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Arrecia la campaña para hacer del inglés única lengua oficial de EE.UU.

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Era una oportunidad de oro para el español en la Casa Blanca. El mítico jugador de béisbol Mariano Rivera era el primer hispano al que Donald Trump le concedía la codiciada Medalla Presidencial de la Libertad, la condecoración civil más alta en Estados Unidos. Pero el mejor lanzador de todos los tiempos, legendario cerrador de los Yankees, apodado, en español, «apaga y vámonos», no quiso homenajes en su lengua materna. Preguntado por Trump sobre qué momentos de su vida le hinchen de orgullo, Rivera respondió: «Aprender inglés». «Cuando emigré en 1990 no hablaba inglés. En mi equipo había muchos jugadores que hablaban español, así que me acomodé y no intenté aprender el idioma», dijo Rivera hace tres meses en la Casa Blanca. Finalmente, exigió a sus compañeros de equipo que se dirigieran a él únicamente en inglés. «Vengo de un pueblo pequeño de un país hermoso que se llama Panamá, pero vivo aquí ahora y por fin comprendo el idioma, lo que me hace sentirme orgulloso de ser, por fin, americano». Destierro del español Rivera es sólo uno más entre los muchos hispanos de EE.UU. en campos tan diversos como la literatura, el arte o el deporte que asimilan integración con hablar inglés, y que destierran el español de sus vidas cotidianas. Lo mismo sucede con el dominicano Juan Soto, rutilante estrella de los Nationals de Washington, que este año ganaron por primera vez la Serie Mundial. Al mudarse a la capital de EE.UU. hace cuatro años, Soto también exigió a sus compañeros y a los empleados del club, incluidos los que como él son hispanos, que le hablaran sólo en inglés. Las entrevistas las concede única y exclusivamente en ese otro idioma. Estas decisiones suelen ser gasolina para una gran campaña centrada en un único objetivo: que el inglés sea por fin el idioma oficial de EE.UU. Durante 15 años, algunos republicanos en las dos cámaras del Capitolio han presentado proyectos de ley que, como mucho, han logrado un apoyo modesto. El proyecto de ley 997, titulado «Unidad de la Lengua Inglesa», logró en la pasada legislatura apenas 73 «síes» entre los 435 escaños de la Cámara de Representantes. En el Senado, su equivalente no superó los siete votos, de 100 posibles. Tras esas leyes se halla un movimiento bautizado como ProEnglish, uno de cuyos impulsores, Stephen Guschov mantiene que hacer del inglés la lengua oficial del Estado «permitirá ahorrar miles de millones de dólares en programas obligatorios de traducción e interpretación y facilitará la asimilación cultural y lingüística de los inmigrados recién llegados a la nación». La asociación ProEnglish ha felicitado públicamente a Rivera, Soto y otros deportistas por renunciar a comunicarse en español, y anima a todos los extranjeros a hacer lo propio. La Constitución La Constitución norteamericana, de 1789, no reconoce lengua oficial alguna. En 2000, a apenas unos meses de dejar la Casa Blanca, Bill Clinton emitió un decreto por el que hizo obligatorio atender a todos los ciudadanos e inmigrantes en su lengua madre, por minoritaria que fuera. Según una auditoría pública que se hizo años después, el coste para el erario público de intérpretes y traductores supera los 2.000 millones de dólares (1.800 millones de euros), una buena parte de los cuales se dedican a atender a quienes hablan español. En campaña electoral, Trump defendió la necesidad de hacer del inglés la lengua oficial de EE.UU. En 2016 dijo: «Para integrarse en este país, los inmigrantes deben hablar en inglés. En este país se habla inglés, no español». Según el censo, 40 millones de personas hablan habitualmente español en EE.UU. En dos décadas, esa cifra ha crecido un 133%. La mitad de esos hispanohablantes son completamente bilingües, es decir cambian de un idioma a otro sin problema y a veces sin darse cuenta. Ya en la presidencia, Trump ha sido más cauto. Es cierto que ha eliminado la página oficial de la Casa Blanca en español, pero aunque podría haber invalidado el decreto de Clinton para acabar con la atención pública al ciudadano en idiomas que no son el inglés, de momento no lo ha hecho. Es cierto que los activistas a favor de la primacía del inglés se lo han pedido con insistencia, y uno de sus diarios de cabecera, el conservador «The Washington Times» llegó a publicar una tribuna en la que afirmaba, sin ofrecer argumentos sólidos para ello, que así «ahorraría hasta 30.000 millones en traducciones obligatorias». Primacía blanca Las campañas a favor del inglés, defendidas por las asociaciones ProEnglish y EnglishUSA, es la obra de un oftalmólogo de nombre John Tanton que murió en julio de 2019 y que en vida fue un paladín en la defensa de la primacía de la raza blanca, el credo protestante y la lengua inglesa en EE.UU. En sus últimos años de vida emergieron varios memorandos que escribo hace décadas en los que lamentaba «la creciente marginación del hombre blanco». Una de las razones que Tanton y sus lobbys dieron para oponerse a la lengua y cultura hispanas es es que «si a través de la emigración masiva, la cultura nacional se trasplanta de América Latina a California, acabaremos viendo en California el mismo nivel de éxito de las instituciones sociales y gubernamentales que hoy hay en América Latina». Varias agrupaciones de defensa de las minorías en EE.UU., como el grupo Southern Poverty Law Center (SPLC) han denunciado que esas ideas, que tildan de racistas, han llegado a la Casa Blanca de forma indirecta, influyendo a una serie de funcionarios en activo o retirados, como Steve Bannon o Stephen Miller. En 2018, dos de los actuales directivos de ProEnglish visitaron la Casa Blanca, según dijeron, «para acelerar el reconocimiento oficial del inglés». Según Steven Piggot, de SPLC, «esta visita a la Casa Blanca es una prueba de cómo los grupos supremacistas están beneficiándose de la victoria del presidente Trump en las elecciones». Puede que el reconocimiento oficial del inglés sea un objetivo todavía lejano, sobre todo dado el creciente número de hispanos en el Capitolio (36 de 435 en la Cámara Baja y cuatro de 100 en la Alta). Pero a estos grupos les da esperanza que 36 de los 50 estados de la Unión tengan ya en sus leyes regionales algún tipo de reconocimiento oficial al inglés, incluidos algunos con gran peso de los latinos, como Florida o Arizona.
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