A lo inesperado, en buena compañía
La niebla, el silencio y una decisión compartida bastan para convertir una ruta en descubrimiento
¿Qué es lo que realmente
buscamos cuando nos subimos a la bici un domingo por la mañana? En la
ruta de hoy, con un grupo reducido, estaba la respuesta.
Pasamos de las asistencias numerosas de las
últimas semanas al encuentro íntimo de un puñado de compañeros. Pero
no por ello faltaron las ganas ni la ilusión.
Algunos están de vacaciones, rodando por otros
lares. Otros
disfrutan de fiestas locales sin horas de cierre, o atienden compromisos
familiares ineludibles.
En el punto de encuentro, pasar lista fue
fácil: Andrés,
Enrique, Juan, Pedro, Rafa y Alfonso.
Me tocó arengar al quinteto que me acompañaba. La mañana estaba fría y la ruta —por de sobra conocida— no prometía, en principio, muchas sorpresas. Como ya se avisó en la convocatoria, el recorrido incluía el obligado paso por la Cañada Leonesa y el ascenso hasta el Collado Hornillo.
La niebla baja nos envolvía, y algunas gotas
de lluvia, seguramente arrastradas por el viento, nos acariciaron la cara. Pero igual que llegó, se fue disipando.
El desvío a lo inesperado
Sin embargo, el tamaño del grupo nos concedía
un lujo poco común: la libertad de improvisar.
¿De qué ave se trata? |
Con una mirada cómplice, propuse un cambio de
planes. —Hoy no seguiremos todo el track marcado —les
dije—. Vamos
a testear un sendero nuevo y algunos caminos forestales que descubrí esta
semana en una de mis salidas en solitario.
¿Acaso un herrerillo? |
La sorpresa fue la primera reacción. El "adelante" vino después.
Y en ese instante, sentí una alegría serena,
casi infantil, al ver cómo la curiosidad se encendía en los ojos de mis
compañeros. Nada me gusta más que regalarles un tramo
nuevo, una emoción distinta.
Nos desviamos de la ruta conocida,
adentrándonos en un camino estrecho, a tramos casi cubierto por la vegetación. En
algunos mapas de Wikiloc aparece como “Senda Joker”,
seguramente bautizado por andarines que también se dejaron sorprender por su
trazado.
Sin repechos duros, cada curva era un
descubrimiento. Cada piedra o raíz, una nueva
anécdota. Un nombre curioso, que parecía anticipar lo
que vendría: giros inesperados, vegetación juguetona y ese aire de travesura
que solo se encuentra en los senderos menos transitados.
Yo, al frente, guiaba al grupo por un sendero tan
evidente que apenas daba opción a extravíos. Mis
compañeros, en fila india, seguían mi estela. Se
formó una energía distinta. Una que no se encuentra
cuando se sigue un track al pie de la letra.
En esos momentos, la meta no era llegar,
sino estar.
Descubrimos macizos de piedra de formas
desconocidas, vegetación con alma propia y un refugio de troncos —discreto y
silencioso—, “Refugio Al Filo”, seguramente poco visitado, tal vez por observadores de aves, que
parecía implorar una fotografía.
Hubo fotografía, sí, pero se nota la ausencia
de Juan que, emocionado con el trazado, siguió adelante sin
detenerse.
Retomamos el trazado propuesto, para hacernos
nueva foto, que siempre tiene un “algo especial” en el embalse de Cañada
Mojada. El nivel de agua ha descendido de forma
notoria en apenas un mes desde nuestra última visita.
Enfilamos hacia el Collado Gargantilla,
pero nos desviamos antes para tomar un trazado, siempre espectacular, junto al arroyo
Chuvieco. Más adelante, pude mostrar a mis
compañeros una nueva pista forestal que ya había explorado con Juan y que nos
conduciría hasta una nueva parada.
El refugio de Las Esquinillas, más robusto y menos improvisado que el anterior. Una construcción de piedra y techo abovedado que, según algunos, ya sirvió de refugio y fortificación durante la guerra.
Estamos muy cerca del enclave madrileño que AlfonsoyAmigos
conoce bien, pero de momento, nos mantenemos en tierras abulenses.
Avanzábamos tan bien de hora que se disipó
cualquier idea de recortar la ruta. Se me
regaló la oportunidad de mostrar otra pista forestal, sí, una más fuera de los
trazados habituales.
Me alegra ver que el ánimo de mis compañeros
se mantiene, pues creo que están disfrutando de la aventura tanto como yo.
Ahora sí, llegamos a la cotera que nos abre
las puertas a tierra segoviana y un descenso que cada vez nos parece más amigo
nos sitúa en el Camino del Ingeniero. Giramos
a la izquierda, hacia el arroyo del Boquerón para continuar por su margen
derecho.
Nos alegramos con el largo descenso que
teníamos por delante. Y quizás las bicicletas se
alegraban más, pues no se quejaban ni cuando teníamos que recurrir con
intensidad a esos frenos que nos impedían salir volando en cada curva.
El regreso a la zona de robledales y fuentes
espléndidas apenas necesita comentarios, porque la sonrisa en la boca de
todos lo decía todo.
La ruta de hoy, lejos de ser solo un recorrido, fue una confirmación: el camino no es solo el que está marcado en un mapa, sino también el que construimos juntos, con confianza, en el mismo instante.
Sigo pensando que: el verdadero placer está en lo inesperado.