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Me gusta el fútbol

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Hay que reconocer que muy pocas cosas tienen hoy mayor capacidad de movilización que el fútbol. Inmersos ya de hoz y coz en el Mundial de Rusia, organizado a mayor gloria del ególatra del Kremlin, la próxima semana nos preocuparemos de Irán y Marruecos mucho más de lo que lo hicimos cuando Perejil o cuando los ayatolas amenazaban con poner el mundo patas arriba. El mundial ha empezado calentito, con un ataque de celos a lo Telecinco de Rubiales, que se habrá hecho él solito el harakiri si España se ve apeada a las primeras de cambio; con Florentino haciéndonos la cusca a los españoles, no tanto por haber anunciado que se llevaba a Lopetegui un día antes del pitido inicial, como por la inoportunidad de ese anuncio (aunque el presidente de ACS no es un tonto con iniciativa y sus bromas siempre esconden una intención); con un equipo que, como reconocía Ramos, vive ambiente de velatorio y con una afición, como siempre, dispuesta a arrastrar por los pelos a los suyos a la primera metedura de pata (que se lo digan si no a De Gea, tan solidario el hombre con su colega de la Premier Loris Karius).

Pero que el fútbol levanta pasiones puede, además, comprobarse en una ciudad tan poco dada a ellas como Valladolid. Adormilada andaba la del Pisuerga hace un par de meses, resignada a seguir teniendo un año más un equipo de segunda, con jugadores de segunda, entrenador de segunda y estadio de segunda. Sólo unos miles de aficionados seguían, bien por amor a los colores, bien por la fuerza de la costumbre, subiendo a Zorrilla un domingo sí y otro no para animar y cantarle a su Pucela. Pero hete aquí que desembarcó en la playa de la Rosaleda un entrenador nuevo, uno de esos que uno espera que salven al equipo de un abismo aún peor, pero poco más. Y, sin embargo, ese entrenador que un día hizo grande como jugador a un Depor que la próxima temporada jugará en Segunda, ha sabido obrar el milagro. En apenas dos meses ha llenado de esperanza la ciudad dormida y el público ha empezado a creer y los sufridos aficionados se han ilusionado y la gente ha cobrado vida y las taquillas han retirado las telarañas y los accesos se han colapsado y la policía ha tenido que organizarse y los políticos han empezado a pegarse por el palco (alguno cambiando el balón oval por el esférico sin mayor rebozo) y los jugadores se lo creyeron y el Molinón enmudeció y los Pajaritos dejaron de cantar y el Pucela se vino arriba y la Primera estaba ahí y… ahora recuerdo, de repente, que me gusta el fútbol.

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