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Elegidos para el triunfo

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EL PP se abre a lo nuevo (o no tan nuevo) y el PSOE tira de lo viejo (o no tan viejo). Se va Mariano Rajoy y vuelve Carmen Calvo. Lo hace con edad para tener la tarjeta dorada de Renfe, aunque para qué si el transporte le sale gratis. A nosotros no, porque el dinero público sí es de alguien. Volver había vuelto cuando Pedro Sánchez la fichó en su equipo. Ese equipo que antes de las primarias contra Susana Díaz, y después, era la selección jamaicana de bobsleigh. Ya entonces la recuperó y la dejó desPixielada. Pero lo de ahora es otra cosa. Está en la cima del mundo, como James Cagney. Vicepresidenta y ministra de Igualdad. Como ministra de Igualdad lo mismo puede acabar con el estereotipo del amor romántico, «que es machismo encubierto». También fue cocinera antes que «fraila». Y sostenía que «las señoras tienen que ser caballeras, quijotas, manchegas». Estamos preparados para lo que venga. A Rajoy le han sacado un libro de frases. Al final va a ser el presidente más simpático. A Carmen Calvo no le han sacado un libro de esos. Y podrían. Quizá con lo que aporte esta legislatura. Ambos son hispanibundos, por utilizar el nuevo término de Mauricio Wiesenthal (La hispanibundia. Retrato español de familia, Acantilado). Es la energía vibrante que produce el español al vivir, la manifestación vital de lo español. La más famosa de las manifestaciones de Calvo es la de los ratones, claro. Cuando en 2005 Juan Van-Halen, senador del PP, le relataba cosas y cifras que había dicho («Calvo dixit») sobre el cine español siendo ministra de Cultura. Su respuesta fue un estropicio: «Señoría, usted para mí nunca será Van-Halen Dixie ni Pixie, será Su Señoría… Y desde ahora le adelanto que ese modelo de intervención, con alusiones pretendidamente ingeniosas acerca de las personas, en este caso de mi persona, si quiere se las puede ahorrar, porque no voy a contestarlas». Pero menos mal que ahí contestó porque si no nos habría dejado sin una de las grandes exhibiciones de la legislatura zapateril. Otra vez soltó que el español estaba lleno de «anglicanismos». Aunque seguro que le habría parecido peor que estuviera lleno de catolicismos. Pero mi favorita es una frase con la que explicaba su horario de trabajo. «Me gusta madrugar para poder pasar más rato en el baño. Allí leo el periódico, oigo la radio, oigo música y hablo por teléfono con alcaldes en bragas» (es verdad que se hace un poco la fina, pero aquí no hay que dejar de lado cómo pronuncia bragas una mujer de Cabra, o una de Murcia, que no es como se escribe sino con mucha más fuerza, con más ordinariez, quiero decir). Desde entonces siempre me la imagino así, como si yo fuera Ray Milland en El hombre con rayos X en los ojos. O José Luis Garci. En su libro Noir, Garci escribe: «Gloria Grahame, con [Fritz] Lang, siempre parece que camina, se sienta y mira como si estuviera en bragas». Pero no hablaba con alcaldes. El resto del Gobierno parece el reparto de Killing Eve. Phoebe Waller-Bridge, su creadora, adaptó las novelas de Luke Jennings y cambió personajes masculinos por femeninos. Algún ejecutivo le preguntó que por qué había tantas mujeres en la serie. ¡En 2017! No vamos a preguntar eso a Pedro Sánchez. Si luego son petardas pues ya lo diremos, como con los petardos. Churchill nombró al historiador de arte Kenneth Clark jefe de la división cinematográfica del Ministerio del Interior. Parecía la persona menos adecuada y lo hizo bien. Tampoco es el caso de las nuevas ministras. Vienen con experiencia. Lo malo es que Carmen Calvo también.
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