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El aplauso del pequeño Álvaro para sus compañeros de «quimio»

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Álvaro corre como un torbellino por los pasillos. De pronto se planta delante de un futbolín y mete dos goles a su adversario. Segundos después, coge un mazo de cartas y ofrece a todo el que se le cruza un gran truco de magia. Pero su objetivo es la competición del colegio del sábado. Este fanático del atletismo promete llevarse la copa. Tiene solo ocho años y, con la madurez de un adulto, da un baño de realidad y enseñanza con sus palabras: «Tener leucemia, literalmente, es una mierda pero lo importante es valorar la vida y aprovecharla hasta el último minuto», dice antes de dar un portazo y echarse a jugar otra vez.

En las instalaciones de Juegaterapia, en la calle Lagasca de Madrid, todos están pendientes de él. Es el rostro de la última campaña de esta fundación a través de la que se quieren enviar dos mensajes muy claros: visibilizar la enfermedad pero, sobre todo, «homenajear» a todos los que están detrás de ella. «Es un homenaje a los padres, abuelos, personal sanitario, a todos los que están ahí», explica Anna Rubau, directora de marketing de Juegaterapia. En el anuncio, Álvaro cuenta que ha terminado el tratamiento y que sus padres han pedido para él un aplauso. Pero este extrovertido niño considera que los honores deben llevárselos otros: sus compañeros de «quimio» como Amanda, Sergio, Diego, Julia o Zoe. Todos ellos, salen al escenario y le hacen la correspondiente reverencia al público. Pero para Álvaro no es suficiente. También pide un aplauso para las madres, los padres, para los abuelitos, «que siempre están ahí» y hasta para su perro Max. Al final, del vídeo, Álvaro hace lo mismo que en la vida real: cerrar la puerta y marchar, decirle adiós a la leucemia.

La madre de Álvaro se seca las lágrimas y no le alcanzan los pañuelos al recordar el día del diagnóstico. «Fue el 25 de mayo del año pasado, tuve la sensación, por primera vez en mi vida, de que el suelo se caía». Todo empezó con algunas décimas de fiebre y dolores musculares hasta que tocaron las analíticas. Ese viernes maldito, Raquel dejó a Álvaro en el colegio mientras él se quejaba de los pinchazos. Recibió la llamada que nunca querría haber recibido y se fue junto a su marido a buscar al pequeño al colegio. «Tengo la imagen grabada de él con su mochila...», cuenta y vuelve a llorar. Desde ese día empezó la odisea de hospitales, analíticas, pruebas...

Raquel, casi un año después, da las gracias: «Doy las gracias porque el niño está bien, porque saldremos adelante, porque esto nos va a fortalecer», dice aludiendo a Álvaro pero también a su marido y a Paula, la pequeña de la familia. Asegura que no la caracteriza la fortaleza. «O soy fuerte o me dejo caer y la segunda opción no es posible». La clave para ello ha sido proyectar en positivo. «Cuando Álvaro está bien de ánimo le mejoran las analíticas», dice sonriendo mientras su hijo la sorprende desde atrás con un inmenso abrazo.

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