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Gianluigi Buffon, el portero que le marcó un gol a la depresión

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El 28 de enero de 1978, en Carrara, la Toscana daba uno de sus mejores frutos al fútbol. Venía al mundo Gianluigi Buffon, seguramente el mejor portero del mundo de la era moderna, un destino escrito desde el primer día de su vida. Gigi se crio en una familia de deportistas: su madre fue lanzadora de disco y su padre, lanzador de peso. Sus hermanas, jugadoras de voleibol. Uno de sus tíos maternos, profesional del baloncesto. Y Lorenzo Buffon, primo de su abuelo paterno, fue portero del Milán y de la selección italiana en la década de los cincuenta. «No tenía escapatoria», recuerda el portero entre risas cuando se le cuestiona el por qué se dedicó al deporte rey. Aunque no siempre fue portero. En sus inicios, Buffon jugó como mediocentro o líbero, posición muy habitual en el fútbol del pasado siglo. Lo hizo en el Canaletto Sepor y la Perticata, sus dos primeros equipos. Cumplida su primera década de vida, Adriano Buffon, su padre, le dio el consejo que marcaría para siempre su futuro: «Gigi, tienes 11 años, tienes que pasarlo bien. Si quieres ser portero, ve y prueba». A Buffon no le divertía actuar en esas posiciones y su progenitor le dio a la tecla adecuada: «Yo vine al mundo para ser portero. Era mi destino». Su ídolo de la infancia fue Thomas N’Kono, uno de las estrellas de la sorprendente Camerún del Mundial de Italia (1990). Tal huella dejó el guardameta africano, que el primero de los tres hijos de Gigi lleva su nombre. Ese mismo verano, el Parma llamó a la puerta de Buffon, y cinco años más tarde, el 19 de noviembre de 1995, con solo 17, debutaría en el primer equipo en un partido de aúpa ante un Milán con Baggio y Weah en su delantera. Lo hizo dejando la portería a cero, una señal de lo que estaba por venir. En seis temporadas, ganó una Copa de Italia, una Supercopa y una Copa de la UEFA, siendo una parte muy importante de la etapa más brillante del histórico club italiano. En 2001, 54 millones de euros le llevaron hacia Turín (hasta hoy la transferencia más cara de un portero), para convertirse en uno de los mitos de la centenaria existencia de la Juventus, el club de su vida. Ni siquiera el descenso administrativo a la serie B, en 2006, hizo que Buffon dudara de su fidelidad: «Durante tres temporadas aquella decisión me alejó de la élite pero miro atrás y solo veo cosas buenas. Estoy seguro de que muy pocos hubieran tomado la decisión que yo tomé, pero mis padres me enseñaron a ser agradecido. Permanecer en la Juventus en uno de los momentos más delicados de su historia fue el mejor modo de demostrarle mi amor», explica el guardameta. Sin espina por la Champions Por eso tiene en el primer lugar de su ranking de títulos el Scudetto de la temporada 2011-2012, el primero tras el regreso a la Serie A. Fue el premio a su lealtad. En el lado contrario, la final de Champions de 2003, de las tres que perdió, la que más cerca tuvo de ganar. Cayó en la tanda de penaltis ante el Milán, a pesar de parar los lanzamientos de Seedor y Kaladze. 2015, contra el Barcelona, y 2017, frente al Real Madrid, fueron sus otras dos finales perdidas, convirtiendo a la Copa de Europa es su único vacío en tan lustroso palmarés, aunque Buffon siempre evitó dramatizar: «El fútbol no se trata de justicia o injusticia, sino de ganar. Seré igual de feliz aunque me retire sin una Champions». Y es que Gigi nunca pecó de presuntuoso, sino todo lo contrario. Un caballero dentro y fuera del terreno de juego que compitió como pocos, pero siempre sabedor que fue un privilegiado. Se dedicó a lo que le gustaba, le han pagado muy bien por ello, pero su vida no giró exclusivamente en torno al fútbol. Lo aprendió en 2003, cuando superó una complicada enfermedad que estuvo muy cerca de retirarle prematuramente: «Fue una dura lucha contra mí mismo. Sin la ayuda de médicos ni de medicinas. No era feliz y tuve que aprender a serlo. Necesitaba quererme más, disfrutar de la vida y de mis seres queridos. No podía pensar solo en el fútbol. Aquella traumática experiencia me hizo una persona madura y fuerte. Vencer a la depresión fue la mejor parada de mi carrera», explicó Buffón a este periódico en 2016. Con la selección italiana, Buffon se marcha con el récord de internacionalidades (176) en 21 años con la «Azurra», en los que disputó cuatro Eurocopas, siendo subcampeón en la de 2012, y cinco Mundiales, ganando el de Alemania en 2006, título que le concedió el Balón de Plata de aquella temporada. Admirador del Papa Francisco La vida extradeportiva de Buffon la dirigen tres varones. Thomas (9 años), David Lee (7) y Leopoldo Mattia (2), los tres hijos de Gigi, fruto de dos relaciones sentimentales. Enamorado del tenis de Roger Federer, al que considera el deportista más fuerte de la historia a nivel mental, y de la cocina italiana, con la mozzarella como innegociable tentación, también disfruta con una charla sosegada y sincera, algo bastante extraño en una sociedad tan tecnológica que no termina por enamorarle. De profundas creencias cristianas, Buffon es un ferviente admirador de Papa Francisco, a quien considera una persona sencilla y a la vez excepcional: «Está asombrando a todo el mundo con su mensaje de amor y de paz. Es el Papa moderno que se necesitaba para la vida de hoy». Sus inquietudes también caminan por el mundo de la política, tan convulso en Italia o incluso más que en España. Los casi tres años de Matteo Renzi como primer ministro de la República cree que fueron un soplo de aire fresco para Italia, aunque hoy el exdirigente es un cromo más de la voraz política transalpina. Así es Gianluigi Buffon, el mejor portero de la era moderna del fútbol, que hoy baja la persiana para siempre. Arrivederci, Gigi.
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