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Charles Manson y la música: el verano que el pop surfeó con el diablo

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«Llámame Charlie», le dijo justo antes de arrojarse a sus pies, consciente de que presentarse con un «llámame lunático homicida» quizá no hubiese surtido el efecto deseado. Y Dennis Wilson, el más tarambana de los Beach Boys, el hombre magullado y macerado en alcohol que el océano se acabaría tragando en 1983, no sólo le llamó Charlie, sino que se lo llevó a su mansión de Sunset Boulevard, le cedió la batuta de sus tumultuosas orgías y, de natural desprendido y despreocupado, invirtió hasta 100.000 dólares en mantener a flote sus caprichos los de su aterradora Familia. «A veces el Brujo me da miedo. El Brujo es Charles Manson, un amigo mío que se considera Dios y Diablo. Canta, toca música y escribe poesía, y quizá acabe siendo otro artista de Brother Records, el sello de los Beach Boys», explicaría Wilson a la revista británica «Rave» en mayo de 1969. Cuatro meses después, en plena huída criminal hacia el Valle de la Muerte, ya estaba claro que Manson no pasaría a la historia ni como cantante ni como músico ni mucho menos como poeta, pero aún echaría mano una última vez de los Beach Boys para presentarse ante la propietaria de un rancho en el que quería instalarse como el mánager de la banda californiana. A cualquier otro lo hubiesen corrido a escobazos, pero Manson tenía una tarjeta de visita inmejorable: el disco de oro obtenido por The Beach Boys Today! que el propio Dennis le había regaló un año antes. Corría la primavera de 1968, Helter Skelter no era aún un sangriento apocalipsis sino una canción más que esperaba ser grabada por los Beatles y el mediano de los Wilson, el único beach boy que sabía a ciencia cierta lo que era vérselas con una ola, había pasado de ponerle voz a Do You Wanna Dance? a surfear con el diablo y sufragar los tratamientos contra la gonorrea de sus acólitos. «Charlie es cósmico, tío. Es profundo, escucha discos de los Beatles y descubre mensajes», le dijo Wilson al fotógrafo David Dalton, tal y como recoge José Ángel González Balsa en «Bendita locura», imperdible biografía de Brian Wilson y los Beach Boys. A Dennis, sin embargo, no le interesaba tanto Manson como su séquito y la promesa permanente de sexo salvaje y orgías coreografiadas en su mansión angelina. «Las chicas estaban ahí para ‘servir’ a los hombres: preparándoles la comida, lavándoles la ropa y acostándose con ellos si tal era la orden. Manson había prescrito un régimen sexual riguroso», relata Tom O’Neill en su libro «Manson. La historia real». La venganza de Manson A Manson, en cambio, obsesionado como estaba con los Beatles y convencido de que era un genio de la música, «le urgía valerse de su relación con Wilson para emprender una carrera musical», subraya O’Neill. Fue así como utilizó como cebo a dos de sus «chicas», Patricia Krenwinkel y Ella Jo Bailey, para asegurarse de que el alocado batería cayese en sus redes, y fue así también como acabó llegando hasta Terry Melcher, hijo de Doris Day que, además de ser íntimo de Wilson, había producido singles de éxito para los Byrds como Mr Tambourine Man y Turn! Turn! Turn!. La promesa de unas cuantas noches de sexo gimnástico bastaron para que Melcher se aviniese a calibrar el potencial artístico de Manson y, cuenta la leyenda, grabar una sesión cuyas cintas permanecen hoy en paradero desconocido. Eso sí: del contrato discográfico que supuestamente le prometió Melcher nunca más se supo, por lo que el productor se convirtió en el principal blanco de sus iras. De hecho, la casa del 10050 de Cielo Drive en la que Sharon Tate y otras cuatro personas fueron brutalmente asesinadas el 9 de agosto de 1969 había sido hasta no hacía demasiado el hogar de Melcher, así que si Manson descubrió que los nuevos inquilinos eran Roman Polanski y su esposa fue precisamente porque buscaba al productor para ajustar cuentas. «Como se le había esfumado la última oportunidad de ser famoso, Manson pasó a ser un apocalíptico de tomo y lomo», resume O’Neill. Un icono pop aterrador La de Wilson y Melcher es, sin duda, la historia más jugosa, pero no fueron ellos los únicos que acabaron fascinados por la enfermiza figura de Manson. «Tenía tratos con un montón de músicos de Los Ángeles muy conocidos, aunque seguramente ahora lo negarían», explicó a principios de los setenta Neil Young, quien coincidió con Manson en casa de Dennis Wilson. «Pensé que tenía algo loco, algo genial. Era como un poeta viviente», reconoció en autor de Harvest, quien incluso llegó a decir que Manson le cayó bastante bien cuando lo conoció. Décadas después, Guns N’Roses tentarían a la suerte jugando a convertir a Manson en icono pop –el cantante de la banda, Axl Rose, lucía en los conciertos una camiseta con la cara del psicópata– y llegaron incluso a incluir una versión del Look at Your Game, Girl de Manson como pista oculta en el disco «The Spaghetti Incident?». Si la cosa no fue a mayores fue porque parte de los beneficios (62.000 dólares por cada millón de copias vendidas, para ser exactos) fueron para Bartek Frykowski, hijo de una de las víctimas de la masacre de Cielo Drive. Más lejos aún fue Trent Reznor, exsocio primerizo de Marilyn Manson (otro que tal) que tuvo la ocurrencia de grabar The Downward Spiral, el segundo disco de Nine Inch Nails, en la misma casa en la que fue asesinada Sharon Tate. Y no sólo eso: a la hora de bautizar el estudio recién creado en la mansión, el autor de «Hurt» no encontró mejor nombre que «Pig», en referencia al mensaje que Susan Atkins, una de las asesinas, había dejado escrito en la puerta en 1969. «Había demasiada historia en aquella casa como para que yo la manejara», reconoció Reznor cuando abandonó el lugar en 1993. Nada comparable, sin embargo al escalofrío que supone tropezarse con la voz del propio Manson cantando cancioncillas contrahechas como True Love Will Find You o Don’t Do Anything Illegal. Y es que en 1971, sólo dos años después de la matanza, ya se publicó en España el primer LP de Manson, Lie: The Love and Terror Cult, un disco de folk fantasmagórico fácilmente encontrable en cualquier plataforma de streaming. El «robo» de los Beach Boys Antes de eso, Dennis Wilson ya le había abierto las puertas del estudio de los Beach Boys para que Manson grabara alguna de sus canciones y sembrara el pánico en casa de un Brian Wilson que, a esas alturas, bastante tenía con no volverse majara. «No me importa lo que hagas con la música, pero no dejes que nadie cambie nada de las letras», le dijo Charlie al darle las cintas. Dennis, sin embargo, hizo algo aún peor: se quedó con una de las canciones del Brujo y la presentó como propia durante la grabación de lo que sería «20 / 20», decimoquinto álbum de estudio de los Beach Boys. El tema en cuestión, Cease To Exit, se convirtió como por arte de ensalmo y con un par de variaciones en la letra y un puñado de coros angelicales en Never Learn Not To Love», una afrenta que Manson nunca perdonó. «Robaron un montón de mi material, eso fue lo que hicieron. Le dije (a Dennis): “Me encanta esta casa”. Él contestó: “Te la regalo si me ayudas a componer algunas canciones y me enseñas a interpretarlas con tu estilo», explicaría ya desde la cárcel en declaraciones a la revista «Second». De la casa, igual que del contrato discográfico, nada más se supo. «Se por qué Charles Manson hizo lo que hizo. Un día lo haré público», anunció Dennis a finales de los setenta. Un secreto que, sin embargo, se llevó a la tumba tras ahogarse en Marina del Rey (California) en 1983 con tan solo 39 años.
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