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Francia no tiene un sucesor para Hinault

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Una portada de L’Equipe hace unos días evoca el padecimiento que aglutina Francia respecto a uno de sus símbolos. «Ahora o nunca» decía el titular apremiante. Tan emblemático para el país vecino como la Torre Eiffel, el Mont Saint Michel, el gallo, el Louvre o la Marsellesa, el Tour representa la esencia y la historia de una nación a través del relato del ciclismo. Sus puertos míticos en los Pirineos o los Alpes, el Tourmalet o el Alpe d’Huez, sus adoquines de carreteras agrícolas en el norte, el Macizo Central, sus héroes en blanco y negro, los campos de cereales o las plantaciones de girasoles acompañan al trino del motor del helicóptero en las transmisiones de televisión. Emblema de Francia exportado al mundo, el Tour presenta un déficit para sus habitantes. Hace 34 años que un ciclista galo no lo conquista. Desde 1985, el último de los cinco maillots amarillos de Bernard Hinault. Un agujero que martiriza el orgullo del país y al que este verano ven remedio. Sin Froome y Dumoulin, las opciones de los locales Romain Bardet y Thibaut Pinot crecen. Y a ellos se agarra la memoria histórica. En 1985 el Muro de Berlín aún separaba dos mundos, Gorbachov había accedido al poder en la URSS y resonaban los ecos del Thriller de Michael Jackson. En ciclismo, España había descubierto el Tour para el gran público con las peripecias de Pedro Delgado y el castellano recio Ángel Arroyo. Hinault, al que apodaban el Caimán por su fiereza y severidad para perseguir el triunfo, encontró su última recompensa en el Tour y empató con dos leyendas, Anquetil y Merckx. «Al francés le gustaba mucho más ganar que el ciclismo», ha recordado más de una vez Pedro Delgado. En aquel Tour comparecieron corredores de 15 nacionalidades, cerrado todavía el ciclismo al ámbito europeo. En el Tour de 2017 participaron deportistas de 31 países diferentes. «La globalización del ciclismo ha generado más competencia», dice Hinault, que fue empleado de la Grande Boucle hasta 2016 como maestro de ceremonias en el podio. Mientras llegaba la diversidad al pelotón, emergía España con Induráin primero, con Alberto Contador después y con Carlos Sastre como remate, y el ciclismo se americanizaba con el marketing que impuso el innombrable Lance Armstrong, Francia se fue diluyendo en su carrera fetiche. Pese a que ha permanecido como el segundo país con más número de licencias ciclistas, por detrás de Bélgica, sus corredores no alcanzaron la excelencia en el Tour. Virenque, Jalabert y, en menor medida, Brochard, Moreau, Leblanc o Voeckler fueron protagonistas sin el éxtasis. Los anglosajones «No hemos logrado anticipar la evolución del ciclismo y los equipos anglosajones nos han sorprendido», reflexiona en «Le Monde» Marc Madiot, incombustible manager del Groupama-FDJ. El ciclismo endogámico de la vieja Europa representada por Francia, España, Italia, Bélgica y Holanda fue sacudido por la irrupción del británico Sky o por formaciones asiáticas, como el Astana, y sus presupuestos galácticos (35 y 20 millones frente a los 15 que financian al Movistar). Francia se ha hundido en la estela del Sky (ahora Ineos), que contrataba a los mejores corredores, los que hacían daño a su equipo, para dar forma a su destino: ganar el Tour con un ciclista inglés. El plan superó las perspectivas porque desde 2012 ha vencido en seis ocasiones (una con Wiggins, cuatro con Froome, y el último con Thomas) y, desde la nada, Gran Bretaña se ha encaramado al quinto escalón histórico de países con más victorias totales en el Tour. En este periodo, los galos ni siquiera han visualizado la posibilidad de ganar la carrera colonizada por el Reino Unido. El sábado empieza una nueva edición que conmemora los cien años del maillot amarillo. Más símbolos. Y el Ineos ex Sky ha perdido a su bastión, Chris Froome, en una caída brutal en el Dauphine. Multimillonario, el equipo tiene recambio, el joven colombiano que apunta al cielo Egan Bernal. «Es una carrera más abierta sin Froome y Dumoulin, pero no hay muchos ciclistas para ganarlo», pronostica, siempre solemne, Miguel Induráin. Los franceses lanzan un grito desesperado, el «ahora o nunca» de la portada de L’Equipe, con sus dos únicas bazas, los escaladores Romain Bardet y Thibaut Pinot.
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