Del maillot del club al potenciómetro: evolución del ciclista aficionado
En dos décadas, el ciclismo amateur ha pasado de ser una mezcla entrañable de pasión y supervivencia en carretera, a convertirse en una disciplina casi científica. Lo que antes era salir a rodar con el maillot del club, patrocinado por la ferretería del barrio, hoy implica datos, métricas, sincronización con satélites y debates sobre FTP y vatios por kilo como si estuviéramos en un laboratorio.
Y como ocurre con otros deportes que han evolucionado en paralelo, como el fútbol o el tenis, este cambio también ha generado nuevas formas de seguir la competición desde fuera. Mientras unos pedalean, otros siguen los datos desde el sofá, incluso participando con códigos promocionales de casas de apuestas para tener una emoción añadida en cada etapa del calendario profesional.
Maillots con alma y bicis de hierro
Hace 20 años, quien se subía a una bici un domingo por la mañana lo hacía con una equipación que no siempre era elegante, pero sí honesta. El maillot era de club, con logos de empresas locales y bolsillos flojos que no aguantaban una cámara de repuesto sin balancearse. El culotte, si no tenía tres temporadas encima, era considerado de lujo. Las bicis, muchas de acero, algunas de aluminio, pesaban más de lo que hoy se considera aceptable, pero tenían una nobleza en el comportamiento que aún hoy sigue teniendo adeptos.
Aquí, el error común era pensar que con más marchas o una bici más cara se iría más rápido. Nada más lejos de la realidad. Lo que contaba era saber subir sin fundirse, apretar en llano sin mirar el reloj y no salir como un loco los primeros 5 km. Los sabios del grupo lo sabían, y no necesitaban ni pulsómetro.
El dato como religión
Hoy, el ciclista aficionado tiene más herramientas que un equipo WorldTour de principios de siglo. El Garmin en el manillar no solo indica la ruta, también marca potencia, cadencia, frecuencia cardiaca, altura, pendiente y predice si vas a petar antes del siguiente avituallamiento. El potenciómetro, ese sensor milagroso, ha revolucionado el entrenamiento: ya no se sale a sensaciones, se sale a cumplir zonas, a cuadrar el TSS, a alcanzar el NP de la última salida.
El problema aparece cuando se confunde la herramienta con el objetivo. Muchos novatos caen en la trampa de mirar más la pantalla que la carretera. El consejo aquí es claro: aprende primero a rodar, a leer el viento, a dosificar en puerto. La potencia sin control, como decía el anuncio, no sirve de nada.
Apps, virtuales y piques que no duelen
Otro salto enorme ha sido la llegada de plataformas como Strava o Zwift. Antes, los piques eran en la carretera y se resolvían con un apretón en la subida del pueblo. Hoy, hay KOMs, segmentos y registros virtuales que se disputan incluso en días de lluvia desde el rodillo. El ego digital ha reemplazado en parte al prestigio ganado en la grupeta de siempre.
Aquí entra un matiz importante. Quien domina el oficio sabe distinguir entre competir y entrenar. No todos los días hay que batir récords, ni tiene sentido hacer cada salida como si fuera una etapa reina. La sabiduría está en alternar, en saber cuándo apretar y cuándo soltar. Igual que en la estrategia deportiva profesional, donde hasta los sprinters se guardan en la montaña para sobrevivir a la siguiente jornada.
El aficionado que también analiza
Un cambio silencioso pero profundo es que ahora el aficionado no solo monta en bici, también sigue el ciclismo como un técnico. Se descargan perfiles de etapas, se analizan vatios de corredores élite, se debaten estrategias de equipo. Y sí, también se participa en quinielas, porras o plataformas de pronóstico con conocimiento de causa. Ya no es raro que se comenten cuotas como si se tratara de números de rendimiento. El que lleva años en esto lo sabe: lo que antes era intuición, ahora puede transformarse en predicción fundamentada.
Lo que no cambia y no debería cambiar nunca
A pesar de toda esta revolución, hay cosas que permanecen. El saludo entre ciclistas, el respeto por el más veterano del grupo, la parada en el bar de siempre tras tres horas de pedaleo. Hay tradiciones que los datos no pueden reemplazar. Porque, al final, el ciclismo amateur es una mezcla de esfuerzo, camaradería y un amor por la ruta que no entiende de sensores ni de pantallas.
Rodar por placer, sabiendo que cada pedalada es tuya, sigue siendo el centro de todo esto. La tecnología, las métricas y hasta las plataformas de apuestas son capas añadidas, no el núcleo. La esencia sigue estando ahí: en la carretera, en la grupeta, en el viento en la cara.
Y quien lo ha vivido desde dentro lo sabe. Porque por mucho que cambien los tiempos, la ruta siempre te pone en tu sitio. Y eso, ni el potenciómetro ni el mejor algoritmo lo puede predecir.
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