Cuando las nubes no detienen al corazón
En AlfonsoyAmigos aprendimos hace tiempo que las rutas ciclistas no son solo trayectos trazados en un mapa, sino caminos que dejan una huella imborrable en nuestras vivencias y nuestras almas
Este
domingo fue el ejemplo perfecto de cómo los caminos, incluso cuando presentan
obstáculos, pueden unirnos aún más.
Bajo
un cielo cubierto de nubarrones que parecían prometer lluvia, ocho amigos acudimos a Villanueva del Pardillo, respondiendo a la convocatoria: Ernesto, Enrique, Fer, Luis
Ángel, Juan, Rafa, Raúl y Alfonso.
Las Cuestas: de la calma al desafío
El
ambiente estaba cargado de incertidumbre meteorológica, pero la determinación
de compartir el día juntos fue más fuerte que cualquier pronóstico.
Los
primeros tres kilómetros del recorrido fueron un susurro tranquilo bajo
nuestras ruedas, siguiendo el trazado de la conducción de agua del embalse de
Valmayor. Apenas un desnivel, una invitación a calentar
piernas y corazones. Pero, como siempre, la calma
precede al desafío.
A
partir de ese punto, comenzaron "Las Cuestas": el terreno se
tornó más abrupto, el desnivel fue en aumento, y con cada pedalada enfrentamos
un suelo más roto y demandante. La
ascensión por el camino del Cerro del Madroñal, culminó tras poco más de cinco
kilómetros de marcha, una cima que nos recordó que el esfuerzo compartido
siempre tiene su recompensa.
El desafío inesperado
La
ruta había comenzado con buen ritmo y camaradería, desafiando al tiempo y a las
amenazas climáticas. No hubo lluvia, si acaso
alguna gota perdida arrastrada por el aire, pero el destino nos tenía guardado
un desafío distinto.
Tras
disfrutar de la recompensa de alcanzar al cerro, emprendimos el largo descenso
por el camino de los Toconales, entre los arroyos del Callejón y el de
las Conejeras. Aunque el terreno estaba roto
en algunos tramos, lo que requería técnica y atención, lo solventamos sin mayores
dificultades gracias a la experiencia del grupo. El equipo
se reúne junto al Campo de Ultraligeros.
La
pausa tras la bajada fue breve. Ánimo,
amigos, nos dijimos, pues nos aguardaba el siguiente desafío: un nuevo y largo
ascenso de tres kilómetros hasta el Mirador de Madrid. Sin
embargo, el día parecía decidido a no ofrecernos las mejores vistas, manteniendo
el horizonte difuso y cubierto.
El descenso traicionero
Tenemos
por delante un nuevo descenso, por la colada de Cabeza Aguda, que al principio
se presenta con buena apariencia. Sin
embargo, aviso, porque así lo recuerdo de vez anterior, que la última parte
estará peligrosa y agrietada, con zanjas profundas que requerirán más atención.
El
grupo se estira y cada uno afronta la bajada a su manera y a su ritmo, dejando
que el trazado forme parte de su propia aventura. He arrancado
entre los últimos, permitiéndome disfrutar la bajada de manera especial,
sintiendo cómo la adrenalina fluye por mis venas y se convierte en una fuerza
viva que guía cada movimiento. Tras de mí, Luis Ángel, que
con precaución y valentía supera con un sobresaliente su recuperación.
Como
había previsto, comienzan a surgir cortes y zanjas en el camino, fruto de aguas
desbocadas que han esculpido surcos traicioneros en el terreno. Unas
decenas de metros más allá, veo al grupo de compañeros detenidos. ¿Alguna
caída? La
inquietud es inevitable…
Fernando
ha sufrido una avería inesperada: la llanta trasera de su bicicleta, agrietada,
ha dejado escapar el aire y el líquido tubeless. Hay
que improvisar y no faltan manos para colocar una cámara y cruzar los dedos,
sabiendo que la llanta se encuentra al borde del colapso.
En un
momento dado, Raúl, uno de los compañeros de incorporación más reciente, sugiere
quedarse con el accidentado mientras el resto continuamos la ruta. Pero
en AlfonsoyAmigos no dejamos a nadie atrás; salimos juntos y regresamos juntos.
Con
este gesto, nuestro nuevo amigo vive de primera mano lo que significa el
verdadero espíritu del grupo. Es seguro que ahora lo
entiende.
El regreso solidario
Decidimos
regresar como grupo, con prudencia y solidaridad. Enrique
se encarga de buscar el camino más corto hacia el punto de partida, que sin
remedio va a implicar un ascenso muy duro, seguido de un descenso complicado,
justo por donde comenzamos la ruta a primeras horas.
Todos
muy atentos a cada pedalada de Fer, sin poder evitar vigilar el cimbreo de esa
rueda que parecía querer rendirse del todo, pero que seguía soportando el
esfuerzo como si compartiera nuestra determinación.
Al
final, no fueron los kilómetros recorridos los que definieron esta jornada,
sino el carácter con el que enfrentamos las adversidades. Quizás
no fue la ruta planeada, pero sí fue una experiencia que refuerza lo que
siempre hemos sabido: no importa el sendero, lo importante es compartirlo y,
mejor aún, si se celebra con unos refrescos y raciones.
¡Hasta la próxima!