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A España solo le falta un pasito

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España, que nadie llore por el resultado, se vuelve de Milán sin trofeo, pero con la certeza de que hay un notable equipo en construcción, reenganchado el personal a esta selección que compite hasta la extenuación y que a punto estuvo de tumbar a la Francia de Benzema y Mbappé, autores de los dos goles que alteraron el plan de Luis Enrique. Se ganó estupendamente a Italia y durante un rato largo se anuló a la campeona del mundo, pero falta esa pizca de experiencia y veteranía como para regresar al cielo, más cerca de lo que pueda parecer. Castigada por un tanto polémico y por la difícil interpretación de la norma (Mbappé, en el segundo, recibió en fuera de juego, pero tocó el balón en Eric García), España puede regresar con la cabeza alta como lo hizo de Wembley, aunque también hay que recordar que los grandes equipos se gestan con títulos y triunfos. Cabe pensar que este es el camino y que ya llegarán. Fue un partido muy serio para una España muy seria, una final en toda regla porque todos han entendido que este torneo, por menor que sea, no era tampoco un bolo de verano y que merecía implicarse hasta las trancas, no todos los días se gana un título con tu país. Expuesta a una prueba de altísimo nivel, la selección se vacío en San Siro y exhibió una madurez no hace tanto añorada, perfecto el entramado defensivo para secar a tres búfalos como Benzema, Griezmann y el celestial Mbappé. Con Eric García por fin a la altura de lo que se decía de él, Laporte encontró a un expeditivo socio en el eje de la zaga y la presencia de Rodri como interior (por primera vez jugó de inicio con Busquets) daba a entender que la principal premisa era evitar las estampidas de los franceses, que son pura electricidad cuando les da por correr. El plan salió de maravilla en el primer acto y a España, que tuvo siempre el control moviendo la pelota de lado a lado, se le vio muy bien plantada, otra vez entregada al descaro de un Gavi cuya semana en Italia es para enmarcar. El chico tiene agallas, rasca y no pierde casi nunca el balón, liberado como único jugador del centro del campo con cierto picante. Puede, sin embargo, que España echara de menos algo de creatividad porque el dominio no se tradujo en ocasiones, alguna internada del recuperado Ferran, un tirito manso de Sarabia que no inquietó a Lloris y muy poco más en 45 minutos de altura. No era muy divertido el encuentro, no al menos para el espectador porque sobraban las porterías, pero había pulso, intensidad y actitud, eso nunca le falta al equipo de Luis Enrique, que lo aplaudía todo desde la banda porque le gustaba mucho lo que veía. Eric y Mbappé En todo ese pasaje, no hubo nada de Francia, solo un mano a mano de Benzema con Unai sin trascendencia porque el portero aguantó muy bien, pero que se hubiese anulado porque el delantero del Madrid estaba en fuera de juego. Mbappé perdía una carrera con Eric García -quién lo diría- y tampoco le ganaba en el cuerpo a cuerpo, Griezmann tenía que ir a buscar la pelota a su campo de mala gana y los centrocampistas de Deschamps no son precisamente ilusionistas, siempre con Pogba pululando por ahí. Antes del descanso, caía Varane por lesión y entraba Upamecano, tan corpulento, por así decirlo, que da miedo y más o menos todos parecían satisfechos con el transcurso de la pelea, que exigía un cambio en la reanudación. Lo tuvo y de golpe hubo acción en la película, de portería a portería sin que tampoco hubiese ocasiones. Sarabia robó a Koundé, pero su asistencia a Ferran fue demasiado fuerte, y en un periquete la pelota estaba en el área de Simón, con Marcos Alonso rapidísimo para evitar que Mbappé recibiera para fusilar. Con ese par de arreones, se animó San Siro, con muchísimos españoles de Erasmus que, más allá del partido, se lo pasaban pipa con sus bailecitos. España había duplicado su dominio, pero todo se intuía mucho más vivo, mucho más abierto, mucho más imprevisible. Y en tres minutos, de sopetón, una locura fantástica e inexplicable. La primera vez que Francia pudo correr terminó con un disparo al larguero de Theo Hernández, al que asistió Benzema después de que le habilitara Mbappé. Ni se había repuesto del susto España cuando Oyarzabal, a la carrera, sonrojó a los centrales franceses y remató con ese 47 que calza de pie, del 0-1 al 1-0 en la misma jugada. Se prolongaron los abrazos, una carantoña por aquí, un beso por allá, y en un santiamén, otra vez al galope, golazo descomunal de Benzema, que rehabilitaba a Francia y dibujaba un partido nuevo con una parábola desde el costado que entraba de por la escuadra de Simón. Fue como el descorche de una botella de champán, un tramo de puro frenesí. La final estaba preciosa, si bien a España no le interesaba jugarse el premio a los golpes porque en eso es imposible vencer a Francia con semejantes delanteros. Por entonces, Mbappé ya se había enchufado y los galos se excitaban con tanto espacio, rapidísimos para montar transiciones y beneficiarse del desorden temporal de la selección. No pintaba del todo bien. En una de esas, Theo Hernández leyó a la perfección el desmarque de Mbappé, le dejó solo ante Unai y el delantero más cotizado del planeta hizo lo que hace mejor que nadie. El gol tiene su miga porque Mbappé estaba en fuera de juego, es obvio con la imagen en estático, pero la norma, que tiene mucho de absurdo, dice que esa posición antirreglamentaria deja de serlo porque la pelota toco en Eric García. Es lo que marca la regla y hay que cumplirlas. Otra cosa es la interpretación del fútbol por parte de quien redacta esos textos, pero ese debate es tan amplio... El tortazo fue muy doloroso para España, aunque nunca, jamás, se dio por vencida. Entraron Fornals y Merino y Oyarzabal exigió a Lloris, volcado el equipo hasta el último aliento con Simón subiendo a rematar para morir con toda la dignidad del mundo. De Italia se vuelve sin medalla, pero con la sensación de que algo bueno se está cociendo. De momento, le falta un pasito, pero no está tan lejos.
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