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Y en esta esquina… la pandemia

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								Y en esta esquina… la pandemia

La última vez que fuiste a una función de lucha libre, el rudísimo Corsario Negro Jr. no sólo luchó en parejas y venció a sus rivales; también, como promotor, llevó a algunos de los luchadores a quienes les mentaste la madre, desde la tercera fila, aquel 14 de marzo de 2020 en la Arena Pantitlán. Más de un año después, ya con los estragos de la pandemia encima, Corsario Negro Jr. te cuenta que se le acabaron sus ahorros y no tuvo de otra que trabajar en la construcción.

“Como a toda la gente, la pandemia me puso una prueba bien dura”, te dice al otro lado del teléfono, desde Ecatepec, y luego te cuenta que a finales de marzo todas sus entradas de dinero se detuvieron: las luchas, la promoción y hasta el trabajo de perifoneo de bailes con el que sacaba una plata extra. “Vendí artículos de belleza y vendí nopales que yo mismo cortaba en el Cerro del Elefante, allá en Ecatepec. Pero no me alcanzaba. Tengo tres hijos y mi esposa. A eso súmale que mis papás se contagiaron y la vimos muy difícil”.

—¿Y qué hiciste? —le preguntas.

—Mi suegro y yo tuvimos que meternos de albañiles.

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Corsario Negro Jr. seguiría siendo el chalán de su suegro si no fuera porque, uno, en octubre pasado consiguió un empleo temporal en las oficinas del agua potable del ayuntamiento; y porque, dos, aunque con poco aforo, las funciones de lucha ya regresaron a algunas arenas de la periferia.

“Mi garantía es de dos mil pesos, y si es una lucha extrema cobro cuatro mil. Pero ahora la he tenido que bajar a menos de la mitad porque no hay dinero”, te cuenta y luego te platica que ha participado en funciones privadas que se transmiten en Facebook. “Pero apenas saco para los pasajes”.

Le preguntas a Corsario Negro Jr. si sabe cómo han sorteado la pandemia algunos de sus compañeros luchadores y lo primero que te responde es que pensaba que, “por ser del montón”, sólo él la estaba sufriendo. “¿Y cuál? Hasta los compañeros más famosos la han pasado mal”, te dice.

Corsario Negro Jr. te cuenta que supo que el Hijo de Máscara Sagrada no tiene un empleo formal y que ahora anda vendiendo parafernalia luchística de su padre. Supo que Bandido vende quesadillas en un puesto callejero. Y supo que Último Guerrero abrió un local de hamburguesas. “Han sido tiempos cabrones para todos; los que vivimos de la lucha libre no somos la excepción”.

Entonces te das una vuelta por la Arena México, en la entraña de la colonia Doctores, para ver esos tiempos cabrones de los que habla Corsario Negro Jr.

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Jesús, el vendedor de la tienda de Blue Demon, ubicada sobre la calle Doctor Río de la Loza, te dice que sus ventas han caído en un 70, 80 por ciento. “Es una cadenita: sin luchas, nosotros hemos dejado de vender y, por lógica, hemos dejado de comprarle a los mascareros, y los mascareros han tenido que rematar sus productos”, te cuenta Jesús y tú le hablas de uno de esos comerciantes de máscaras que los sábados has visto rondar frente a la México. “Luego traen cubrebocas y muñecos a mitad de precio”, te avisa.

Jesús también te cuenta que ha tenido que adaptarse a las circunstancias y ahora ofrece sus productos por Facebook. “Los ofrecemos en los grupos de fans de la lucha libre. No nos va como quisiéramos, pero peor es nada”.

En este corolario de finanzas cojas también se encuentra la taquería La Especial. “Apenas vendo el 20 por ciento de lo que vendía antes; ni siquiera para salir tablas. Nos urge que Claudia Sheinbaum reactive la economía”, se queja Rodolfo, el dueño de la taquería, y después te platica que sus principales clientes no se han parado en más de un año: los empleados de la Secretaría de Finanzas de la CdMx, los de la Profeco, los mascareros, los fanáticos y, por supuesto, los luchadores.

En la esquina de Doctor Lavista está La Imperial, una cantina fundada hace 70 años, y Mauricio, quien es uno de los socios, te dice que hasta ahora ha sorteado la pandemia, pero no por la venta de alcohol. “Nosotros resistimos porque tenemos licencia de restaurante y ahora vendemos comidas corridas a domicilio”.

Mauricio te cuenta que los únicos parroquianos fieles en este tiempo a La Imperial han sido algunos mascareros. “Aquí se citan con sus clientes, por eso sé que la están pasando muy cabrona”, te avisa. “Conozco a unos ambulantes que cada que había función vendía semillas, huevos cocidos o dulces, y todos andan bien amolados”.

Cuauhtémoc es dulcero pero no sabe lo que es vender un día de luchas. “Abrí el negocio hace cuatro meses para sacar un dinero extra”, te cuenta. “Ahora es mi principal fuente de ingresos y estoy ansioso de que abran la arena porque me han dicho que, con un solo día de venta, sacaré lo de la renta”.

Quien sí conoce la diferencia entre un viernes Antes del covid-19 y un viernes Después del covid-19 es Israel, empleado del estacionamiento Cinco Emperadores. “Los días de funciones guardábamos más de cuarenta carros y cerrábamos hasta la una, dos de la mañana; ahora cerramos a las seis, cuando muy tarde, y no tenemos más de tres autos en todo el día”.

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Antes de regresar a casa, caminas sobre la calle de Carmina y Valle y visitas a Baby Face, el ex luchador de la frente cuarteada que está sentado frente a su puesto, donde vende arroz frito. “Aquí sigo”, te dice bien orgulloso cuando le preguntas cómo ha sorteado la pandemia. “Cuando cocinas sabroso, la gente te busca aunque se esté acabando el mundo”.

Después le preguntas sobre cómo están sus ventas pero el gran Baby Face no te contesta porque a su hija no le das confianza. Está convencida de que los reporteros deben cargar con algún tipo de cámara, y tú hasta en bermudas vienes. No sólo te quedas con las ganas de una entrevista más larga con Baby Face, donde podría contarte su carrera como chef. También te marchas sin probar ese arroz frito que huele a tu infancia.

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DMZ

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