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El Despertar de la Memoria

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Una ruta olvidada es un verso incompleto, y este domingo acudimos a la llamada silenciosa del calendario para terminar de escribirlo.

El trazado, dormido en dulce letargo desde aquel lluvioso junio de 2021, nos convocó de nuevo en Collado Villalba. No solo para pedalear, sino para confrontar un recuerdo.

En el punto de encuentro, envueltos en una ligera niebla, el aire se muestra menos frío de lo esperado, aunque con rastros evidentes de la lluvia reciente. El fantasma de aquella tormenta de hace tres años, esta vez, no tuvo intención de acompañarnos.

Quienes acudimos, fieles a la cita, fuimos muchos: Andrés, Enrique, Fer, Jesús, José María, Juan, Luis Ángel, Miguel Ángel, Nacho, Pedro, Rafa, Raúl, Samuel y yo mismo, Alfonso.

Diciembre avanza y nosotros con él, dando las primeras pedaladas. Los Negrales, Alpedrete, Guadarrama… nombres propios que hoy no exigen, solo nos observan cruzar sus calles como testigos mudos.

Atravesar la Cañada Real de las Merinas hacia Guadarrama fue un acto de pura nostalgia, un calentamiento para el alma antes que para las piernas. Pero el corazón de la ruta no tardó en cobrar su tributo: el duro cordel de la Calleja de los Poyales, elevándonos hacia Los Molinos.

Cinco kilómetros de ascenso continuo, un viejo reproche que pica y escuece. Cada metro superado es una conversación íntima con uno mismo: esa duda eterna entre apretar, porque todavía hay fuerzas, o reservarlas. Por suerte, esta vez la montaña nos encuentra dispuestos.

Los prados lucen un verdor recuperado que suaviza la mirada, y los senderos, cubiertos de vegetación, nos guían entre cazadores que no agradecen nuestra presencia. El sentimiento, huelga decirlo, es recíproco.

La zona de la Hípica de Prados Monteros es un auténtico barrizal que atravesamos con cautela para no resbalar, dejando hoy sin visitar el entrañable embalse de los Irrios.

El grupo se estira buscando emoción con la velocidad, pero pronto el monte vuelve a reclamarnos, levantando nuevos repechos. Algunas piernas protestan y alguien exclama, alarmado, al ver la dirección hacia el Camino de la Solana y de los Lomitos.

Como haya que subir, me doy la vuelta.

Tras la intensidad, una senda y la calle del Faro nos acercan al pulso de Cercedilla. Hoy, sin embargo, buscamos tregua: ni Camino Puricelli, ni ascenso por la Carretera de las Dehesas al encuentro del Puerto de la Fuenfría. En su lugar, transitamos lo conocido: Calle Mayor y calle del Carmen, antes de tomar largo tramo por la Avenida Sierra de Guadarrama.

Son kilómetros urbanos y por carretera, en ascenso, que no suelen agradar, pero son el peaje necesario. Algunos senderos paralelos nos permiten esquivar tramos de tráfico.

Después, nos adentramos en ladera de la Dehesa de la Golondrina, que enseguida nos muestra su primer repecho serio. ¡Hoy sí!, toca rodearlo, al menos en parte, privando a mis compañeros del “divertido” ascenso hasta el Cerro de la Golondrina. Una omisión calculada que ahorra esfuerzo en las piernas, aunque nos robe la amplia panorámica hacia el embalse de Navacerrada.

Superado el Collado del Buey (1308 m), punto más alto del día, la montaña nos concede su recompensa. La fuente de los Rasos se muestra seca, pero el camino se quiebra justo después y nos regala un tramo perfecto para soltar los frenos y dejar que la inercia hable por nosotros.

Es un descenso vibrante, una bocanada de aire fresco que nos lleva directos a la calma de la Fuente de los Cabreros. La foto de grupo es obligada, y somos hoy tan numerosos que la propia fuente desaparece tras nuestras sonrisas.

La Sierra del Castillo nos abre su manto verde hacia Collado Mediano, guiándonos por pistas de grava. Las viejas lagunas, testigos de barro y risas pasadas, hoy solo nos admiten un zigzagueo divertido.

En una encrucijada de caminos, el nuestro comienza amable y ancho, pero poco a poco se estrecha hasta convertirse en un sendero técnico en descenso donde mirar el GPS es un riesgo. Es un punto crítico y el laberinto cobra su precio en forma de extravíos.

Tras reunirme con Fer, seguimos el track, pero un error en el cruce con la calle de las Camelias nos separa definitivamente del grupo. Las emisoras enmudecen y un paisano, bien intencionado pero confuso, terminó de desviarnos.

Ya no conseguiremos unirnos al resto, pero el extravió nos regaló recorridos nuevos. El último tramo desde Alpedrete nos toca hacerlo por carretera, sin encontrar senderos que atajen.

Pero todos los caminos conducen… ¿a Roma? Sí, y también al punto de encuentro.

Al margen de los despistes, el olvido de esta ruta fue un capricho del azar, pero su regreso ha sido un acto de voluntad. Hemos despertado una magia dormida, rellenando el verso incompleto con nuevas risas y nuevos pasos de rueda.

Al final, como siempre, quedan los distintos ecos del camino: unos comentan el exceso de asfalto; otros celebran las trialeras; y hay quien afirma, con respeto, que la ruta es más engañosa y dura de lo recordado. Todos tienen razón, porque la montaña se muestra distinta según la mirada de cada uno. 

¡Hasta el próximo domingo, amigos, cuando la montaña nos regale un nuevo verso que completaremos juntos!


Final de ruta que "nos inventamos" Fer y yo.

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