Tras un siglo, ¿llegó a su fin el béisbol en Costa Rica? Ellos lo quieren convencer de lo contrario
En el diamante, Jake Pérez batea un lanzamiento en curva. La pelota se eleva alto y profundo. Se sabe que es un contacto sólido porque el impacto suena seco, limpio, como un disparo en medio de la noche. Jake también siente ese leve temblor del madero en sus manos, y por eso trota despacio, contemplando cómo la pelota se aleja hasta perderse detrás de la barda del jardín izquierdo.
Es domingo 21 de setiembre de 2025. Jake Pérez, 25 años, es uno de los últimos beisbolistas en conectar un cuadrangular en el estadio Antonio Escarré, que cumple 81 años de existencia. Jake recorre las mismas cuatro bases por donde hace más de 50 años (1961 y 1973) se jugaron dos mundiales de béisbol, campeonatos centroamericanos y varios eventos internacionales y nacionales.
Cuando llega a pisar el plato, Jake es recibido con gritos y palmadas de sus compañeros de Aquaworks de Alajuela, uno de los cuatro equipos de la liga superior de Costa Rica. Jake se ve enérgico, alegre, casi exultante.
Desde las graderías, no obstante, casi no hay aplausos. Debido a las malas condiciones en que se encuentra este estadio —instalaciones viejas, baños en mal estado y plagas de insectos— el Ministerio de Salud ordenó que sólo se permitiera el ingreso de 40 personas. No más.
A finales de agosto, las autoridades lo querían cerrar definitivamente, pero el presidente de la Federación de Béisbol Costarricense (Fecobeis), Adrián Alfaro, alegó que la selección se quedaría sin parque para practicar de cara a los Juegos Centroamericanos que este año inician a finales de octubre en Guatemala. Por esa razón es que se sigue jugando en este estadio.
Entre los escasos espectadores que llegaron este domingo, la mayoría es del equipo contrario de Jake Pérez, los Tigres de La Carpio, el líder del torneo y actual campeón. Así que en las gradas predomina el silencio y uno que otro insulto.
Esta es sólo una forma de ver cómo Costa Rica llega a los 102 años de existencia del béisbol: con jóvenes talentos como Jake Pérez —firmado entre 2020 y 2024 por los Padres de San Diego, la organización de Grandes Ligas— bateando entre las ruinas del estadio de béisbol más importante del país.
La bananera y el ferrocarril
El béisbol se hizo en Costa Rica en la provincia de Limón, a finales del siglo XIX. No fue por azar, sino como, casi todo, reacción de las dinámicas políticas y económicas que predominan. Por ser Limón, en aquel momento, un típico enclave bananero estadounidense, el béisbol fue una de las actividades deportivas que más rápido se desarrolló.
De modo que, en 1897, la bananera United Fruit Company le donó un terreno a la municipalidad de Limón para que jugaran pelota sus trabajadores contra los de la compañía ferrocarrilera Northern Railway Co. Años después, luego de una remodelación, bautizaron al estadio como Big Boy, en honor al destacado beisbolista limonense Bancroft Big Boy Scott. En 1977 ubicaron un busto esculpido de este jugador sobre la entrada del estadio.
Por esos años, el juego se esparció en los territorios hasta que, en 1921, en la provincia josefina se fundó el primer equipo de béisbol, Sociedad Sport San Jose Baseball, y años después, también lo hizo la Sociedad Atlética del Liceo de Costa Rica. Para entonces se practicaba este deporte en la plaza La Fábrica en la Sabana y en la plaza González Víquez, que fue declarada campo oficial de béisbol en 1921.
Había algunos equipos, pero, por distintos motivos, los torneos no culminaron. Entonces, ya en 1923 aparece el registro de la primera federación de béisbol y del primer torneo concluido. Es, desde entonces, que se contabilizan los 102 años de existencia del deporte de manera formal.
‘El estadio era mi patio’
Rodrigo Vargas nació en 1955, el mismo año que fue remodelado el estadio Antonio Escarré en el barrio San Cayetano, al sur de San José. De hecho, su casa sólo estaba separada del parque por una pequeña tapia. “El estadio era como el patio de mi casa”, dice Vargas en el estadio, mientras señala por donde caían las pelotas que se iban de foul.
Eran tiempos en que en San Cayetano uno de los entretenimientos que había era ir al estadio, y hasta los vecinos colaboraban en la construcción del parque. Se jugaba sólo con bates de madera, utilizaban un casco para batear entre todos y los uniformes eran de mantas.
San Cayetano era entonces conocido como el barrio Las Latas, porque las casas, en su mayoría, estaban separadas por cercas de latas. Se jugaba en mejengas de béisbol en las calles, con bolas hechas de trapo. “Yo me iba a la escuela y ya no regresaba a la casa”, dice Vargas, riéndose. “Me iba directo al estadio”, añade.
Vargas empezó a jugar a los ocho años de edad. Fue jardinero y después se convirtió en primera base. En varias categorías vistió la camisa de la selección nacional, incluyendo la mayor. En 1977 “dejé botada la universidad” para participar en unos Juegos Centroamericanos.
En los campos de Costa Rica es poseedor de varios récords: ocho juegos consecutivos bateando imparables, siete bases robadas en un sólo partido y cuatro jonrones en un juego. Se enorgullece, además, de jugar el Mundial de Béisbol que se organizó en Costa Rica en 1973.
Nunca fue firmado por una organización de Grandes Ligas ni tuvo la posibilidad de ganar dinero como profesional en este deporte —todavía no se puede vivir del béisbol en este país—, pero sí consiguió un beca deportiva en la Universidad de Costa Rica (UCR), donde se graduó de ingeniero topógrafo.
Esa carrera le permitió trabajar durante 41 años en el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), donde no había una jornada laboral continua de 8 o 9 horas, sino que se trabajaba de 7 a. m. a 11 a. m., se descansaba dos horas, y se continuaba entre la 1 p. m. y las 5 p. m. De manera que el espacio de entre las 11 a. m. y la 1 p. m. los jugadores que trabajaban, como Rodrigo Vargas, lo ocupaban para entrenar.
“No sé cómo rendía el tiempo antes”, dice Vargas. “Creo que porque no había tráfico, por eso llegábamos rápido a todos lados”, se contesta.
Para Vargas, estas dificultades para entrenar explican por qué el béisbol no pudo desarrollarse —aún se tiene ese lastre— en el país: “Siempre hemos sido conocidos por ser buenos bateadores y lanzadores, pero no tenemos técnica para fildear, en todos los juegos cometemos errores”. Vargas insiste: “El poco tiempo que tenemos para entrenar lo ocupamos siempre para batear y lanzar”.
Esta mañana, el hombre de 70 años de edad se encuentra afuera del salón principal del estadio Escarré, justo debajo de una placa en honor a su hermano, Manuel Vargas, un dirigente y cronista del béisbol tico que iba con él a todos los eventos deportivos.
Desde pequeños, los hermanos Vargas jugaron en el Escarré y sus alrededores. Allí también conocieron a otros jugadores como Enrique Alfaro, lanzador de la selección nacional y padre del actual presidente de la Fecobeis, Adrián Alfaro.
“Yo sólo me brincaba la cerca de mi casa y ya caía en el estadio”, dice Enrique, ahora de 76 años de edad.
Años después de retirarse, Rodrigo Vargas se convirtió en presidente de Fecobeis y directivo del Comité Olímpico de Nacional (CON). Se retiró poco después de la muerte de su hermano Manuel. “Me golpeó mucho su muerte, entonces casi no vengo al parque porque me trae recuerdos”, dice.
La estafeta de la federación ahora la tiene otro vecino de San Cayetano, Adrián Alfaro. En el estadio que fue punto de encuentro de sus alrededores hace décadas, ahora se entra como quien revisa un álbum de recuerdos.
La democracia y la caída del béisbol
El estadio Antonio Escarré lleva el nombre del inmigrante catalán Antonio Escarré Cruxent, que fue un filántropo deportivo en Costa Rica. El parque está construido a base de concreto sólido desde el plato hasta la mitad de la primera y la tercera base, por donde se levantan las graderías de dos pisos. Las boleterías, que no funcionan, son de bloques de celosía, lo que transporta al paisaje urbanístico de mediados del siglo XX.
La pintura crema y roja de la fachada se descascara. Adentro, los asientos, de un celeste gastado, es una constancia de cómo durante décadas hace efecto el polvo, la lluvia y el sol. Los baños funcionan, pero parece que se quedaron anclados en el tiempo.
“El estadio no lo han cerrado por nosotros”, dijo Adrián Alfaro, presidente de la Federación de Béisbol. “Hay que cambiar los baños, el estadio es muy viejo, hasta cambiamos todo el techo, porque estaba lleno de comején”, agregó Alfaro.
Mientras hablábamos, una rata intentaba, sin éxito, salir de la oficina del Escarré.
– ¿Qué va a pasar con el estadio? –le pregunto.
– Para el estadio viene una remodelación profunda… Se va a construir un albergue de dos pisos donde alcancen 70 atletas y un galerón para entrenamiento. Se va a arreglar para que entren personas en sillas de ruedas, se va a poner un ascensor, hay que arreglar los baños, y el sistema eléctrico, que es una de las razones por las cuales nos están cerrando. También hay que cambiar las graderías.
Según Alfaro, el plan se encuentra firmado con el Instituto Costarricense del Deporte y la Recreación (Icoder) y las mejoras estarán finalizadas en 2026. El parque quedará con una capacidad para 1.800 sillas. Además, existe otro plan para hacer mejoras en el parque de La Sabana, en los campos donde se juega béisbol.
“El estadio (Escarré) ya me lo iban a cerrar, pero yo les dije que tenía patrocinadores grandes, y que la selección que va a los próximos Juegos Centroamericanos no tenía donde entrenar”, dijo Alfaro. “Entonces, por el momento nos dieron un chance para seguir jugando aquí”, añadió.
Los especialistas en este deporte coincidieron en que en las décadas de los 50 y 60, el béisbol era el segundo deporte de mayor importancia, detrás del fútbol. Esto, como ya contamos, por el impulso de las transnacionales estadounidenses enclavadas en el país.
Luego, la planificación nacional, por razones económicas en parte (es más económico impulsar el balompié porque se necesita pocos insumos, mientras que el béisbol requiere de muchos más materiales), hizo que se empezaran a proliferar las canchas de fútbol por todo el país, lo que provocó que el juego de los bates y las pelotas fuera relegado.
“A los beisbolistas nos afectó la democracia costarricense”, dijo Rodrigo Vargas, expresidente de la Federación, y explicó de forma práctica: “Mientras Costa Rica eliminó el ejército, Estados Unidos puso bases militares en Nicaragua y Panamá, y esto permitió que se desarrollara mucho más el béisbol en esos países por la influencia estadounidense”.
De ahí que en la mayoría de los países que tienen más bases militares estadounidenses sean potencias del béisbol, como Japón, Puerto Rico o República Dominicana.
Luego, el puntillazo final que “sepultó” el béisbol tico fue cuando a inicios de los años 70 se prohibieron los patrocinios de la cerveza y el tabaco en los deportes, consideró Enrique Alfaro, exjugador de béisbol. “Cuando se fueron los patrocinios, el béisbol cayó ”, afirmó Alfaro.
El día que fuimos al estadio, Enrique Alfaro señaló las pálidas colchonetas verdes que ahora se ven en los jardines del Escarré: “Antes, todo eso estaba lleno de vallas de cervecería, cigarrillos y bebidas gaseosas”, recordó con algo de emoción.
Ahora, aunque existan patrocinadores, ninguna empresa se atreve a pagar una valla en un estadio a punto del cierre.
El talento y la influencia nicaragüense
En los equipos de Ligas Menores de Los Padres de San Diego, Jake Pérez jugó con el superestrella dominicado Fernando Tatis Jr. El pelotero costarricense fue firmado por esa organización en el año 2020 y dado de baja en 2024.
“La firma con los Padres de San Diego es el momento más especial de mi carrera”, dice Pérez.
No está lejos de tener razón: son pocos los costarricenses que han sido adquiridos por estas organizaciones y ninguno ha jugado en Ligas Mayores de Grandes Ligas.
Jake es moreno, de unos seis pies de estatura, de cuerpo atlético. Se corta el cabello a ras en los costados y tiene un poco de barba en el mentón.
“Mi primeros recuerdos son con mi padre en los campos de béisbol”, dice Jake.
El padre de Jake es Miguel Pérez, un beisbolista cubano que jugó de forma profesional en varios países, incluyendo Nicaragua. Precisamente en ese país, mientras su padre hacía un récord de ponches en la liga profesional, Jake empezó a jugar béisbol a los cinco años de edad.
Miguel, su padre, salió de la isla en balsa, como miles de cubanos, en busca de su sueño de convertirse en Grandes Ligas. A inicios de los años 2000 llegó a República Dominica y después a Costa Rica, donde se estableció y conoció a su esposa, la madre de Jake, también cubana.
Su padre también fue miembro de la organización de los Mets de Nueva York de las Grandes Ligas. Fue hasta el final de su carrera que jugó en el béisbol profesional de México y Nicaragua.
“Yo soy tico”, responde Jake, cuando se le pregunta por su nacionalidad. El joven dice que en este país nació y su estadía en Nicaragua (entre los 5 y los 12 años) se debió a que su padre jugaba allí.
De modo que, a Costa Rica, regresó a los 12 años y se integró a la liga de béisbol de La Sabana. A los 19 años se fue por su propia cuenta a probar suerte a academias de béisbol en República Dominicana, la cuna de este deporte en latinoamérica, donde fue firmado por Los Padres de San Diego.
Hace un poco más de un año regresó a Costa Rica, donde dirige una empresa familiar de turismo. Pero su tiempo libre lo dedica a jugar béisbol en la liga superior, donde un 90% son extranjeros, en su mayoría nicaragüenses.
Luego de que el béisbol quedara a la deriva por falta de financiamiento y patrocinadores, las oleadas migratorias nicaragüenses —por razones de políticas en su mayoría y de desastres naturales— de los últimos 50 años es lo que ha mantenido a flote este deporte en Costa Rica.
En las ligas de La Sabana, al menos el 90% de los jugadores son nicaragüenses.
Jake Pérez dice que la llegada de nicaragüenses y venezolanos en los últimos años “mantiene el nivel del béisbol elevado en Costa Rica”.
En su equipo, Aquaworks, por ejemplo, dice que al menos el 60% son jugadores venezolanos y el resto son nicaragüenses y costarricenses. “Esto ha provocado que la liga costarricense crezca”, recalca Jake.
La rutina
Al menos tres días por semana, Felipe Benavides se levanta a las 5 a. m. para ir al gimnasio. Luego, regresa a su casa para alistarse e ir a trabajar en una compañía transnacional. Al finalizar la jornada laboral, después de las 5 p. m., se dirige a entrenar con la selección de béisbol. Casi a las 10 p. m. llega a su casa.
“Estoy muy cansado, pero es mi pasión”, dice Felipe, jugador de la selección nacional.
Como no existe el béisbol profesional en Costa Rica, combinar el trabajo o los estudios con el deporte es la realidad de los peloteros nacionales.
Actualmente, en la selección nacional hay unos seis jugadores que tienen trabajos formales y unos nueve que laboran de manera informal. “Cuando tenemos que salir del país, los que tienen trabajo sacan permiso, pero los informales, ¿cómo hacen para dejar de trabajar una semana y media por ir a jugar con la selección y dejar a su familia sin plata?”, dijo Alfaro.
El directivo aseguró que el presupuesto que recibe anualmente la Federación de Béisbol por parte del Icoder asciende a $60.000, dinero con el que tiene que pagar la planilla, mantenimiento del Escarré, uniformes y viajes de las selecciones de todas las categorías.
Lógicamente el dinero no alcanza, y por eso la federación busca patrocinadores privados, aun con las deficiencias en infraestructura, como las que presenta el parque Escarré.
La pelota, sin embargo, no se detiene. A mediados de setiembre, la selección de menores de 15 años participó en un torneo en México para disputar un boleto para ir al mundial. “Los resultados no fueron positivos, pero ver a Costa Rica entre potencias del béisbol es bonito”, dijo Jorge Delgado, encargado de selecciones nacionales, quien apunta que enfocarse en esas categorías “es el futuro”.
Actualmente se juega béisbol en al menos siete categorías en más de 267 equipos. En total, se tiene el registro de 3.200 jugadores activos, entre ellos más de 900 niños de 267 escuelas y 70 colegios. El país ha pasado del puesto 78 al 43 en el ranking mundial de béisbol.
Jorge Delgado dijo que el desafío es retener a los adolescentes que no ven futuro en seguir jugando béisbol. “Por eso estamos trabajando para retenerlos, haciendo enlaces para que accedan a becas en universidades en Estados Unidos”, remarcó Delgado.
En estos momentos hay al menos cuatro jóvenes que consiguieron becas en universidades estadounidenses por medio del béisbol. De manera que ahora la federación tiene un reto inédito: pagarle pasajes a estos peloteros para que participen en torneos internacionales con el uniforme nacional.
La mañana que fui al Escarré, Enrique Alfaro, el exlanzador de casi 80 años, caminaba señalando los sitios que le traían recuerdos: las butacas donde se ubicaba la ruidosa barra de Limón, los baños, el pasillo por el que salía después de ganar un partido.
“Yo aquí nací y creo que aquí voy a morir”, dice Enrique, con anteojos de marco oscuro, el bigote ralo y blanco. Llevaba puesta una gorra y una camiseta de los Yankees de Nueva York.
Los fines de semana sigue llegando al parque para jugar softball. Cada vez le cuesta más: le duele la rodilla, la espalda y el brazo después de los partidos. En el campo, a veces, se le nubla la vista y siente mareos. Pero ahí sigue, lanzado en el centro del diamante.