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MTB en Segovia: De Revenga a la Fuente de la Reina… y alguna historia más

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Ruinas que susurran, fuentes que recuerdan, cimas que esperan

 

A pesar del calor anunciado y de las inevitables ausencias, algunos valientes, de esos que no se rinden ni con el termómetro en rojo, nos reunimos en Revenga con la ilusión intacta y las piernas expectantes: Ángel, Fer, Jesús, Juan, Pedro, Raúl y Alfonso

Nos recibió un cielo cubierto. Parecía querer darnos un respiro, una tregua amable, para que las temperaturas no tomasen demasiado protagonismo.

Los primeros kilómetros nos llevaron, como tantas veces, a las cercanías de las ruinas de la Casa de Esquileo y Venta de Santillana (incluida desde el 13 de febrero de 2025 en la Lista Roja de patrimonio en peligro). Allí, entre piedras vencidas y muros desdentados, parecía que el tiempo se hubiera detenido solo un momento para saludarnos.

De mí ya solo quedan sombras y polvo,” murmuraba la Venta. “Pero cada vez que pasáis, me reconozco en vuestros ojos. Tuve años de esplendor, de actividad incansable, de voces y pasos que no cesaban. Fui descanso de viajeros, resguardo de pastores, eco de conversaciones ya olvidadas. Y aunque el tiempo me deshace, no me lleva del todo. Mientras alguien mencione mi nombre o pedalee junto a mis piedras, seguiré aquí… al menos un poco.”

Continuamos en silencio, como quien deja atrás un recuerdo aún caliente.


En la Fuente de San Pedro aprovechamos para rellenar bidones. No tenemos muy claro si Ángel se inclina para beber o para hacer una reverencia. Nos espera un largo ascenso y no sabemos si la Fuente de los Pastores será capaz de refrescarnos. El agua, clara y muy fresca parecía hablarnos también:

Os recuerdo,” murmuraba al caer, “he calmado vuestra sed en días de niebla, de frío, de sol rabioso… No soy solo agua: soy pausa, confidencia, alivio. Aquí sigo fiel. Volved siempre que lo necesitéis.”

No sin esfuerzo, alcanzamos el pequeño refugio y la Fuente de los Pastores. No sabemos si Jesús bebe mucha agua o si su botija tiene algún escape, pues vuelve a rellenar… y no será la última vez.

El paisaje se abre inmenso, generoso, y a un lado podemos ver el lugar conocido donde las familias de buitres suelen celebrar banquetes. Hoy están ausentes. Nos detenemos unos instantes, quizá más por respeto a la memoria que por cansancio. Hay algo sagrado en estas vistas que invita a hacer una pausa… y unas fotos.

Reanudamos la marcha. El terreno ondula, firme y exigente. El grupo comienza a estirarse como un acordeón fatigado: los más fuertes marcan el ritmo, mientras otros se dejan por la pendiente, a ratos pedrolera, y por la conversación que aún fluye ligera. ¿¿Juan?? Juan ya se ha escapado por delante.

Y entonces llega La Camorquilla (1687 m), más asequible en su ascenso y generosa en lo que nos ofrece. En ese mirador, tan familiar, nos detenemos como cada vez, casi por costumbre sagrada, a hacernos unas fotos con el horizonte desplegado ante nosotros. Risas, bromas y esa sensación de estar donde uno quiere estar. Ella, coqueta y modesta, parecía decirnos:

No tengo cumbre ni leyenda, pero soy vuestro respiro antes del esfuerzo. Aquí os reís, os miráis, y volvéis a ser grupo.”

Nos despedimos de La Camorquilla y tomamos el bello sendero que avanza entre la Majada del Cochino y la Majada del Escorial, junto al nacimiento del arroyo de las Pamplinas.  El esfuerzo se diluye en la sensación de disfrute.

Escuchad… ¿Lo habéis oído?

Te esperaba, Alfonso, os esperaba.” La Camorca (1814 m), majestuosa, nos ha observado desde lo alto con su habitual gravedad.

He sentido vuestras ruedas muchas veces, he escuchado vuestras risas romper el aire frío de la mañana, y hoy… por fin, os vuelvo a tener cerca. Faltan rostros. Echo de menos a quienes antes venían con paso firme y mirada cómplice. Hoy sois menos… pero sois míos. Cada pedalada que dais en mi costado es una caricia. Os esperaba, sí. Aunque allá abajo el mundo gire, yo sigo aquí… aguardando veros coronar una vez más.”

Estamos al pie del ascenso, al borde de una pista que ahora aparece rotulada por máquinas de gran tamaño: dudamos si merece la pena llegar hasta el punto más alto. El cielo parece encapotarse aún más, y todavía nos quedan repechos que afrontar. Amiga, Camorca, será en la próxima ocasión.


Hubiéramos ido de todas formas a visitar la Fuente de la Reina, hoy con más agua que en ocasión anterior, pero Jesús insiste en llenar de nuevo su botija para saciar su sed inagotable. También aprovecha Ángel. Nos caen las primeras gotas de lluvia.

En este lugar tan particular, se nos cruzan algunos ciclistas, pocos, en realidad. Uno de ellos nos observa mientras nos hacemos unas fotos. Su rostro me resulta familiar. Cruzamos unas palabras amables y es él quien, con una pista precisa, el recuerdo de una paella compartida, facilita el reconocimiento.


Una maravilla: reencontrarse, después de tantos años, con un viejo conocido, "El Barbián", al que no veía desde septiembre de 2012… y poder saludarnos con alegría.



Después de ese inesperado reencuentro, retomamos la marcha, tomando un desvío junto a unas antiguas ruinas. El sendero se inclina en un descenso que se disfruta… pero que no permite tener un momento de despiste. Tras un kilómetro, reagrupamos junto a la fuente de Palominos. Distraemos a Jesús, por si acaso decide acercarse, otra vez, a coger agua.




El camino de Cabezagatos nos acoge mientras rodamos con tranquilidad, reservando fuerzas para lo que, ya lo anunciamos, aún nos espera.

Ante nosotros el arroyo del Horcajo, que nace en las laderas del Montón de Trigo, que baja con abundante agua, pero se vadea bien… no siempre fue así. Nos abre la puerta a un terrible ascenso: setecientos metros de gran desnivel, que se niega a dar ni un pequeño respiro. Estamos en el Camino Forestal de Empalado.

Una vez arriba, es momento de detenerse, felicitarnos… incluso de abrazarse. Pero sin interrumpir ese breve silencio que algún compañero necesita para recuperar el resuello.

Todos lo hemos hecho bien, nos merecemos un premio… y no pensamos rechazarlo. Vadeamos el arroyo del Retamar, al pie del Collado de Río Peces, y dejamos que nuestras bicicletas disfruten tanto como nosotros al avanzar por el Pinar de la Acebeda, uno de los rincones más frondosos y evocadores de la Sierra de Guadarrama.

El cansancio parece olvidarse, del primero al último, mientras marchamos en fila india, confiando en la habilidad de quienes ruedan delante y tomando buena nota de los avisos que transmiten. Ya no hay diferencia entre musculares y e-bikes: simplemente se avanza… y se goza. Ni siquiera los cortos repechos que aparecen aquí o allá se perciben como obstáculos.

Sentimos que la temperatura empieza a bajar y una lluvia, casi tímida, hace acto de presencia. Solo Ángel se detiene a ponerse su chubasquero… y la marcha se acelera aún más. El aroma a tierra mojada nos acompaña: agradable, fresco y reconfortante.

La lluvia ha durado poco. Cogemos ya los últimos tramos de nuestra ruta, por la Senda de la Desesperada, que se empeña en dejar huella de barro en nuestras ruedas antes de acercarnos al Embalse de Puente Alta y hacernos la última foto de tan espléndida ruta.

Bajamos con calma, haciendo lo posible por retener lo vivido. Los caminos, ya lo sabemos, guardan memoria. Y también saben esperarnos.

¿Unas cervecitas?... Cómo no. ¡¡A la salud de todos!!


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