver a Barjuan en el banquillo del Barça, aunque sea en régimen de interinidad, sirve para no olvidar lo tristes y desesperados que estamos. El Alavés salió a no plantear ningún problema al Barça y se limitó a defenderse muy cerca de su portero; de todos modos los azulgranas tampoco hallaban la profundidad ni siquiera la luz. El jueves, al día siguiente de ser cesado, Koeman cenaba en el concurrido aunque mediocre restaurante Upper Diagonal de Barcelona, sin que nadie se fijara en él ni mucho menos le molestara. El viernes a mediodía tomaba el aperitivo con un amigo en el todavía más popular Bar Turó, de Romain Fornell, muy relajado y con momentos de grandes carcajadas, sin que a nadie le llamara la atención su presencia ni mucho menos le pidiera un autógrafo, un selfie o le increpara. Ha llegado un momento en que el Barça –y ayer las desnudas gradas del Camp Nou lo certificaban– ha caído tan bajo que ha dejado hasta de ser un tema de conversación más allá de los cuatro empecinados. El Alavés, incluso estando en su mejor momento de la temporada, es el equipo menos goleador de la Liga y necesita hasta 20 remates para marcar. Acto de presencia y poco más durante la primera parte. Claros candidatos al descenso los vascos. El Barcelona hizo algo durante diez minutos y luego se fue apagando. Sus registros goleadores son los peores desde hace 18 años. Todo estaba como a la espera de la llegada de Xavi. Pese al comunicado de su todavía equipo, diciendo que le quedan dos años de contrato, y que algunos directivos de Laporta sugieren que el exjugador es sólo una opción entre otras, el fichaje se está cocinando a fuego lento, pero va bien. El Kun sufrió lo que pareció una especie de soponcio, una bajada de tensión o algo similar a un principio de lipotimia, y fue sustituido por Coutinho. Casi irónicos los pitos del público al portero visitante, al filo del descanso, por perder el tiempo, cuando el Barça lleva años no sólo perdidos sino directamente tirados a la basura. Primera parte anodina, vulgar, sin que en nada se notara la personalidad –si es que tiene alguna– de Barjuan. Para hacer esto no hacía falta echar a Koeman. Para poner a Coutinho a la primera de cambio podríamos haber esperado tranquilamente a que el jeque soltara a Xavi. Sólo se presentaron 37.248 espectadores al Camp Nou. Más que baja, era una entrada miserable. Memphis premió a los pocos fieles con un golazo desde fuera del área, pero el Alavés nos recordó exactamente lo que somos al cabo de tan sólo tres minutos, y Rioja empató de un gol fruto de una hermosa jugada colectiva. Hermosa, sí. Y hasta muy hermosa. Pero el Barça se ofreció suave al sacrificio, como una barra de mantequilla. Gavi, Nico y Memphis peinaron un par de trenzas brillantes pero que acabaron una en el palo y la otra desbaratada por Sivera. Piqué, lesionado Como en la primera parte, el Barça tuvo unos minutos de luz pero poco a poco, y sin saber muy bien por qué, fue menguando. Superiores en talento, los azulgranas parecían poco convencidos de sus posibilidades de ganar. Cayó Piqué, lesionado, y le sustituyó Lenglet. Entró también Riqui Puig por Gavi: nunca Koeman le dio veinte minutos en un partido complicado. Extraño cambio, no tanto por Riqui como porque Gavi estaba siendo el mejor. Nico pidió el cambio y lo sustituyó Balde. Abde entró por Mingueza. En el mismo instante, una ambulancia salía del Camp Nou, escoltada por un coche de seguridad del club, para llevar al Kun al hospital a realizarle más pruebas. Empate de impotencia, falta de recursos y de imaginación. El cambio de entrenador, imperceptible. El Barça volvía a hundirse por los mismos motivos y mañana Koeman, muy tranquilo y con 12 millones en el bolsillo, volverá a quedar para tomarse algo con sus amigos.
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