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Tablas en el ajedrez global: ni el gas ruso ni el dólar estadounidense han alterado la guerra en Ucrania

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Tablas en el ajedrez global: ni el gas ruso ni el dólar estadounidense han alterado la guerra en Ucrania

El uso de la energía como arma de política exterior fue un asunto recurrente de la Guerra Fría. En su apogeo, en la década de los 70, la crisis del petróleo engendró un cártel productor, la OPEP, que aún mueve con soltura los hilos del 'oro negro' y mece su cotización internacional. Y tras su epitafio, el propio Vladímir Putin impulsó, en el primer decenio de este siglo, la militarización de la energía como palanca indispensable de su política diplomática.

Fue entonces cuando el presidente ruso empezó a manejar a su antojo el grifo del petróleo y del gas siberianos hacia Ucrania –a la que tuvo varios inviernos sin calefacción, hasta su conquista de Crimea, en 2014– y la Unión Europea (UE) y muy en especial, hacia Alemania, con un aliciente aún mayor: logró mantener el barril del crudo en triples dígitos antes, durante e incluso después del credit crunch de 2008 con las economías industrializadas en recesión y Europa soportando rescates bancarios, ajustes y crisis de deuda e inmobiliarias.   

Sin embargo, la militarización de la energía por parte de Putin no ha surtido en esta ocasión el mismo efecto, convienen analistas diplomáticos y políticos. Europa no se ha congelado, aunque el Kremlin volverá a intentarlo, avisan. Richard Bronze, investigador en Energy Aspects, es uno de ellos. A su juicio, Putin continuará con su estrategia de “debilitar y dividir” al club comunitario y con su búsqueda de mantener una cierta dependencia europea del gas ruso que aún abastece, dos años después de la invasión de Ucrania, el 15% de la demanda europea, y Moscú aún tiene poder disruptivo sobre los mercados de combustibles fósiles.  

Aura Sabadus, analista de materias primas en el Independent Commodity Intelligence Services (ICIS), firma de datos, y en Atlantic Council, incide en esta tesis: “Putin ha fallado después de dos inviernos en su táctica de aislar energéticamente a Europa, pero proseguirá en su empeño” con subterfugios como las negociaciones con Turquía para lanzar un hub del gas que nutra al espacio europeo en el que Moscú aportaría la materia prima y Ankara haría de cooperador necesario, quizás no para llegar al 40% en el que se situó el techo de la demanda europea del gas ruso en el pasado –explica–, pero con suficiente poder de suministro como para seguir ligado al consumo de la UE, a pesar de que su precio haya llegado a descender más del 90% desde su cotización máxima, en agosto de 2022.

Moscú “no tiene nada que perder”, matiza Bronze, porque, por un lado, recaba mayores ingresos para mantener la alta velocidad de crucero de su industria militar, en el orden doméstico y, por otro, en el externo, “gana tiempo” a la espera de una potencial victoria de Donald Trump en noviembre. 

Aunque Putin ha expresado su deseo de que Biden sea su homólogo en los próximos cuatro años por la “previsibilidad” de su política internacional, es el aspirante republicano, menos propenso al respaldo a Kiev y más hostil hacia sus socios europeos, su preferencia real para influir en el orden global. Trump –recuerda el Financial Times– está haciendo votos para forzar a Ucrania a firmar un acuerdo con Moscú, al tiempo que la doble cita electoral de este año –al Parlamento Europeo y la Casa Blanca– podría reanudar la tensión energética con escaladas de precios y nuevas espirales inflacionistas.

Thierry Bros, catedrático en la Universidad de Ciencias de París, alerta al diario británico sobre “nuevos trucos” del Kremlin para seguir recaudando liquidez a las arcas de su banco central. Uno que le ha reportado pingües beneficios es el agujero de 11.000 millones de dólares que su táctica de reabastecimiento en alta mar entre petroleros bajo banderas de conveniencia ha ocasionado a las sanciones occidentales tras el tope del barril ruso en los 60 dólares. Justo la cantidad que la Hacienda rusa ingresa por sus ventas de gas y crudo cada mes desde octubre pasado, un año después de la prohibición conjunta del G-7.

Todos estos analistas dicen que la militarización del gas, pero sobre todo del petróleo, continúa siendo una táctica crucial para sostener las finanzas del Kremlin.  

Stuart Elliott, de Standard & Poor’s, es aún más explícito: “Tras dos años de guerra, Europa ha emergido del ataque a gran escala que Rusia lanzó al cerrar las espitas gasísticas y petrolíferas y que provocó la mayor crisis energética de su historia”. Ahora, prosigue, “las dinámicas del mercado han cambiado”. Del lado de la oferta se han asentado “otras fuentes de abastecimiento” –sobre todo, noruegas–, en el terreno logístico se han alterado rutas y cauces de suministro y en la demanda se ha reducido el consumo europeo de gas en un 15%. Todo ello “ha vuelto a situar los precios en niveles normales” y devuelto la seguridad a los flujos del transporte, aclara Michael Stoppard, de S&P Global Commodity Insights.

La cuestión se centra ahora en la reacción de Putin. Jonathan Stern, analista en Oxford Institute for Energy Studies anticipa que “la era de los encarecimientos del gas ruso por encima del 30% no volverán como tampoco retornará la excesiva dependencia europea”. Pero algún país “podría mantener negocios con el Kremlin”. 

En este sentido, una nota de S&P señala a Suiza y Países Bajos. “Es un problema de demanda; mientras se siga destruyendo la del gas, podremos evitar tratos con Rusia, pero si se reactiva, el contacto será inevitable”, avisa un intermediario helvético. En línea con un colega holandés que no descarta esta vía de escape “en un sector industrial en el que sigue viendo tentador un precio de la energía rusa asequible con abastecimientos seguros” y con la dialéctica del Kremlin, porque tanto su viceprimer ministro, Alexander Novak, como Putin, en su entrevista con el expresentador trumpista Tucker Carlson, han mostrado deseos de restablecer las rutas gasísticas con Europa. 

El presidente ruso mencionó incluso como vaso comunicante al gaseoducto Nord Stream 2, que llega hasta Alemania, y del que dijo que “está operativo y sigue sin daños”, aunque Berlín nunca lo inauguró ni certificó su uso. Fue una de sus primeras medidas contra la invasión de Ucrania.

También desde el frente occidental se admite el fiasco de que el dólar fuera el arma arrojadiza de la "madre de todas las sanciones", una idea esbozada por la actual secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y el entonces primer ministro italiano, Mario Draghi, homólogos durante un largo lustro como autoridades monetarias de EEUU y la zona del euro. “Ucrania necesita que Occidente haga más por confiscar activos rusos y bloquear sus principales fuentes financieras”, admitió Yellen a modo de desilusión en una reciente comparecencia en Sao Paulo.

La expresidenta de la Fed criticaba la interrupción de la ayuda militar y financiera a Kiev desde las filas republicanas del Congreso. Pero dejaba entrever que la dolarización de las sanciones a Rusia no ha creado los daños colaterales previstos. “Habría que liberar los 300.000 millones de dólares de procedencia rusa incautados” que baraja el G-7, “aunque voy a ser clara: no tenemos base legal ni respaldo político en el G-20 para ello”. 

El cierre operativo a Rusia del sistema internacional de pagos belga SWIFT, el más empleado en las transacciones internacionales, no ha sido la “potente bomba” que esperaba Occidente. Como tampoco el veto a denominar en dólares las ventas de energía rusas. El rublo ha sorteado no sin dificultades estos obstáculos, con la intercesión de China en los pagos transnacionales y de casi toda Asia en la compra de gas y crudo con el consiguiente recaudo de billetes verdes convertibles a través, en numerosas ocasiones, de circuitos energéticos alternativos. Países del Sur Global y aliados como Corea del Norte o Irán y, sobre todo, el gigante asiático, han facilitado la entrega de materias primas metálicas para abastecer la industria bélica rusa con chips y tecnología. 

Pero algo no va bien. Porque la amenaza de la Casa Blanca de aplicar “sanciones secundarias” con el dólar como estandarte y que coincide con la decimotercera ronda de represalias europea, que también se focaliza en las firmas chinas que negocian con Moscú, sigue brillando por su ausencia, pese a que por medio se produjo la muerte del líder opositor Alexéi Navalni.

No se sabe si la Administración Biden se animará al final, como ha trascendido, a multar a bancos que financien cualquier bien o servicios estratégico para Rusia; en especial, tecnología punta. O si se atreverá a actuar contra firmas chinas o con lazos geoestratégicos con el Kremlin. Porque en 2023, la mayoría de los pagos transfronterizos del gigante asiático se formalizaron en yuanes y provocaron una incipiente desdolarización en las reservas de divisas internacionales. De nada menos que de un 8% en 2022, un descenso anual diez veces superior al acumulado en los 20 años precedentes, a pesar de que, desde febrero de 2022, los aliados occidentales han actuado contra más de 16.500 vehículos de capital ruso, aclara la consultora Castellum.  

Mike Maharrey, de Money Metals Exchange, es contundente: la militarización del dólar podría entrañar el final de la hegemonía del billete verde americano en el orden monetario; sobre todo, si la globalización se fragmenta en bloques. De momento, la incierta salud económica de China ha generado una tregua, al igual que el puñal que Donald Trump ha empuñado de nuevo contra los aliados europeos que no aportan el 2% del PIB a gasto militar, con el que alienta a Putin a dar rienda suelta a su estrategia divisoria en la UE o a reanudar su amenaza de conflicto nuclear. 

En este sentido, Nicolas Véron, del paneuropeísta Instituto Bruegel no recomienda que la UE se enfrasque en confiscar activos rusos. “Sería un error” la inmovilización irreversible de 206.000 millones de dólares que están en territorio europeo –más de las tres cuartas partes de la riqueza rusa congelada por el G-7– sin estar en guerra declarada contra Moscú, porque carece de base legal, cualquier tribunal de arbitraje se la devolvería a sus propietarios, marcaría un precedente e incentivaría la ruptura de la arquitectura financiera. Otra cuestión, aclara, es que entregue los intereses a Kiev para su empleo en la contienda.

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