El año en que una cuarta parte del pelotón se desapuntó al conocer las etapas
Cuando el periódico L’Auto publicó el recorrido definitivo del Tour de 1910 con sus dos etapas pirenaicas una cuarta parte de los inscritos retiró su nombre. Los que se atrevieron a participar recibieron advertencias inquietantes en la salida a las 3:30 de la mañana. Ojo con los desprendimientos de rocas, ojo con los abismos, ojo con los osos. El futuro ganador del Tour, Octave Lapice, no se inquietó por esas advertencias. Era sordo. Y atacó desde la salida. Sin problema en el Peyresourde. Ni en el Aspin. Pero luego se encontró de frente con el abuelo del Tío del Mazo.
Lapice no podía mover su desarrollo en las peores cuestas del Tourmalet. Se bajaba la bici y subía algunos tramos corriendo a pie, algo que hasta Froome no ha vuelto a hacer ningún maillot amarillo. Y aún así, mantuvo su ventaja en la cima. Lo malo es que aún le faltaban 250 km hasta la meta en Bayona.
A pesar de haber sido el primer ciclista de la historia en coronar el Tourmalet. tuvo que ver como en la siguiente cima, el Aubisque, un ciclista francés semidesconocido, Francois Lafourcade, le adelantaba. Y no solo eso, le sacó más de 16 minutos en la cima, en la misma en las que Lapice gritó su célebre frase: “Sois unos asesinos”.
Pero el Tour era muy diferente en 1910. Aún quedaban ciento 180 km hasta meta. En ese tramo. Lapice se juntó con el italiano Albini, adelantaron a Lafourcade y después de 14 horas de etapa se jugaron la victoria al sprint.
Lo cuenta formidablemente Ander Izagirre en su libro Pirenaica, menos conocido que Plomo en los Bolsillos pero igualmente imprescindible. Y sería genial que alguien hiciese una película de todo aquello. Osos, desprendimientos, catorce horas de etapa… El Tour era entonces una serie de aventuras y su momento cumbre eran los Pirineos. Con permiso, claro está de los Alpes. La pareja más bonita del ciclismo.
De eso hace 115 años, pero sin esos locos -organizadores, ciclistas y público- no podríamos ver hoy los que nos sigue emocionando. Más allá del dominio aplastante de algún corredor en concreto, lo que me embruja es ver multitudes de aficionados atestando las cunetas, creando pasillos humanos de gente enfervorizada por el esfuerzo de unos atletas que van al límite. No hay nada como los Alpes o los Pirineos.
Ya lo decía Andy Schleck, hoy ciclista vintage: en las rampas de Alpe d’Huez se concentra mucha más gente que en el mayor estadio de fútbol del mundo. El ciclismo hoy sigue moviendo pasiones y se lo debe a esas tres cuartas partes del pelotón que, en 1910, pese a todos los peligros, decidió tomar la salida.
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