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Fracaso

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Tal vez solo se llora de esa manera en otras partes del mundo, no sé. Lo cierto es que su llanto tenía la fuerza de un tifón. Kenichiro Fumita, un seleccionado japonés de lucha grecorromana, no podía hablar por la cantidad de lágrimas que le escurrían de los lagrimales y por los torrentes salados que aún esperaban turno en la esclusa de su garganta. Sacaba a flote una a una las palabras con la intención de no ahogarse hilando una frase que ni siquiera le servía como salvavidas: “Tuve un resultado vergonzoso, en verdad lo lamento”.  La vergüenza y el total naufragio de Fumita se debían a que tan solo había sido capaz de ganar la medalla de plata y no la de oro: una tremenda deshonra para su familia, su equipo y su país. Un estigma tan grande, que el atleta confesó no haber podido contestar el teléfono por miedo a escuchar la voz de su padre y no saber qué decir. Curiosa la vida y las latitudes en las que vivimos, si esa humillante medalla que tanto avergonzaba a Fumita hubiera sido la única que México hubiera obtenido en esta Olimpiada, nuestro país estaría siete lugares arriba del que hoy ocupamos en el medallero. Una desgracia.

Y ya puedo escuchar lo que algunos están pensando, que eso es una exageración, que demandar tanto es demencial, pero le pido que ahora se pregunte ¿es que perdonarnos el extremo opuesto no es también una locura? El ahí vamos, el sí se puede, el ya para la otra veremos y le echaremos más ganas. ¿Es que vivir en la constante derrota no también resulta alucinante? La peor participación de México en Juegos Olímpicos de este siglo. Un desastre. Así, con todas sus letras.

Tal vez es culpa del lenguaje. Lo dulce que suena el reclamo mexicano. Suena a atole de a poquito, con el dedo. El abuso constante del diminutivo que, según dicen los filólogos, nos viene desde el náhuatl. Diminutivos en donde los precipicios son tan solo unos brinquitos. Mentiras chiquitas. Un lenguaje lleno de eufemismos que abrazan como tortillas la carne del asunto.

No, no se crea que me ponen así las olimpiadas, lo que me pone así es la derrota, la autocomplacencia, el lenguaje retorcido y el hacerse. Sí, hacerse, ya sabe usted bien lo que significa ese constructo. Con lo cual resumo: empecé por una medalla de plata, pero en realidad a donde quiero llegar es a la autocomplacencia en el fracaso.

Hablo de las olimpiadas pero también de la Consulta: otro fracaso. Fracaso la pregunta, fracaso la movilización por parte del partido oficial, fracaso el resultado: 97 por ciento a favor significa que preguntaron lo que ya tenía respuesta. Se están haciendo. Esto no se trata de hacerle más a la democracia o contestar un acertijo, la culpa de que no se persigan a los corruptos no es de los ciudadanos, es enteramente de ellos: los políticos. Fracaso de los programas sociales: más pobreza extrema según las mediciones oficiales. Enorme fracaso el que hayamos roto el récord de envío de remesas a nuestro país. Y lo que es peor, cuanto más grande sea ese número, mayor será la evidencia de nuestro fracaso. En directa proporción: ese número es el de la vergüenza y el deshonor.

¡Qué vivan las remesas, la democracia y la consulta! Ya ve usted, mientras en Japón los fracasos se viven llorando, en México los vivimos celebrando.

@olabuenaga

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