Puerto de Pasapán: el latido de la aventura
El domingo amanece con esa luz tenue que perfila las montañas y despierta lentamente los caminos
Nos reunimos en el aparcamiento de la Estación
de El Espinar, un lugar que, en otro tiempo, vio partir a innumerables viajeros
y, los fines de semana, excursionistas con mochilas llenas de sueños.
Hoy, la estación vuelve a escuchar risas y conversaciones animadas, esta vez las nuestras, como si, por unos minutos, recuperara el eco de tantas historias vividas en sus andenes. El mantenimiento de su reloj hace tiempo que fue olvidado.
Los primeros saludos se entrelazan con la
brisa, todavía fresca, de la mañana. Se
escuchan bromas, ajustes de última hora en las bicicletas y algún comentario
sobre la ruta que nos aguarda. Conocida, sí, pero siempre
dura y exigente.
Es hora de partir, con la certeza de que
pedalear juntos es una forma de celebrar la vida. Hoy
estamos de celebración: Andrés, Ángel, Enrique, Ernesto,
Fer, Luis Ángel, Miguel Ángel, Patrick, Raúl y Alfonso.
El acceso al área recreativa de La Panera no
está permitido, así que Fer nos guía por un recorrido alternativo. Cruzamos las
vías del tren justo antes de que un convoy nos alcance, su bocina resonando
como un saludo a nuestra marcha.
Atravesamos una ladera de un verde vibrante
antes de enlazar con el Cordel de La Campanilla rumbo al apeadero de Los
Ángeles de San Rafael. Los primeros kilómetros son
un desafío constante: Piedras, agua, barro, repechos y toboganes que ponen a
prueba cada pedalada.
Parte de nuestro trazado coincidirá con el
recorrido de los cerca de 2000 ciclistas que el sábado afrontaron el desafío de
la MTB Madrid-Segovia. De ellos, 1328 lograron
completar la exigente travesía. Aunque
nuestra ruta no alcanza ese nivel de exigencia, aún nos queda mucho por
recorrer.
El Cordel de Matazarzal y la Cañada
Real Soriana Occidental nos llevan a través de nueve kilómetros, con Otero
de Herreros y Ortigosa del Monte a la izquierda, como testigos
silenciosos de nuestro avance.
Como siempre, el grupo se estira: los más
fuertes marcan el ritmo, mientras otros reservan energías, conscientes de lo
que todavía nos aguarda. La fuente junto al arroyo
Milanillos nos ofrece un respiro; mejor recargar agua antes de afrontar lo
más exigente de la ruta.
Nos desviamos a la derecha, cruzamos una
puerta y tomamos la pista hacia el Rancho La Becea. La pendiente
impone su ritmo y la marcha se ralentiza. A
partir de aquí, cada uno encuentra su propia cadencia, no por falta de
compañerismo, sino porque el esfuerzo dicta el compás de cada pedalada.
Tras superar el arroyo de las Víboras, entramos
en los límites del Parque Natural de la Sierra de Guadarrama. Nos
esperan más de ocho kilómetros de ascenso, donde el arroyo de Milanillos vuelve
a ofrecernos su agua, reconociendo nuestro ánimo y decisión.
Nuestro objetivo es alcanzar el Puerto de
Pasapán (1846 m) y atravesar la majestuosa silueta de La Mujer Muerta.
Pedaleamos
con decisión, apenas sin viento a favor, con la montaña imponiéndose ante
nosotros, poderosa y eterna.
No es solo un recorrido, sino un homenaje al paisaje, a la historia que guardan sus crestas y a la satisfacción de conquistar cada kilómetro.
Marchamos en cabeza Ángel, Enrique, Raúl y yo,
marcando un ritmo fuerte pero constante. Hasta
que, en un momento dado, decido apretar la marcha y me distancio.
¿Has dado un apretón? - El
apretón me ha dado a mí.
El día anterior, el temido mal de Moctezuma
quiso dejarme fuera de combate. Llegué a pensar que no podría acudir a la cita, pero contra todo pronóstico, logré
sobreponerme… y con una ligereza inesperada, quizá fruto de los kilos perdidos
en tan solo un día.
Mi cuerpo será el camino. Le daré verde a los pinos y amarillo a la genista
El resto del ascenso lo haré en solitario,
empujando cada pedalada al límite, pero sin perder la conciencia de lo que me
rodea. Laderas
verdes, pinceladas de amarillo intenso, y las formaciones rocosas, moldeadas a
través de milenios, que parecen observar en un silencio eterno.
Después de tantos años… es la primera vez que alcanzo
el Collado en primer lugar. No tardará en llegar Miguel Ángel. En lo alto, cuando la fatiga
se hace presente y el sol impone su dominio, es momento de respirar hondo y
tomar un merecido descanso, breve, pero necesario y bien recibido, mientras los
compañeros van llegando.
Cada pedalada es un tributo a la montaña, un diálogo silencioso con su historia
Las fotos junto al monolito de la Puerta de
Pasapán serán testimonio, una vez más, del esfuerzo realizado por todos y
del orgullo que nos une.
En otra ocasión, un descenso rápido y técnico
por el GR, con su chute de adrenalina… Pero
hoy, Fer y Andrés nos proponen un desafío distinto: avanzar por la falda del Pico
de Pasapán (2005 m) y Peña del Oso (2196 m), rumbo a la Pedriza
del Gamonal. Una dureza diferente, pero
igual de apasionante.
Es ciclismo y es aventura
Es un momento de transición: de la quietud del
entorno al dinamismo de la ruta, al latido de las ruedas sobre la tierra rota,
las piedras desafiantes y la vegetación, empeñada en cerrar el paso. Algunos
logran imponerse, me fío de su palabra, mientras otros cedemos y avanzamos a
pie, aceptando la dureza del terreno.
Al retomar la pista principal la respiración
se estabiliza. Ahora sí, lo peor ha quedado
atrás. Los
kilómetros que quedan por delante invitan a soltarse, a dejarse llevar por el
terreno. Pero la adrenalina sigue vibrando en el
cuerpo; el descenso no será tranquilo, será un pulso entre la velocidad y la
emoción.
La Puerta de Campanillas se abre ante
nosotros: Bien chicos, ya casi lo habéis logrado. Venga,
un poco más. Hasta el cruce de Los Navazos.
Los últimos kilómetros van cayendo, y apenas
sentimos los charcos, el barro o las ramas caídas que salpican el camino. Pedaleamos
con confianza, dejándonos llevar, quizá con menos precaución de la debida,
sobre las familiares lanchas de piedra que nos guían a través de Las
Asperillas, a La Estación de El Espinar.
Las montañas nos retaron, el camino nos puso a
prueba, pero logramos conquistar cada kilómetro con la voluntad del grupo y la
magia de la aventura.